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Las facultades de arte se convierten en espacio expositivo eventual y los grandes eventos se presentan para marcar las próximas temporadas expositivas. El verano llega en un momento de cambio.
Momento de cambios. El verano de los grandes eventos ha empezado en Venecia, aún con la resaca de lo que pasó con Manifesta (no nos olvidemos de que las cosas pueden desaparecer de un día para el otro). Documenta y La Bienal de Venecia siguen partiendo de las mismas premisas pero quizás, por aburrimiento, será necesario un cambio. Si Storr se ha refugiado en el mercado y la seguridad del white cube, Roger M. Buergel se escuda en la complejidad y aquello que huye de las definiciones. Las dos anteriores ediciones de Documenta eran claras en sus planteamientos (facilitando la tarea de seguimiento de las temporadas expositivas en la infinidad de museos y centros de arte que tienen que llenar sus programaciones), algo que no será seguramente tan evidente ahora. Exposiciones individuales que surjan de Venecia o Kassel no faltarán, pero el análisis de la situación global seguramente no pasará por los preceptos discursivos de los grandes eventos.
Los grandes museos (las máquinas enormes) siguen en marcha, con programaciones y sistemas en busca de un público masivo. En el Moma, Picasso y Richard Serra, colman las salas de testosterona. En la Tate se buscan sistemas de conexión popular, socializando desde la sala de turbinas, investigando en los seminarios y asegurándose el tiro con un nombre propio como es Dalí mediante su relación con el cine. La diferencia de planteamiento entre los dos grandes buques se hace cada vez mas evidente, aunque un gran buque siempre tiene dificultad para realizar maniobras rápidas. Al mismo tiempo, destacar el papel que va asumiendo el Macba, que, de nuevo y frente a un verano que llenará sus salas de turistas de calidad, crea la historia del arte desde un nuevo punto de vista. La historia del arte del Macba (por su potencia y hibridación en los referentes) va calando, y se va acercando el día donde el museo también empezará a explicar la actualidad. Después ya podrá crearla.
Pero parece que todo se detiene frente a los grandes eventos. Se habla de cifras de visitantes, de número de artistas, de presupuestos millonarios y de las miles de fiestas que secundan las celebraciones. Y las distancias se acortan a un ritmo salvaje. Un recién graduado en cualquier universidad puede estar presente en los grandes eventos. Las carreras de los artistas se van acercando a la de los publicistas, el tiempo para la experimentación se acorta, el lenguaje internacional impera y las obras se plantean para su consumo desde el formato feria de arte. Se genera cierta uniformidad.
El fin de curso también es el momento de las exposiciones de los jóvenes artistas. Los espacios de las facultades de arte se convierten en los sitios para el gran evento a pequeña escala. Si no es en las facultades, las exposiciones se presentan en espacios artísticos convencionales, salas de fiestas o donde sea. Lo importante es el evento, poder presentar trabajos a aquellos que van a seleccionar las programaciones. Se prepara lo que viene y el sistema necesita de la velocidad.
En Gran Bretaña y Escandinavia justo acaba de pasar el momento de los estudiantes, y cada vez son más los centros artísticos que presentan exposiciones relacionadas con facultades. Ya en la facultad se marca a aquellos que formarán parte del sistema y se descarta a todos los demás. La competición es alta y casi impide observar otros modos de hacer. Parece que únicamente exista una vía, la de la inmediatez. De nuevo desaparece la necesidad de la creación de espacios propios, de ritmos desacompasados, de propuestas que no se rijan por la efectividad de los números o de los resultados evidentes. Y los códigos de selección siguen siendo los mismos; haber pasado por un centro de arte te legitima para el siguiente.
El fin de curso llega cargado de velocidad y con esa sensación de irrealidad que generan los eventos. Todo ocurre aquí y ahora, todo concentrado y con gran emoción. Y después desaparece todo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)