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Hoy día pulula tanto el amor propio que todos nos oímos decir como primer comentario a cualquier cosa “me gusta – no me gusta” en un lapso de tiempo inmediato a encontrarnos con la cosa en cuestión. Esto se da especialmente en las redes sociales, en las que no hay pausa, no hay curiosidad, no hay pregunta. Sólo hay me gusta-no me gusta, y de regreso a la conversación trivial mientras se chatea para estar al tanto y hacer circular los últimos chismes. Ahora, oír reiteradamente esta dupla en los últimos eventos culturales y de arte a los que he asistido, me inquietó. Especialmente viniendo de personas que suponía tenían una visión del mundo que iba más allá de las apariencias. ¿Qué ocurre, entonces? ¿Maña o hecho?
Esto no es nuevo. Platón hablaba de una esencia eterna de lo bello, Kant de una facultad universal de juzgar estéticamente, Bourdieu del sentido social del gusto. Ahora, ¿qué pasa si en el siglo XXI esta dupla se ubica en la misma línea que el famoso dicho se juntaron el hambre con las ganas de comer?
Me explico tomando varios desvíos. El primer desvío va de lo específico a lo universal, de una situación puntual a intentar dilucidar a qué responde esta actitud global del me gusta-no me gusta. El contexto específico es una muestra histórico-documental con fines pedagógicos que buscaba acercar al público cuatro años de periodismo de investigación llevado a cabo por una prensa digital de Guatemala llamada Prensa Comunitaria. Los contenidos de dicha muestra tocaban temas como movilizaciones comunitarias; manifestaciones en plazas de diferentes ciudades del país; testimonios de presos políticos; persecuciones y detenciones ilegales; asesinatos, ecocidio, y reencuentros y actos de solidaridad comunitaria. Utilizando diferentes medios visuales (anti-postales, dibujos, cuadernos de notas, mapas, glosario, video, foto, empapelado, sonido, recreación de espacios e instalación) y apropiándose de todas las habitaciones de una casa, esta actividad mostraba toda aquella información que los medios de comunicación masivos se encargan de no hacer llegar a la capital del país, o de dar apariencia de criminalizaciones a movilizaciones pacíficas en defensa de la vida. Vale añadir un dato importante: Guatemala es un país centralizado y los que vivimos en la capital creemos prepotentemente que lo que ocurre fuera de ese ínfimo pedazo de territorio no existe, no es verdad o es fruto del “lavado de cerebro” de las ONGs extranjeras.
En la concepción de dicha muestra hubo gestos calculados como evitar el uso de ciertas palabras en la comunicación visual de la misma. Palabras como muestra y exhibición, arte o artístico, se omitieron por estar cargadas de tanto sentido que de haberlas usado hubieran empujado al automatismo de comparar dicha actividad con el formato expositivo tradicional que, la mayor parte de las veces, se reduce al ámbito del mercado del arte. Al menos en Guatemala, donde existen muchas galerías comerciales de arte contemporáneo pero ni un sólo museo ni biblioteca especializada, ni centros de documentación, ni carreras que brinden una buena formación. Por ello, el sitio donde la muestra tuvo lugar, es también un detalle importante. Un espacio independiente de arte que apenas empieza y se orienta por la idea de impulsar la investigación y la formación en arte contemporáneo. Un espacio que pone entre los primeros de la fila, lo pedagógico. Siempre el patito feo de la escena del arte, siempre un área vista como “útil” sólo a un público infanto-juvenil o muy ignorante, o la otra es la típica “es para-comunista” (sí, en Guatemala aún impera este trillado prejuicio) o para hippies. Al parecer, en un país en el que el 60% de la población es indígena y se hablan 25 idiomas, no lenguas ni dialectos, los temas relacionados a las comunidades indígenas y de defensa de los recursos naturales no es tan relevante como ir al opening de una expo.
En resumen, Guatemala en MovimientoS, nombre dado por Prensa Comunitaria a esta muestra histórico-documental, trataba de acercar al público detalles, circunstancias y matices contribuyendo a poner un límite al desinterés, incluso apatía, con la que muchos asumen estos temas. Para el público se trataba de hacer un esfuerzo por ir más allá de las ideologías y aprehender realidades que son las que merecen no desvanecerse en el aire. Se trataba de una muestra que requería darse el tiempo de ver, leer, pensar, preguntar. En definitiva, poner un freno de mano a la prisa con la que pasan las noticias en la televisión y las redes sociales degradando los eventos significativos al nivel de las ofertas del día. Sólo haciendo esa pausa, reiteramos que siempre quedará un resto en la subjetividad que no podrá ser apropiable por los discursos.
