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La cultura cute conquista el mundo

Magazine

04 noviembre 2024
Tema del Mes: RADICAL CUTENESSEditor/a Residente: María Muñoz-Martínez
A leg with sneakers and a yeloow sock with Pikachu

La cultura cute conquista el mundo

¿Estamos biológicamente programados para sentirnos atraídos por lo cute? ¿Qué significa kawaii y qué relación tiene con la cultura pop global? Una exposición reciente presentada en Londres y el experto en cultura cute Joshua Dale nos muestran una forma diferente de ver el mundo.

En la oscuridad de mi armario destacan unos calcetines de color amarillo canario de Pikachu. Nadie me los dio. Los compré yo mismo porque me parecieron cute. Y cuando llegué a casa y me los puse, mi estado de ánimo mejoró. Vi el mundo a mi alrededor bajo su euforia distorsionada y caricaturesca. La misma euforia que sentí a mediados de los 80 y principios de los 90 cuando leía Mystery Mickey o jugaba con un sello de Hello Kitty. Este último es un símbolo de la primavera del kawaii, es decir, la versión japonesa moderna de la cultura cute, un fenómeno que no es japonés, sino global. Y aquí, para empezar, cabe mencionar que «kawaii» en japonés significa que la cara está roja —como las mejillas de Pikachu— de emoción o de vergüenza.

Hitler y el cervatillo

Mi anécdota sobre los calcetines puede parecer tierna y… cute. Pero la naturaleza de la cultura cute es de una moralidad ambigua. En internet, existe una fotografía de Adolf Hitler posando para la cámara mientras da de comer a un cervatillo, una representación “tierna” con propósitos propagandísticos. Existe también un lado oscuro de la cultura cute que está relacionado, en gran parte, con su uso para motivos manipulativos.

Joshua Dale, a quien tengo al otro lado de la línea telefónica, es profesor de Literatura y Cultura Estadounidenses en la Universidad Chuo de Tokio. Nació en Estados Unidos, se mudó al país del Sol Naciente en los años 90 y es considerado el «Papa de los estudios cute«. Su libro más reciente Irresistible: How Cuteness Wired our Brains and Conquered the World (editado por Profile Books), explora como la cultura cute ha estado impregnando la cultura occidental durante mucho tiempo, aunque se tardó en ver su influencia. Me pone un ejemplo: “El año pasado fui a Seattle a ver a mi familia. En la habitación del hotel donde me hospedaba, busqué un secador de pelo y lo encontré colocado en un estuche que decía ‘Shh, el secador de pelo está durmiendo’”. Según me explica, la atribución de cualidades o forma humana a seres, objetos y fenómenos no humanos –en este caso, un secador de pelo–, es decir, el antropomorfismo, hace que los veamos cute.

¿Qué nos atrae de Pikachu?

En su libro, Dale intenta crear una genealogía de la cultura cute tanto en Occidente como en la «tierra del kawaii«, mostrando que no es un signo de nuestros tiempos, sino que tiene una historia importante y larga, como parte de la cultura popular japonesa y luego pop de ambos mundos. Una primera explicación, aunque problemática, de esta atracción atemporal por cualquier cosa linda puede ser dada, como él mismo menciona, por el «esquema infantil» (Kindchenschema), introducido en 1943 por el biólogo austriaco y ganador del Premio Nobel Konrad Lorenz. Esta forma incluye una serie de características que se ven, hasta cierto punto, en las criaturas y cosas que consideramos cute: tienen una cabeza grande en relación con su cuerpo, una frente ancha, ojos grandes que miran hacia abajo, mejillas redondas e hinchadas, extremidades cortas y gruesas, cuerpo con piel suave y elástica y movimientos torpes o inestables. Lorentz creía que este patrón inducía instintivamente en los adultos comportamientos de cuidado y protección, que los niños necesitan para sobrevivir.

Si aceptamos la hipótesis de Lorenz, entonces estamos de acuerdo en que de alguna manera estamos programados genéticamente para tener una determinada reacción cada vez que encontramos algo cute. Pero en realidad, no todas las personas encuentran que las cosas cute sean de buen gusto. Además, como señala Dale, los dulces, las flores y las caritas sonrientes, que son parte de la cultura cute, no entran en la descripción de «infantiles». Lo mismo se aplica a otros elementos, como las canciones con notas muy altas, que pueden hacer referencia al canto de los pájaros, pero también a los colores pastel. Otros científicos han llegado a la conclusión de que cuando nos encontramos con algo que reconocemos como cute, es posible que queramos acercarnos a él, sin necesariamente querer protegerlo o cuidarlo.

Gatos, Mickey Mouse y Astro Boy

En Japón, la ternura siempre ha sido parte de la cultura y el arte, aunque no siempre a la vanguardia. Dale, por otro lado, usa el término «proto-kawaii» para referirse a lo que percibimos como cute pero anterior a la cultura cute japonesa moderna, como las pinturas del período Edo (1603 -1868), en las que vemos gatos vestidos con kimonos tocando instrumentos musicales. Pero, ¿dónde están los inicios del «lento surgimiento» de la ternura en Occidente?

