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Tendré que asegurarme de que los adoquines que Mauro Cerqueira instaló durante el pasado mes en la galería Heinrich Ehrhardt no hayan dejado marcas en el suelo. Cuesta creerlo. Dirá Walter Benjamin que la idea de un progreso del género humano a lo largo del curso de la historia no puede separarse de la idea de su prosecución en un tiempo vacío y homogéneo.
Seguirá con que la crítica de la idea de tal prosecución debe constituir la base misma de la crítica de la idea general de progreso. Mauro Cerqueira ha visto como literalmente su ciudad ha dado la espalda a su pasado. La Rúa dos Caldeireiros, zona céntrica y popular de la ciudad de Oporto se ha convertido en una calle más, en una de esas impersonales vías cubiertas de adoquín regular que no dicen nada de la vida de sus vecinos.
‘Ter que falar’ es una necesidad de reivindicar esos espacios a los que la especulación urbanística no va a dejar respirar. Mauro Cerqueira ha acumulado diferentes objetos que de un modo más o menos simbólico hablan de la historia de su calle, de la de su ciudad y su país. Viejos sellos de madera que recuerdan el glorioso y actualmente decadente pasado comunista de Portugal. Grandes barras de jabón artesano, papel moneda fuera de curso legal o botellas de vino. Son objetos que Cerqueira ha ido recogiendo mediante un sistema de trueque, cambiando esos pequeños trozos de historia por tabaco a los personajes que regentan el barrio.
‘Ter que falar’ es una sentencia que un mendigo emite en el vídeo que acompaña esta instalación. Diferentes grabaciones durante una serie de noches que Cerqueira realizó mientras este individuo pronunciaba delirantes discursos a medio camino entre la profunda lucidez y la ebriedad más vesánica.
Todos estos pedazos de historia reciente se disponen sobre los adoquines bajo los cuales resultó no haber playa. Probablemente lo impersonal del nuevo firme colocado en esta Rúa dos Caldeireiros conlleve también una despersonalización de las reivindicaciones de un país que se retuerce bajo los pies de Europa. Nadie sería capaz de imaginarse a un individuo arrancando el perfecto solado de concreto para lanzarlo al aire. Las piedras son esa arma que desde David y Goliat han definido al fuerte y al débil.
Los adoquines sostienen ahora, como antaño, los elementos definitorios de ese lugar concreto de la ciudad. No es necesario conocer el caso concreto de Oporto y ese es el logro del trabajo de Mauro Cerqueira. Todos hemos visto nuestras ciudades y pueblos sucumbir bajo el mandato de ineptos adscritos a la cultura del aglomerado asfáltico. Sin embargo, cualquiera que haya paseado por las calles de esta ciudad portuguesa habrá podido identificar la disposición caótica, en dudoso equilibrio y cubierta de esa pátina que nos hace descender mentalmente por la pronunciada e imposible cuesta de Caldeireiros. Buscamos los viejos talleres de artesanos, que claudican silenciosamente bajo las losas de esa gentrificación desmedida.
Basta conocer a Mauro Cerqueira para cerciorarse de que su indignación es sincera. No es la estrategia de un ávido buscador de historias tristes. Bajo sus adoquines existe la preocupación de un ciudadano que comprueba los efectos de la especulación urbanística porque así lo siente en sus carnes y en la de los rechazados que pueblan su área.
Recordemos a Jacques Tati cuando muestra en clave de humor esas dos caras de París bajo el título de ‘Mon Oncle’. El París de los barrios más populares donde la vida se desarrolla de manera espontánea, sin guiones que coarten los movimientos que en su otro París vienen ya enlatados, de un color gris hormigón.
Es imprescindible a día de hoy que el arte se salga de ese proceso pautado que incluso en lo político se ha estipulado como aceptable o no aceptable. Por eso, ver como el imponente espacio de la galería Heinrich Ehrhardt es intervenido con objetos que podrían haber sido extraídos de un container de escombros, deja clara la falta de prejuicios que artista y galeristas han mostrado a la hora de trabajar en este proyecto. Una exposición que no levanta más que un palmo del suelo, obviando los blancos muros sobre los que lucen en ocasiones Baselitz, Förg o Brandl y disponiendo toda una exhibición a modo de adoquinado. No es casual entonces haber arrancado este texto con el principio de una célebre cita de Bertolt Brecht para terminar con una sola palabra: Imprescindible.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)