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Los espacios independientes pueden llegar a ser los lugares donde ocurre el arte. Paralelos a dinámicas institucionales o no, la aparición de propuestas independientes supone demostrar que un contexto artístico está vivo y quiere estar presente. M I A M I es un ejemplo de ello, en Bogotá.
Si pensamos en el cerebro como una suerte de laboratorio humanista nómada, cuando a éste le toca descifrar un contexto nuevo, la comparación se presenta inmediatamente como uno de los métodos frecuentes a disposición del pensamiento. Confrontar lo desconocido con lo que ya se conoce es un hábito del entendimiento. Y, aunque odiosas, las comparaciones resultan inevitables. Si pensamos en el arte emergente como un fenómeno global marcado por las particularidades locales de cada territorio, lo más frecuente, en una primera toma de contacto con un contexto nuevo, es proceder por comparación con el contexto que ya se conoce.
Acostumbrada al fuerte peso de la institución dentro de las dinámicas del arte emergente en Catalunya (pudiendo llegar a otorgarle el calificativo de institucional) no es extraño pues, que sorprendan espacios como M I A M I en Bogotá, Colombia. A primera vista, M I A M I es una casa más dentro del atractivo barrio de Teusaquillo. Sin embargo, la bandera negra que ondea en su exterior, ya nos dice que algo particular se cuece allí dentro. La historia de M I A M I empieza hace apenas un año de la siguiente manera: grupo de artistas busca espacio que sirva como taller para alguno de ellos. Tropiezan con una casa en arriendo y, sin pensárselo dos veces, la toman en alquiler sin tener tampoco muy claro a priori qué hacer con el espacio. A este punto el pensamiento por contraste nos recuerda que, en ciudades como Barcelona, las exigencias jurídico-económicas a la hora de alquilar un espacio son tan grandes que proceder tan informalmente como hicieron los fundadores de M I A M I resulta, si no inimaginable, bastante inverosímil.
El proceso de conformación de M I A M I como un espacio independiente de producción, exhibición y difusión de arte contemporáneo es inverso a la lógica teórica habitual, según la cual los proyectos vienen antes que los espacios donde éstos tendrán lugar. Esta peculiaridad fundacional sirve, de paso, para entender también que M I A M I todavía esté en proceso de testeo, examen y transformación. Y que esto no sea una debilidad sino un punto fuerte. Pero vayamos por partes.
M I A M I funciona como espacio de producción gracias a los talleres de artista que aloja en su interior y que, además, suponen la fuente de ingresos fundamental con la que costear, al menos, los gastos del alquiler de la casa. M I A M I funciona como espacio de exhibición gracias a las exposiciones que produce con una agenda que, si bien, está más o menos planificada, permite la inclusión espontánea de otros proyectos externos. M I A M I funciona como espacio de divulgación gracias a la presentación y lanzamiento de publicaciones y a la proyección de películas en formato cine club. M I A M I funciona, además, como espacio de discusión. Interna, si pensamos en el proceso de reevaluación constante de sus integrantes; externa, con la introducción de debates abiertos en torno a cada una de la exposiciones que acoge el día de su inauguración.
El hecho de que dentro de la casa existan talleres donde artistas producen obra podría llevar a pensar que es esta producción interna la que sostiene y construye las exposiciones. Nada más lejos de la realidad. Si bien la política de M I A M I no excluye que los artistas “de la casa” puedan exponer, su conducta es más proclive a introducir material externo con el fin de estimular un espacio que podríamos calificar, asumiendo la problemática del término, como abierto. Cierto es que todo colectivo artístico está formado por personas y que éstas se relacionan mediante unas sinergias determinadas que fácilmente podrían desembocar en confundir autogestión y autonomía con una endogamia exclusivista. Pero en el caso de M I A M I, esta posibilidad parece intentar disolverse porque dentro de sus paredes no sólo nos encontramos con artistas. Hay también un hueco para diseñadores y creadores de otras disciplinas que, además, intervienen en el debate interno de un proyecto conceptualmente poroso.