Mucho antes de la moda del «Cool Japan» (la actual obsesión occidental por todo lo japonés, desde Pikachu hasta el sushi y el té matcha), incluso antes de la corriente del japonismo en las artes visuales y decorativas, pero también de las «pinturas de gatos» de Harry Poynter y Louis Wayne (siglo xix) en Europa, durante el período comprendido entre el Renacimiento y la época Rococó (aproximadamente del siglo xv al xviii), los cupidos alados liliputienses (en latín conocidos como “querubines”) encontraron su lugar en los bordes de pinturas y frescos, constituyendo la principal expresión de «ternura» en Occidente. Y, con el paso del tiempo, su imagen adornó desde las cómodas hasta los candelabros, siendo su caso parte de la tradición del «antropomorfismo cute«, que dio origen a los ositos de peluche y a Mickey Mouse.

Sin embargo, de todos los factores que contribuyeron a la aparición de la cultura cute moderna en Japón, vale la pena centrarse en el establecimiento de la educación universal y obligatoria, que se implementó por primera vez en 1899, en la que las niñas asistían a escuelas separadas de los niños. Esta segregación de género permitió que surgiera una «cultura femenina», principalmente en torno a novelas y revistas ilustradas dirigidas a colegialas. Esta cultura alcanzó su apogeo en la década de 1970, con la llegada de Hello Kitty, con sus juegos de escritura y portaminas cute. Luego las colegialas comenzaron a hacer caligrafía dibujando, entre las palabras, corazones, estrellas, etc. Sí, ellas fueron las que inventaron los emojis (el término proviene de la combinación de las palabras japonesas para imagen y letra).

En la década de 1970, me cuenta Dale, los medios de comunicación en Japón comenzaron a ver a las colegialas no sólo como consumidoras, sino también como creadoras de tendencias, mientras que lo kawaii comenzó a ganar mayor visibilidad y a expandirse constantemente hacia la cultura dominante entre las mujeres adultas. «Al mismo tiempo», continúa, «en Occidente se estaban produciendo procesos similares que pasaban desapercibidos. Hubo protestas estudiantiles, el movimiento hippie; los hombres se dejaron el pelo largo, las mujeres lo adornaron con flores, había muchos rasgos cute en todas las culturas juveniles de la época. Sin embargo, debido a que estos movimientos eran de naturaleza política y revolucionaria, la gente no prestó atención a sus dimensiones cute. Más adelante, en la década de 1980, muchas películas taquilleras en Occidente también tenían características cute, como ET de Steven Spielberg. Creo que cuando comenzamos a poner a la juventud en el centro de nuestra cultura, también pusimos en el centro el elemento cute«. La famosa «explosión de la juventud» estuvo acompañada de una «explosión cute«.

Sin embargo, mientras que en Occidente y especialmente en Estados Unidos, esta cultura cuando «ya era mayor» se volvía sexy, en Japón el kawaii evolucionó hasta convertirse en una forma de autoexpresión que en ocasiones simbolizaba el rechazo no sólo de los valores adultos, sino también de lo que la frase «comportamiento maduro» connota. Dale me dice que la cultura cute se desarrolló de diferentes maneras, en diferentes momentos y en diferentes lugares. «Por ejemplo, en Corea el K-pop ha sido influenciado por lo kawaii, pero es un fenómeno coreano distinto que tiene más que ver con la belleza y el atractivo que con el elemento cute. Además, es importante aclarar que la cultura pop japonesa incluye muchas cosas que no son lindas; el kawaii no es la respuesta japonesa a la cultura pop occidental».

Mickey Mouse, el personaje «simpático» occidental más famoso del mundo en la cultura pop, en Steamboat Willie, su debut en la pantalla grande en los cines estadounidenses en 1928, inicialmente no era tan cute como travieso y manipulador. Su apariencia se hizo más juvenil (según el esquema de Lorenz) y, poco a poco, su carácter más dulce e inofensivo. De hecho, se dice que Walt Disney había colgado una nota encima de los escritorios de los diseñadores que trabajaban para él con la frase «¡mantenlo cute!». Su homólogo japonés, Osamu Tezuka, que creó Astro Boy, un niño robot que es para los japoneses lo que Mickey Mouse para los americanos, le superó en cuanto a lo «jóvenes» y simpáticos que eran sus personajes, siguiendo de nuevo el esquema de Lorenz: Tenían frentes más anchas, ojos más grandes y mejillas sonrosadas.

Hello Kitty, ¡cuídanos!