¿Cuál fue la reacción del gremio del arte, de la escena local? Pues, o no llegar o decir: “el arte no cambia nada”, “el arte siempre será elitista”, “¿por qué pedirle al arte que cambie algo?” y, por supuesto, el “lo entiendo pero no me gusta”. Pura repetición de palabras vacías y esto dentro del hecho azaroso de que dicha actividad se dio en paralelo a la 20 Bienal de Arte Paiz (Guatemala) cuyo tema en esta edición fue casualmente Ordinario/Extraordinario: La democratización del arte o la voluntad de cambiar las cosas.
Segundo desvío. La carta robada[[The Purloined Letter publicado por primera vez en diciembre de 1844 en The Gift. Más tarde se reprodujo en numerosos periódicos y revistas.]], un cuento policíaco de Edgar Allan Poe que le da vueltas a la pregunta ¿qué es lo que la carta porta que no es su contenido? Para el tema que nos atañe la relevancia está en la figura del Prefecto de la Policía quien falla en encontrar la carta robada: ¿Qué son esas perforaciones, esos escrutinios con el microscopio, esa división de la superficie del edificio en pulgadas cuadradas numeradas? ¿Qué representan sino la aplicación exagerada del principio o la serie de principios que rigen una búsqueda, y que se basan a su vez en una serie de nociones sobre el ingenio humano, a las cuales se ha acostumbrado el prefecto en la prolongada rutina de su tarea? (….). Sólo tienen en cuenta sus propias ideas ingeniosas y, al buscar alguna cosa oculta, se fijan solamente en los métodos que ellos hubieran empleado para ocultarla.
Suena bastante familiar: profesionales del arte más embebidos en rendirle culto a su identidad personal, al sé tu mismo, la realización individual, la autoestima y, por supuesto, la satisfacción inmediata. Individuos “cool, adaptables, amantes del placer y de las libertades, (…) todo a la vez” (Lipovetzky, Los tiempos hipermodernos, 2006) teñidos de fluidez, flexibilidad, en el que los sistemas de creencias son intercambiables y sujetos al best-seller de moda. Supuestamente más receptivos a la crítica, más abiertos a la diferencia, a probar, a argumentar, amos y señores de sus vidas sin ataduras profundas.
¿Qué es lo nefasto de esa identidad personal? Que la línea entre ser receptivo a nuevos conocimientos y el principio del self-service (búsqueda de emociones y placeres aquí y ahora, privados de un sentido de trascendencia y un interés por la utilidad práctica) es tan delgada que sin darse cuenta, el arte avanza a la deriva del se juntaron el hambre con las ganas de comer. En pocas palabras, lo que trasciende responde a la cantidad de satisfacción que aporta a la piel del ojo[[*fragmento del
título de una exposición de Luis González Palma «La piel del ojo (lo familiarmente extraño)»
http://elazarcultural.blogspot.com/2015/01/la-piel-del-ojo-lo-familiarmente-extrano.html?m=1]]. Resultado de la polución de una época actual que ha logrado que a través del mercado del arte la mirada esté puesta en lo imaginario de la forma y/o en obras al servicio de cuerpos que no son otras cosa que sustancia gozante. Es la formulación de un nuevo cogito: yo veo, por lo tanto gozo. Poniendo el acento en el yo, el ojo (no la mirada) y la satisfacción derivada de la pulsión escópica.
Es justo lo que describe Byun-Chul Han en su libro La sociedad de la transparencia (2013). Las imágenes se vuelven transparentes cuando «liberadas de toda dramaturgia, coreografía y escenografía, liberadas de toda profundidad hermenéutica, de todo sentido, se vuelven pornográficas». Definiendo lo pornográfico como el «contacto inmediato entre la imagen y el ojo» que convierte a cada sujeto en su “propio objeto de publicidad”. El sujeto, encarcelado en la repetición de una serie de principios al estilo del Prefecto de la Policía que falla en encontrar la carta, únicamente alcanza quedar atrapado en el carácter ilusorio de la fijación del sentido, quedando al descubierto la falla de su construcción simbólico imaginaria -que el sujeto, en defensa de su yo, apela al “no me gusta” para disimular. El resultado es aborrecer el vacío que por principio significa un horror al deseo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)