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Las dos caras del crowdsourcing

Magazine

09 abril 2013
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Las dos caras del crowdsourcing

Ciertamente, las grandes redes colaborativas surgidas al abrigo de Internet han hecho posible la realización de excepcionales proyectos creativos, cuya existencia hubiera sido impensable hace solo unos cuantos años. Los hechos han demostrado que las multitudes conectadas en red son capaces de llevar a buen término valiosos productos culturales, si cuentan con las plataformas tecnológicas y los medios de organización y adecuados. La acción coordinada –aunque sea mediante prácticas y reglas informales– de grandes comunidades en línea se ha mostrado muy eficaz para realizar propuestas en campos tan distintos como la ciencia, la tecnología, la cultura o las finanzas. El trabajo de la multitud ha sido utilizado con éxito en proyectos tan distintos como la catalogación de especies animales y vegetales alrededor del mundo, el desarrollo de programas de software, la redacción de enciclopedias o la predicción del comportamiento de valores financieros.

El crowdsourcing, esto es, la práctica de recurrir a grandes comunidades o grupos de personas para realizar tareas concretas, se ha revelado como un poderoso motor de creación. No por nada, pensadores con ideologías tan diferentes, como Manuel Castells, Howard Rheingold, Don Tapscott y Anthony D. Williams han expresado su admiración por la capacidad de la multitud para desarrollar trabajos ambiciosos y complejos.

Es innegable que el crowdsourcing se está significando como un notable factor de productividad y un extraordinario motor económico. Sin embargo, aún está pendiente de realizar un análisis crítico sobre sus consecuencias en el trabajo cognitivo. El esfuerzo multitudinario ha hecho posible disfrutar de importantes realizaciones que han quedado a disposición de la comunidad: entre las más conocidas se encuentran varios programas de software libre y la Wikipedia. Sin embargo, el crowdsourcing también tiene su reverso oscuro: al fin y al cabo, la creación de grandes redes de individuos dispuestos a realizar tareas más o menos complejas, aceptando a menudo meras recompensas simbólicas, ha traído consigo la precarización de las condiciones laborales de numerosos trabajadores en el ámbito del saber y el conocimiento.

Podemos encontrar un ejemplo descarnado de los efectos perversos del crowdsourcing en Mechanical Turk de Amazon, una plataforma virtual que ofrece a las empresas la posibilidad de utilizar la fuerza de trabajo de la multitud para externalizar tareas, pero que, en la práctica, se ha convertido en un mercado en el que los individuos ponen a disposición sus habilidades a precios a menudo irrisorios. Este sitio, en el que los trabajadores realizan tareas cognitivas por salarios generalmente ínfimos, supone la culminación de un modelo productivo nacido de la convergencia entre la eficiencia de las tecnologías digitales y la filosofía desreguladora del neoliberalismo. Mechanical Turk es un entorno de trabajo que, debido a su virtualidad, permite a los empleadores hacerse con una fuerza de trabajo prácticamente despojada de todo derecho: sin seguridad social, sin vacaciones, sin protección laboral y sin casi ninguna defensa frente a los abusos de los empresarios.

Resulta sorprendente que existan analistas capaces de justificar las condiciones que rigen plataformas del tipo del Mechanical Turk. En este sentido, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), defienden, en Race Against The Machine, la existencia de proyectos como el de Amazon con el argumento de que en ellos se encuentra el germen de modelos empresariales que crearán riqueza en el futuro. De acuerdo con el razonamiento de estos autores, la precariedad impuesta a los trabajadores actuales de Mechanical Turk es el precio a pagar por la prosperidad que la eficiencia de los mercados traerá consigo en tiempos venideros. Haciendo gala de una ironía involuntaria, Brynjolfsson y McAfee convierten la fe en el futuro, propia del pensamiento moderno, en un ingrediente fundamental de la mitología neoliberal.

Justificar la precariedad de las condiciones de trabajo cognitivo en las redes digitales de comunicación aduciendo que es la condición necesaria para alcanzar un orden económico más eficiente supone caer víctima de una doble creencia supersticiosa: la que afirma, por un lado, que la tecnología es en sí misma un motor del progreso social y, por otro, que los mercados son sistemas que se regulan de forma natural.

Un simple vistazo a la historia de los dos últimos siglos es suficiente para rebatir los argumentos de McAfee y Brynjolfsson: la revolución técnica que trajo consigo el capitalismo industrial no supuso por sí misma una mejora en las condiciones de vida de la gente: derechos laborales que en Europa (todavía) pueden parecernos tan naturales, como la jornada de ocho horas o las vacaciones pagadas, son una conquista social resultado de décadas de confrontación y no la consecuencia directa de la maquinización de la sociedad.

Eduardo Pérez Soler piensa que el arte –como Buda– ha muerto, aunque su sombra aún se proyecta sobre la cueva. Sin embargo, este hecho lamentable no le impide seguir reflexionando, debatiendo y escribiendo sobre las más distintas formas de creación.

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