Dale escribe en su libro sobre el barrio de Harajuku —construido un año después del gran terremoto de Tokio de 1924 y que hasta los años 1990 fue el centro de la cultura juvenil en Japón— que mucho antes de que se popularizara el término «espacio seguro», era un barrio de libre expresión para jóvenes. Estaba lleno de bandas de rock tocando en la calle y de chicas que se hacían llamar lolitas y bajaban al barrio en tren, disfrazadas, maquilladas y con pelucas que las hacían parecer muñecas vivientes, en una mezcla de rococó francés y estilo victoriano, porque eran kawaii. Cuando estas expresiones de kawaii recibieron un golpe después de que la asociación de comerciantes de Harajuku decidiera prohibir todo tipo de entretenimiento para adultos en el barrio, desde discotecas y bares hasta «upadikas», las nuevas expresiones se desplazaron hacia… ¿dónde si no?… el «espacio seguro» de internet. Al mismo tiempo, el kawaii abandonó definitivamente la esfera femenina y se volvió ajeno a la distinción de géneros, con la nueva generación de hombres japoneses creando, bajo su influencia, una imagen nueva y más dulce de la masculinidad.

Dale me dice que la crítica más importante dirigida a la cultura cute tiene que ver con la forma en que alimenta el consumismo: «Las empresas usan la ternura en gran medida para lograr que la gente compre sus productos». Sin embargo, no debemos demonizarla. Los japoneses modernos creen que cultivar la admiración por las cosas lindas tiene un impacto positivo en sus vidas. Por ejemplo, les ayuda a combatir los sentimientos negativos provocados por la depresión o un problema de salud, el estrés o la insatisfacción laboral. Por eso en Japón, en los templos, se pueden ver amuletos de Hello Kitty a la venta. ¿Consuelo en oferta, entonces? Quizás sea así, y eso es complicado, pero no necesariamente malo. Claire Catterall, curadora de la exposición Cute (que se presentó entre enero y abril de 2024, en Somerset House, Londres), me decía por correo electrónico que la proximidad de la cultura cute al capitalismo puede colocarla en una posición de poder contra él: “Si queremos cambiar el mundo, no hay mejor manera que socavarlo adentro».

El «Apocalipsis de los Robots»

Los «revolucionarios», por supuesto, deberían controlar su optimismo. Una de las razones por las que los japoneses, a diferencia de Occidente, no temen un «Apocalipsis robótico» es porque Astro Boy allanó el camino para el surgimiento de una armada de simpáticos robots cute en el manga y los dibujos animados japoneses que familiarizaron a sus lectores y televidentes con las máquinas antropomórficas. Pero en 1999 se produjo un cambio radical: Sony presentó el robot AIBO (las iniciales provienen de las palabras Artificial Intelligent roBOt, pero en japonés «aibo» también significa compañero), para ser amado como un animal de compañía y no para hacer, por ejemplo, tareas domésticas. Su éxito de ventas se atribuyó a su ternura.

Cuando le pregunto a Dale si hay una tendencia dentro de la cultura cute que apunte a su futuro, me señala un escenario con implicaciones potencialmente de pesadilla. «Si tuviera que hacer una sola predicción, diría que el próximo gran estallido de la ternura será el uso de inteligencia artificial por parte de robots que se vean y se comporten en  modo cute«. No es sólo AIBO, desde hace años, ha habido muchos robots realmente «cute» en Japón. AIBO, sin embargo, ha sido lanzado recientemente en una versión nueva y mejorada. Los nuevos modelos tienen la capacidad de conectarse a la nube, donde se pueden subir las experiencias con las que todos los AIBO entran en contacto, estén donde estén, alimentando un software de inteligencia artificial que las procesa a través de tecnología de aprendizaje profundo. Luego, los datos se descargan nuevamente a los AIBO mientras estos se cargan.

Cuando este proceso de aprendizaje realmente comience a funcionar en la práctica, algo que aún no ha sucedido, los robots comenzarán a responder mejor y más rápido a sus dueños, sabrán exactamente qué desencadena sus instintos cute y podrán manipularlos. Y esto se suma a una serie de dilemas filosóficos que han surgido a partir de que los «robots cute» tienen sensores y cámaras que les permiten conocer con precisión las casas de sus dueños, para poder vigilarlos, mientras que, como me dice Dale, «al mismo tiempo, debido a que son cute, la gente piensa que son traviesos». Tan travieso como Hitler en la foto que lo muestra alimentando a un cervatillo.

[Imagen destacada Cortesía de Panagiotis Koustas]

Una versió diferente de este texto se publicó en K Magazine en Abril de 2024.

Panagiotis Koustas (1982) es un periodista con formación de sociólogo, gestor cultural, teórico de las artes escénicas y bailarín de danza contemporánea con base en Atenas. Trabaja como redactor de la revista K Magazine, publicada por el periódico Kathimerini, y es colaborador de Vogue Grecia y otras publicaciones. Sus escritos se centran principalmente en las artes, la moda y la cultura pop.

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