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Albert Porta, Zush, Evru: tres artistas en uno. Tras la retrospectiva de Zush en el Macba en 2000, la Fundación Suñol vuelve sobre la obra de este artista de identidad múltiple.
Tras la retrospectiva de Zush en 2000 que pudo verse tanto en el Macba como en el Reina Sofía, ocurrió lo inusual: el artista cambió de nombre y dio paso a Evru. Este acontecimiento, un happening en sí mismo, apunta en la dirección de qué tipo de artista se esconde tras un mecanismo que tiene por objeto el juego de identidades. Una vez afirmado como Evru y exponiendo habitualmente en Asia (Taipei, Seúl, Singapur, Shangai y Beijing) y llevando a cabo su proyecto participativo Oficina de Flujos, Evru propone ahora revisitar el origen y observar desde cerca la metamorfosis primera.
Si Evru es un artista al que no le quedaría grande el concepto improvisado de preciosismo bosquiano, con un énfasis en el detalle formal en su interés por trabajar a partir de los recovecos cerebrales y emocionales, Albert Porta (Barcelona 1946) empieza dando tumbos y tal vez palos de ciego un tanto lisérgico. Desde las bases del surrealismo y más concretamente de Dau al Set, Porta trabaja el papel y el lápiz, el collage, objetos en yeso y primeros apuntes pictóricos de realismo con un toque naïf dentro de un contexto pop. El recorrido en la exposición que se presenta en la Fundació Suñol comienza ahí. Las obras de grafito sobre papel tienen la inmediatez del boceto que investiga en la temática del cuerpo erógeno y de la transfiguración del rostro un poco a la Bacon: el cuerpo femenino como perversión alimenticia, líneas fálicas que conectan orificios, y los personajes masculinos que dan cuenta de la fragmentación del individuo como agente social, el tema del lugar que se ocupa en una sociedad, la de los 60, que parece tener múltiples rumbos contradictorios. En la serie de collages Porta utiliza recortes de revistas que compraba su madre para dar su visión del tema: las caras se histrionizan, invasión de líneas, puntos y manchas que ya anticipan las filigranas obsesivas de sus siguientes reencarnaciones. En las obras de carácter más pictórico introduce el color y define las bases de su posterior iconografía, con paisajes ácidos y formas sinuosas que retratan narrativas oníricas donde la figura humana aparece de nuevo cargada de elementos sexuales. Los inicios escultóricos de Porta son piezas revestidas de yeso cuyo único punto de color es el rosa cárnico, juega con los volúmenes redondeados y vuelve al tema de la erótica del cuerpo como alimento, con una vajilla lista para ritual caníbal.
1968: durante su internamiento en el frenopático Porta es bautizado como Zush por un interno de nombre Armando. Lo que pudo haberse quedado en anécdota es aprovechado como maniobra artística, la realidad y la ficción convergen en un planning de trabajo: la identidad del creador queda modificada por las circunstancias biográficas y su obra las refleja desde un largo y sideral retiro ibicenco. Una apuesta por el abandono de lo racional y la inmersión en lo ininteligible para dar cuenta de un inconsciente fragmentado con visión caleidoscópica. Zush utiliza la tinta, complejiza el trazo y explota la mancha de color en mapas llenos de signos como constelaciones mentales o pentagramas de sinfonías inspiración Syd Barrett. Ya en los 70 comienza con el gran formato y el trabajo sobre el lenguaje y la arbitrariedad de significado y significante y las infinitas posibles lecturas de la realidad, de nuevo con la conexión surrealista-dadaísta. La figura humana aparece esquematizada y situada en espacios de connotación astral, a la vez que la palabra como imagen (siguiendo la idea derridiana) hace su aparición en el uso del asura, el idioma como creación artística.
Es a partir de este punto cuando ya se reconoce como consolidado lo que después será el material de Zush que conformaba la retrospectiva del año 2000. Al año siguiente, de nuevo el happening de la reencarnación y nace Evru, esta vez con estado mental incluido, el Evrugo Mental State. La propuesta en Fundació Suñol no es sólo la de poder asistir al inicio de la historia, lo que en sí mismo no carecería de interés pero sí sería un planteamiento poco ambicioso, sino la de una reflexión acerca del fenómeno más bien inusual del artista que se pone en juego problematizando para empezar la autoría como valor en el mundo/mercado del arte. El mismo artista es tres artistas, lo es aunque biográficamente haya una línea cronológica, aunque juegue a renegar de identidades pasadas. La cándida paradoja de Evru asistiendo a una inauguración de una expo de Albert Porta y Zush, es decir de otros, borra por un momento las canónicas fronteras del arte como ficción y entronca con la apuesta por una cierta subversión desde lo personal, donde no se explicita lo político, algo tan común en el arte contemporáneo, y sin embargo no puede dejar de ser irremediablemente reivindicativo, algo así como Ceci n’est pas mon expo.
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