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Es inquietante contemplarnos en los monstruos, fantasmas y animales que configuran Metamorfosis, exposición dedicada a la obra de Ladislas Starewitch, Jan Švankmajer y los hermanos Quay en el CCCB y próximamente en La Casa Encendida. A través de un paseo imaginario, iniciado en un bosque de correspondencias, donde amenaza un cierto clima de pesadilla y encuentros azarosos, podemos ir descubriendo no solo lo que se encuentra en el mundo, sino lo que nos constituye como animales simbólicos.
A pesar de estar dedicada al cine de animación y a todo el montaje escenográfico que lo rodea, podemos distinguir algunas cuestiones que nos hagan volver a pensar en lo que nos constituye como agentes de aquello que vino a llamarse lo maravilloso. Realmente, los fantasmas de hoy no van vestidos con una sábana blanca y una bola de cañón, sino que aparecen bajo la forma de una realidad herida, causada por el desplazamiento que sufre en la actualidad lo imaginario, en detrimento de un realismo que viene a convertirse en una quimera. Y de esta conversión resulta un procedimiento poético capaz de llegar a una comprensión de la propia intimidad, asediada por los monstruos provenientes del sueño de la razón.
La metamorfosis es una transformación metafórica, en el sentido de hacernos conocedores de que bajo la obra de arte habita una especie de truco mágico que nos va a conducir a lo imaginario, lo metafísico o lo sobrenatural. Estos diversos trayectos en Metamorfosis se traducen en una suerte de paseo alrededor de la intersección de lo mágico, lo maquinal y lo literario. No en vano, comienza en un bosque lúgubre, como corresponde a las fábulas y los cuentos tradicionales, pasa por la estancia de un gabinete de curiosidades, reclamando una lectura de aquel tiempo donde lo mágico se ofrecía como ciencia exacta, finalizando en ese mismo bosque donde fue encontrado el cadáver de Robert Walser.
La transformación del mundo científico occidental estaba ocultamente influida por una filosofía de la razón donde se atendía tanto a los procesos mágicos como a los mecanismos físicos. Así ocurrió en la corte de Felipe II, en el coetáneo reinado de Isabel I de Inglaterra o bajo la autoridad de Rodolfo II en Praga, influidos por ese tiempo de florecimiento de la alquimia, para comprender un mundo que se ofrecía desde el misterio, la adivinación o la astrología. Es el caso de la fascinación de Descartes por los mecanismos ocultos en la mujer autómata que llevó hasta Ámsterdam, lugar de donde tuvo que huir al descubrirse un gran número de cadáveres ocultos en su casa, destinados a ser abiertos para saber cuál era el lugar donde debía estar un alma capaz de dotar de movimiento a lo humano. Lo cierto es que esa fascinación por Centroeuropa es continuada a través de la obra de Starewitch, Švankmajer y los hermanos Quay desde una perspectiva que corresponde también al cine, heredada de algún modo de la caja mágica de Athanasius Kirchner, de quien se ofrece un magnífico tomo de sus inventos relacionados con su idea de la animación, hasta el propio funcionamiento de los autómatas que desde la antigua Grecia habían convertido al conocimiento humano en una máquina de movimiento de aquello que permanecía aún oculto.
La tradición hermética que pasó a ser parte del credo surrealista es, en el caso de estos tres representantes de lo imaginario en el arte de la animación, una ocasión única para convertir una exposición de arte en una invitación al viaje a través de las quimeras, los monstruos y las maravillas que aún quedan por encontrar en el camino expresionista y romántico marcado por Arcimboldo, Grandville, Kirchner, Ensor, Böcklin, Dalí o Buñuel. Cuando encontramos marionetas que metaforizan sobre lo extraño que habita bajo cada uno de nosotros, animales fantásticos dotados de pensamiento o espacios que transforman nuestro autoconocimiento, sabemos que estamos cerca de los orígenes del cine, cuando no se duda en aunar lo fantástico a lo sobrenatural, como si se tratara de ofrecer una mayor amplitud al sentido de la vida cotidiana.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)