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Recorro la exposición de Anselm Kiefer en el Guggenheim de Bilbao y no puedo evitar el asalto traicionero del mantra más tópico:
“el fin de la pintura”
que aprovecha la excelente ocasión para pedirle el próximo baile a otro que me ronda constantemente y se apunta a lo que sea en cuanto me descuido un tris:
“la imposibilidad de la poesía”.
Y allí se quedan los dos, baila que te baila al ritmo de un poema de Celan que siempre me había parecido un poeta de lo menos bailable pero al que ellos le han encontrado misteriosamente el compás de tres por cuatro
mientras a mí me da por pensar en el fin de las palabras y en la muerte de la pintura. En la real encarnación de la pintura en tantas otras cosas y en la falibilidad de Adorno cuando afirmó “Tras Auschwitz, no se puede hacer poesía”.
Hacer poesía. No escribirla, sino hacer poesía. Que es lo que Kiefer pretende y logra, en ocasiones a expensas de las palabras de Celan, Bachmann o Celine, y en otras a partir de la materia, los despojos de Beuys o la propia incandescencia industrial de un cosmos que nos ve tan diminutos y sólo nos deja la opción de juntar enormes restos para así marcar señales comprensibles hacia lo inmenso.
El fin de la pintura y la imposibilidad de la poesía siguen bailando. Y yo no dejo de preguntarme por qué escribo con palabras todavía, por qué los escritores seguimos aferrados a esos signos tan rudimentarios que dan tan poco juego, a punto de agotar el sentido de las permutaciones infinitas de vocablos. Por qué escribimos si otros ya descubrieron hace tantos años que la pintura se había terminado y no bastaba.
Por qué cuando a Kiefer se le agotó la pintura, se hizo con pedazos del mundo y los compuso.
Por qué cuando siento que se me acaban las palabras, aspiro sólo al silencio. Y no sólo yo:
Ut pictura
Mucha poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye antes de su palabra, su silencio.
JOSÉ ANGEL VALENTE, “Cinco fragmentos para Antoni Tàpies”
La materia del silencio y las palabras.
Celan y Kiefer, que entendió el sentido de sus órdenes poéticas y supo darle sombra a su decir:
Habla también tú
sé el último en hablar,
di tu decir.
Habla-
Pero no separes el No del Sí.
Y da a tu decir sentido:
dale sombra.
(“Habla tú también”, Paul Celan, de Von Schwelle zu Schwelle, 1955. Traducción: José Angel Valente)
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)