Cada contexto artístico tiene unos paradigmas, una problemática, un debate y una búsqueda de soluciones propios. Escuchando a los impulsores de M I A M I y leyendo proyectos de crítica como Esfera Pública, la variedad y heterogeneidad de espacios independientes diseminados por Bogotá hacen que la discusión actual gravite, no sobre las posibilidades y los límites de la institución artística sino alrededor de la adjudicación de categorías como independiente y/o alternativo a los diversos espacios que están surgiendo. La demanda, desde un posicionamiento crítico, ante esta proliferación de espacios independientes es el establecimiento de un diálogo reflexivo entre los diferentes proyectos, a la vez que se revisan espacios difuntos que surgieron (y quizás desaparecieron) por su radical fidelidad a lo independiente. Como apuntaba Gabriel Mejía, uno de los cinco “socios fundadores” de M I A M I, uno ha de ser consciente de que la mayor parte de proyectos de este tipo “son de corta duración” ya que no destacan tanto por su longevidad como por su actividad.
El reciente interés de las políticas estatales por participar en la financiación de estos espacios de producción y circulación ha hecho saltar a palestra la controversia de lo independiente en torno al arte contemporáneo en Bogotá. En el caso concreto de M I A M I, que recientemente ha ganado una de estas ayudas estatales, estos impulsos gubernamentales no estuvieron exentos de cierta desconfianza inicial a la hora de presentar el proyecto a concurso. Ya se sabe que el dinero gratis pocas veces carece de intereses o exigencias colaterales. Y que no en todas partes la producción artística ha tenido una tradición de incentivos para su financiación desde el dinero público. Sospechas sobre el interés de las políticas gubernamentales en materia de arte a un lado (cuándo se interesan porque se interesan y cuándo no, porque no lo hacen, el recelo es una constante), en Bogotá la atención estatal está reorientándose hacia los espacios artísticos frente a los clásicos formatos de convocatorias para la producción o las residencias internacionales que todos conocemos.
Si hay algo que caracteriza actualmente a una institución de arte contemporáneo es el interés, el estudio y la reflexión con respecto a una de las grandes partes implicadas en su ecosistema cultural: el público. Así como hay una ideología determinada detrás de cada espacio institucional, hay estrategias de acción para la formación de públicos posibles. Pensemos, por ejemplo, en la introducción de programas públicos en muchos museos de arte contemporáneo donde la creación de un eje discursivo paraacadémico es tan importante como su programa de exposiciones. Aunque cuando pensamos en los espacios independientes, lo primero que se nos viene a la cabeza es la fascinación por el impulso de lo autónomo, la cuestión del público tampoco es ajena a ellos. De momento y debido a las condiciones de existencia más o menos precarias que pueden influír en el desarrollo de los espacios independientes de arte, esa formación de públicos que viene de la mano de una estrategia mejor o peor planificada, no parece estar tan presente como en el ámbito institucional. Uno de los riesgos que corren estos espacios radica en que, en vez de tener un público crítico y asiduo, sólo consigan tener ese tipo de visitantes esporádicos –amén de amigos cercanos- que acuden a los lugares cuando ofrecen el encanto de la novedad, están de moda y se habla de ellos en los pequeños círculos de la sociedad artística. Los miembros de M I A M I, por ejemplo, se han dado cuenta de que, de momento, parecen tener dos grandes sectores de público: el que se acerca a conocer las exposiciones y el que, regularmente, acude a las proyecciones del cine club. La pregunta aquí, para ellos, es cómo conseguir que estos dos tipos de público se interrelacionen y se interesen por todas las actividades de la casa.
Siguiendo el ejemplo de M I A M I, de quienes podríamos decir que “empezaron la casa por el tejado”, esta crónica podría terminar por dónde empiezan la mayor parte de las cosas. Por su nombre. M I A M I, la evidencia al poder, debe su nombre a la famosa ciudad estadounidense y, a pesar de las contradicciones geográficas, la ciudad más importante de Latinoamérica por lo que tuvo de sueño para muchos latinoamericanos. No obstante, desde Teusaquillo piensan más en una relación conceptual que en la emigración hacia paraísos artificiales. M I A M I se apropia de Miami por la condición de resistencia a las definiciones herméticas que habita en ambos lugares.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)