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La antigua cámara frigorífica del Matadero de Madrid es intervenida por los hermanos MP & MP Rosado, en base a una construcción poética del espacio. Una instalación de lo más artesanal que nos muestra los restos de un naufragio: el de nuestra identidad.
Alguien que nunca haya escuchado hablar de ellos, podría pensar que se trata de una marca comercial, un vino, y hasta una firma de ropa. Y aunque las etiquetas y denominación de origen suponen una buena estrategia de marketing, no es éste el caso, al menos, en principio. MP&MP Rosado son dos hermanos gemelos, Miguel Pablo y Manuel Pedro Rosado, que pese a su juventud, cuentan ya con una sólida trayectoria y que parece se consolida con cada nuevo proyecto en el que se embarcan. El suyo es un arte que evoca más que muestra, en una línea de trabajo cercana a planteamientos hegelianos, donde la cuestión principal es hacer visible aquello que se muestra invisible. Casi nada. Tan acostumbrados estamos a lo pornográfico, a lo transparente, a un arte que nos muestra y nos dice todo, aún aquello que no queremos ni oír ni ver, que cuando nos enfrentamos a una obra de carácter poético, apenas somos capaces de reconocer el tropo si no es tirando de manual o referencias. Es lo que sucede con el trabajo de MP&MP Rosado, donde las citas literarias y cinematográficas son recursos frecuentes. Pero ahora son los propios artistas quienes nos dan la pista para no naufragar: “La poética del espacio” de Gastón Bachelard, que dedica su capítulo V a las conchas, reflexionando sobre la construcción de la identidad en una dialéctica entre el adentro y el afuera, lo pequeño y lo grande, el cuerpo y el alma.
Transformar un espacio inhóspito como las antiguas salas de Matadero de Madrid en un espacio poético desde luego no es tarea fácil, y más de la forma que lo han hecho estos dos artistas, con gran sencillez. La instalación consiste en dividir el espacio con cortinas creadas a partir de conchas, caracolas, palos y objetos de cerámica encontrados en la playa. Todo un surtido de ready-mades que penden en vertical a través de hilos invisibles de nailon. Un trabajo casi artesanal que nos remite a un mundo ancestral. A ello se suma el propio espacio-cueva, donde no se esconden ni disimulan las tuberías, y donde las paredes están sin pintar, con aspecto de suciedad y dejadez, contribuyendo a darle un aspecto aún más poético si cabe a la sala. Estratégicamente iluminado, este gabinete se convierte en una especie de mundo fosilizado, un museo formado por huellas borradas, las de nuestra identidad.
Camufladas entre hileras de conchas, colocadas en perfecta simetría sólo interrumpida por algún palo u otro objeto similar, se encuentran también las réplicas de éstas; copias de conchas que resulta imposible distinguir a simple vista de las auténticas. Un juego entre la realidad y el simulacro, entre lo ficticio y lo real, entre la copia y el original. Frente a un mundo cada vez más desmaterializado y virtual, los artistas proponen una vuelta a lo artesanal y solidificado.
No es extraño que los Rosado reflexionen sobre la identidad, teniendo en cuenta que son hermanos gemelos, por lo que la cuestión del “yo” y el “otro”, para ellos es ineludible. De ahí que muchas de sus obras, además de utilizar el referente cinematográfico, literario o histórico, supongan una reflexión sobre el doble, el reflejo o lo ambiguo. Lo encontramos en proyectos como “Spleen” (2008), o “El retrato de Dorian Gray” (2008). Es quizá en “En Ruinas Menores”, trabajo expuesto en las salas de Arqueología del Museo de Cádiz en el año 2008, donde ya se percibe un anticipo de esta misma exposición: pequeños objetos a la deriva. Este intento por concebir una colección de objetos menores e insignificantes choca con un mundo donde internet parece ser el gran archivo universal, un archivo intangible y ubicado en el no-lugar por excelencia. Lo cierto es que frente a un arte con mensaje político o pseudopolítico, científico o pseudocientífico, sociológico o vaya usted a saber qué, siempre resulta sugestivo toparse con el elemento poético, aunque sólo sea por el hecho de que automáticamente activa un segmento ya anquilosado en nosotros, la imaginación.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)