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GUÍA DEL «NUEVO ANTICRISTO» PARA DOOMMIES

Magazine

27 octubre 2025
Tema del Mes: Dark ModeEditor/a Residente: Frankie Pizá

GUÍA DEL «NUEVO ANTICRISTO» PARA DOOMMIES

Hace unas semanas, Peter Thiel (fundador de PayPal, primer inversor en Facebook, patrón ideológico de Palantir y el mismo que tartamudeó cuando un entrevistador le preguntó si la raza humana debería sobrevivir) dedicó 4 conferencias públicas en San Francisco a advertir sobre la inminente llegada del Anticristo. Sí, lo habéis oído bien: lo que en la tradición bíblica se relacionaba con “el engaño absoluto” y “la figura que iba a destruir la relación directa del hombre con Dios”. Lo dijo sin ironía alguna y en auditorios a rebosar. Un multimillonario libertario con un rostro víctima de la obsesión por los peelings faciales (al someterse a estos tratamientos, láser y microdermoabrasión, la cara de Thiel ha adquirido la textura de un cráter y parece supurar una asquerosa mucosidad protectora) hablando de teología apocalíptica como si fuera un seminario de negocios.

“El eslogan del Anticristo es ‘paz y seguridad’”, repitió en varias ocasiones, según unas informaciones anónimas sobre estas conferencias aparecidas en The Guardian. Y cada tanto, enfatizaba que su deber, “como empresario”, era construir tecnología suficiente para evitar ese destino. Leer las transcripciones de estas monsergas de Thiel sirve para entender una mutación más amplia y surrealista: lo de la “innovación” y la “disrupción” ha desaparecido de la chistera de las élites tecnológicas norteamericanas y ahora les ha dado por predicar la salvación. Pero ¿a qué salvación se refieren exactamente?

Nietzsche también recurrió al Anticristo para pisotear al cristianismo, lo que él creía era “la gran corrupción interior”. El filósofo lo propuso como símbolo de empoderamiento y/o emancipación alejada de la moral cristiana. Para el fundador de la Iglesia de Satán, el también norteamericano Anton LaVey, firmante de la La Biblia Satánica en 1969, el Anticristo era algo parecido, pero más performático: “el hombre liberado de culpa, un icono de hedonismo racional y de manipulación consciente de la moral dominante”.

Pero no, nada que ver: detrás del Anticristo de Peter Thiel hay una doctrina de poder que mezcla teología medieval, geopolítica y capitalismo big data. Lo que asusta al magnate con la cara colorada no es exactamente el regreso de Satanás o Lucifer. Lo que le pone los cojones en el cuello es algo tan “inofensivo” como un consenso global: la “posibilidad” de que el planeta llegue a “acuerdos” sobre energía, IA o medio ambiente. En su marco mental, todo intento de coordinación global es sospechoso de herejía. El “uno-mundo” que predican los organismos internacionales sería el paso previo hacia un totalitarismo y servidumbre final. Es difícil de digerir pero Thiel entiende como Anticristo a la única y remota posibilidad que nosotros tendríamos de evitar el colapso.

Frente a ese “riesgo” de “estabilización”, propone una espiritualidad económica basada en la dispersión, un extraño misticismo del mercado: que cada nación, empresa o individuo actúe por su cuenta. Que la competencia se convierta en la única forma de fe. Que la fragmentación del poder pase a entenderse como una virtud moral y que la desregulación campe a sus anchas como un mandato casi religioso. Thiel se ha montado un interfaz narrativo para justificar eso: la desregulación total.

El origen de este “nuevo truco” hay que buscarlo en Carl Schmitt, jurista alemán que en los años 30 escribió sobre cómo el katechon (la figura que contiene el fin de los tiempos) debía proteger al mundo de una “unificación diabólica”. Thiel reinterpreta y adapta esa metáfora al lenguaje del capital: el katechon sería el capitalismo mismo, un sistema que, manteniendo el conflicto, impide el dominio de un único poder global. Su lógica es cínica y perversa: que siga el caos para mantener la libertad. Bajo esa premisa, Palantir o Facebook son dos sofisticadas herramientas para retener el fin. Vigilar para evitar la tiranía, controlar para no ser controlado. LOL.

El infierno, según Thiel, sería caminar sin protección solar alrededor del Edificio Berlaymont en Bruselas, sede de la Comisión Europea. Su discurso combina las pulsiones del evangelismo estadounidense, las tesis de Schmitt y la paranoia libertaria de Silicon Valley. “Lo apocalíptico” del asunto le da legitimidad moral a su cruzada: los intereses económicos se camuflan tras una defensa por la salvación del espíritu humano frente al macho cabrío de la máquina burocrática. Aquel que otros como Musk o Milei también han buscado “neutralizar a base de motosierra”. El nuevo Anticristo entonces es el proyecto de gobernanza mundial donde ni Thiel, ni sus contemporáneos, ni la tecnología que financian, están invitados.

