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Ni una línea acerca del proyecto con que Asier Mendizabal inauguraba el nuevo espacio de la galería CarrerasMugica. Así se presentó la primera muestra individual que el vasco ha protagonizado tras su firme paso por la última Bienal de São Paulo. Mendizabal ha decidido ocuparse de todo: de dar forma a una serie de piezas y escribir un excepcional ensayo –Gurentza, neologismo de escaso uso que atiende a la definición de sublimación, pero también significa elevación, levantamiento a cierta altura– en torno a la columna como elemento arquitectónico y a su papel a lo largo de la historia.
El punto de partida es un busto de Miguel de Unamuno, situado en la actualidad en una céntrica plaza del casco viejo de Bilbao, sobre un pilar de cuatro metros de altura. El busto, encargado en 1934, fue supuestamente tirado a la ría dos años después y tras idas y venidas, colocado en 1983 en su emplazamiento actual. Un extraño lugar en base al cual Mendizabal analiza, no sólo el soporte, sino la propia figura del filósofo bilbaíno.
La reflexión de Asier Mendizabal, así como las piezas que conforman esta exposición, plantean en primer lugar una profunda conexión entre la elevación de la columna como monumento y el poder de la masa, que es capaz de ponerla en pie o tirarla llegado el momento. Mendizabal cita un dibujo de Umberto Boccioni en el que una multitud rodea la estatua situada en el centro de una plaza. Los brazos alzados elevan de pronto una línea diagonal que elimina esa barrera entre la horizontal del pueblo y la vertical del monumento.
El resultado pasa por la configuración de dos columnas de hormigón, elaboradas mediante un encofrado de cuerda que utilizada a modo de espiral ascendente y encierra el concreto vertido. La cuerda, probablemente el elemento que en relación con la columna contenga una mayor carga simbólica, nos habla de elevar y al mismo tiempo de echar abajo.
El título de la exposición, Toma de tierra, hace referencia al calificativo con que Baudrillard se refiere a la masa cuando dice: Atravesada por los flujos y los tests, es, como masa, una toma de tierra, se contenta con ser conductora de los flujos, pero de todos los flujos; buena conductora de la información, pero de toda la información; buena conductora de las normas, pero de todas las normas. Al mismo tiempo es una declaración de principios en un tiempo que despierta en uno ciertas dudas con respecto al supuesto poder de la multitud, o más bien, con respecto al modo en que la multitud entiende ese poder y lo ejerce.
Resulta muy sugerente la manera en que Mendizabal utiliza ciertos símbolos relacionados con la cultura popular, como el cesto –usado en este caso como contenedor y molde para otras tres esculturas de hormigón- y lo pone en relación con el capitel corintio que corona la columna que eleva a Unamuno. También los dos volúmenes de papel encolado que hacen alusión al cabezudo realizado por una comparsa bilbaína en homenaje al maltrecho busto.
A ese gesto se suma la revisión del xilograbado como técnica estrechamente ligada a los movimientos políticos y sociales por las posibilidades que ofrecía a la hora de realizar grandes tiradas y amplificar su efecto sobre la masa. Mendizabal toma por una parte la portada realizada por Agustín Ibarrola para el manifiesto publicado en 1967, durante la huelga de los trabajadores de laminación de bandas de Etxebarri (Bizkaia) y por otra un grabado realizado en China, bajo las normas establecidas por la Revolución Cultural de Mao Zedong en 1966.
El resultado se apoya en uno de los inmensos muros de la galería. Se trata de una serie de tableros de aglomerado lacados sobre los que, tras proyectar un chorro de arena, aparecen una serie de motivos extraídos de esas estampas.
Los tableros componen una serie de mesas que retoman esa idea de horizontalidad en relación con la de verticalidad –ya no como contrarios, sino como complementarios-, que se atribuye a la reunión entre iguales, a la asamblea, a la unión de los trabajadores.
La exposición, más allá de sus grandes piezas, no deja de sorprender por la gran cantidad de detalles que se van descubriendo durante el recorrido. Las áreas reservadas en una serie de grabados que muestran a la multitud en torno a la columna. El uso de pavimentos de piedra de río que recuerda a los parques públicos, a los bloques de viviendas. Sobre una de las mesas nos encontramos dos grandes impresiones en blanco y negro; por una cara la maqueta del texto que da forma a la exposición y por la otra una gran fotografía del cabezudo de Unamuno. Cada una de esas impresiones, cortada y doblada en el orden correspondiente, da como resultado el fanzine que la galería ha editado con motivo de la exposición. Mendizabal no cae en lo documental como anécdota ni como justificación, sino más bien como punto de partida para un resultado que encuentra en la plástica todo fin a priori.
La elección de los materiales, el detalle y minuciosidad con que se tratan y se adscriben al campo de la escultura o el modo en que la investigación y su materialización se diferencian hasta sorprender, son algunas de las sensaciones que asaltan al espectador frente a una exposición resuelta al máximo nivel. El imponente espacio no deja lugar a dudas en cuanto a la importancia del trabajo de un Asier Mendizabal que se ha curtido en los últimos años en las citas más importantes del mundo.
El recientemente fallecido Nestor Basterretxea comentaba: Nosotros somos grises y en vertical. Los mediterráneos azules y en horizontal. Jorge –refiriéndose a Oteiza- era un ejemplo de eso. No es muy difícil entender estas palabras cuando nos situamos frente a su obra, pero también frente a la de artistas como Asier Mendizabal, heredero de esa ya tradición de escultores vascos que nos hablan de su cultura por medio de un lenguaje universal que se renueva a cada paso, pero que jamás reniega de lo que ha sido.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)