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David Joselit plantea en el último número de otoño de «October» la sustitución del concepto de periorización, ligado a la contemporaneidad, por el de un estilo internacional el cual eliminaría el problema de la falta de originalidad al adaptarse este a las distintas voces dentro de un lenguaje ya existente. Joselit apoya su tesis en la aparición de un «dialecto» global altamente persuasivo y cuya base difiere de los modelos sintácticos habituales en el mundo del arte; como pudieron ser en su momento la tautología y la absurdidad de las décadas sesenta y setenta, o bien la retórica y burocracia de la publicidad en los ochenta. El dialecto del que habla Joselit es el del agregador («aggregator»). Como se sabe, un «aggregator» es un servicio en línea que agrega determinada información mediante una plantilla digital de algoritmos de búsqueda y que se plasma en un medio visual.
Parte de la atracción de este planteamiento es el empleo de la palabra dialecto en lugar de lenguaje, más aún, se agradece que se sirva de él como dialecto propio de un determinado estilo de arte. Y se agradece porque no comete el error de confundir lo que Bloomfield definía como elementos «subsidiarios notacionales o mecánicos del lenguaje» («Aspectos lingüísticos de la ciencia», 1973) con un sistema independiente como es el lenguaje; y atrae porque como dialecto implica la posibilidad de la existencia de varios, si bien ni especifica cuáles podrían ser, ni tampoco qué podrían estar comunicándonos en caso de existir. En cuanto a la proposición de un estilo internacional… Pero, ¿el estilo no había quedado obsoleto? ¿No había sido una de tantas cosas que se habían muerto junto con el fin de la historia, de la política, del arte…? Ahora dudo. Tal vez el uso de la palabra «estilo» no sea el más adecuado si en su base se encuentra evitar una confrontación entre arte «conceptual» y «no conceptual» pues realmente no hay fundamento para ella: ¿existe todavía el arte no conceptual?
De esta forma, si, como propone Joselit, los agregadores son el modelo sintáctico sobre el que fundamentar la práctica del mundo artístico, entonces nos encontramos con la duda de dónde se encuentran los discursos artísticos. Se podría, por ejemplo, correr el riesgo de considerar entonces como tales plataformas, por nombrar un par entre las millones que existen, como Tumblr o Netvibes únicamente por el hecho de que amalgamen un alto contenido en temas relacionados con el arte. A su vez, el que establezca una diferenciación entre archivos —selección previa relativa a una especifidad— y montajes —elementos compuestos según una lógica buscada— no es suficiente. Además, el hecho de que este modus operandi pueda extrapolarse al mundo real, como también ejemplifica, mediante exposiciones que sigan los principios de funcionamiento de los agregadores o que muestre el Contemporary Art Daily como prototipo de agregador cuya función es comisariar motores de búsqueda, tampoco despeja el camino sino que más bien lo enmaraña. Pienso realmente que esta idea es buena y estoy de acuerdo con Joselit cuando dice que «los agregadores filtran un mundo saturado de información mercantilizada, haciendo plástico y visible el desnivel de globalización», pero su propuesta deja flecos que deben se matizados pues se corre el riesgo de sucumbir ante la generalización.
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