Thiel reinterpreta a su manera a San Pablo, tratándolo como otro analista político, y vendiendo a los que le escuchan que lo de “paz y seguridad” es el nuevo “eslogan del Anticristo”. La frase, sacada de 1 Tesalonicenses 5:3, le sirve para proyectar un viejo miedo religioso sobre el presente político: la idea de que la armonía mundial es sospechosa por definición. Las susodichas conferencias mezclan más versículos con argumentos de inversión, profecías, delirios y planificación estratégica. Thiel convierte el mencionado katechon en algo así como “un principio de gestión del riesgo”, “un dispositivo para el control de daños”. Su papel como “empresario” ya no es hacer avanzar la historia porque tiene antes que frenar su colapso.

Palantir (empresa de software de análisis de datos fundada por Thiel en 2003, especializada en crear sistemas que integran y cruzan información masiva para gobiernos, ejércitos y corporaciones), por tanto, aparece como su redentor: una infraestructura de vigilancia que promete protegernos del Anticristo digital. El infierno se esquivará acumulando y extrayendo datos de las personas de a pie. De hecho, figuras de la ultra derecha cristiana estadounidense lo defienden como un “bendito” por haber inventado la corporación, ya que ayuda al gobierno a “rastrear posibles amenazas”. Lo paradójico es que el aparato diseñado para contener al Anticristo de Thiel adopta la misma estructura del poder absoluto que dice querer combatir. A cada nuevo contrato con el Departamento de Defensa o la CIA, el mito se refuerza: hay que vigilar porque el mal está cerca. La retórica de la defensa (ante lo intangible) se transforma en una ideología absoluta para el control.

Entre las víctimas simbólicas de este imaginario está Greta Thunberg. Thiel la menciona en sus conferencias como posible “encarnación del Anticristo contemporáneo”, el emblema de un movimiento que promete salvar el planeta mediante un consenso global. El ecologismo representa para él un proyecto de unificación/estabilización que acabará imponiendo límites comunes. La figura de la activista, entonces, cumple la función que el demonio cumplía en los sermones medievales: una proyección moral sobre la que descargar las cagaleras del poder. Convertir la responsabilidad climática en una amenaza espiritual le permite desenfundar el truco que transforma la política ambiental en una herejía.

Thiel, mientras daba forma a sus cavilaciones, parece haber leído a René Girard, el pensador que interpretó el deseo humano como un mecanismo de imitación y sacrificio. De Girard toma la idea de que la rivalidad es inevitable y que el intento de eliminarla produce “nuevas violencias”. Con ese marco, Thiel parece el padre que protege a su hijo en secundaria después de que haya habido quejas por bullying. Su hijo es el capitalismo, que se vuelve una liturgia que canaliza los impulsos humanos más miserables sin necesidad alguna de redención.

En las conferencias, Thiel menciona que “Facebook fue su apuesta por la mímesis”. (Mímesis aquí se entiende como el proceso mediante el cual las personas aprenden a desear lo que ven desear a otros. Ese mecanismo crea rivalidad: todos competimos por los mismos objetos, posiciones o símbolos porque nuestros deseos se contagian mutuamente). Véase: un sistema que alimenta la competencia para evitar así posibles estancamientos.

La dimensión política de todo esto aparece cuando Thiel describe a Estados Unidos como punto de tensión entre el Anticristo y el katechon. En su interpretación, el país sería el epicentro del orden mundial y, al mismo tiempo, el único bastión capaz de resistirlo. Esa dualidad produce un relato de excepcionalismo que encaja perfectamente con la mitología estadounidense: nación elegida, los Padres fundadores, la frontera permanente, la misión moral. Tecnología es = a providencia y Silicon Valley ya puede empezar a considerarse una institución teológica que administra el caos global bajo esta nueva forma de fe corporativa. “Fe”, no como la de antes. “Fe” como confianza ciega en los sistemas de datos y la vigilancia.

El Anticristo, pues, ya no es una bestia, ni una criatura que nacerá del vientre de una virgen penetrada por Satán. No es nada sobrenatural. Es esa persona que, de repente, no quiere aceptar los terms & service y se tapa la webcam de su laptop con cinta americana. Este extraño “capitalismo tecnológico”, sostenido sobre una hoja de ruta pseudo-teológica y “escatológica” (término que aquí se entiende como un “modo de pensar el futuro desde el miedo al final”), funciona como una Iglesia descentralizada: cada usuario participa en el culto sin darse apenas cuenta, ejecutando su parte del rito con el simple hecho de “iniciar sesión”. No, por lo que podemos observar, en la fantasía de Thiel no hace falta creer en el fin del mundo para formar parte (activa) de él.

Frankie Pizá

Frankie Pizá (Palma de Mallorca, 1984) es crítico cultural, divulgador y fundador de FRANKA™️, un medio independiente que analiza la intersección entre las artes, la tecnología y la cultura. Su trabajo se centra en una idea simple y poco frecuente: “proteger el contexto” en un momento en que todo tiende a la desinformación, la precariedad creativa y el ruido algorítmico. Ha trabajado en proyectos de referencia como Primavera Sound, Red Bull Music Academy o Concepto Radio y ha colaborado  en distintos medios y plataformas culturales. En los últimos años se ha consolidado como una de las voces más singulares en lengua castellana a la hora de interpretar fenómenos. Sus ensayos se balancean entre la crítica cultural y la teoría contemporánea y buscan explicar lo que está pasando en tiempo real, con un lenguaje crítico y accesible.

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