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Es esto, precisamente, lo desvelado, lo hecho claro en la oscuridad.
José Luis Brea
Justo cuando pienso, «no entiendo lo que veo», cambia lo que estoy viendo. Hace al menos diez minutos que estoy sentada en esta silla. Una silla que, dentro de la inmensidad de la sala, no ubico. Una sala que conozco, pero que no puedo reconocer. Al entrar no he podido ver nada, sólo la silla bajo la luz insuficiente de la linterna del guía. Es la primera de una fila de ocho sillas (las ocho que nos había dicho que encontraríamos), pero que no vemos. Y he corrido… bueno, corrido no: me he aproximado a tientas siguiendo el foco hasta sentarme, para dejar pasar las compañeras, y evitar -si me quedaba de pie- tropezar, caer o perderme en la oscuridad, que me parecía absoluta.
Encuentro una cita de James Turrell -que también hace espacios oscuros- en un texto de Brea, y dice «there is never no light[[Todas las citas estan extraídas del libro El cristal se venga, textos, artículos e Iluminaciones de José Luis Brea, editado por María Virgina Jaua. Fundación Jumex Arte Contemporáneo, 2014]]. Brea habla de la escritura como una ilusión de claridad, del sentido de la escritura, de la necesidad de la escritura; o mejor dicho de la crítica, y sobre todo, del sentido y de los sentidos de las palabras en un mundo logocéntrico como el nuestro, donde incluso queda en suspenso la idea de la centralidad de la imagen que tenemos tan asumida. Habla, -escribe quiero decir-, sobre el insípido delay que se produce entre el evento de un signo y el afloramiento del sentido, o de la imposibilidad de sincronía de la reacción perceptiva. No es posible que no haya luz, lo que pasa es que no la vemos.
Pasados los primeros diez minutos empiezo a ver cosas, pero me resulta imposible descifrar qué veo ni el espacio en el que están. No entiendo si ante mis ojos hay una pantalla, una cortina, unos muertos vivientes, o la cueva del monstruo. Las compañeras balbucean cosas intentando ponerse de acuerdo sobre qué tenemos delante, pero lo que dicen no es demasiado alentador. Sigo sentada sin decir nada, hasta que digo que no entiendo lo que veo. Todavía no he leído el texto de Brea. Estoy sentada, inmóvil, y fuerzo la vista. Pero en realidad no hay nada por entender, sólo hay cosas por ver. No importa qué es, lo importante es verlo y punto. A partir de ahí cada uno y su imaginación.
No se trata de una instalación de James Turrell, sino de la madrileña Sara Ramo. Quizás porque no la conocemos y no sabemos qué nos espera, algunas de las compañeras, desconfiadas, piensan que nos están engañando, que la luz sube lentamente de intensidad, pero no es así. Hay muchas cosas que no percibimos, y que no sabemos que no vemos, hasta que nos sentamos en una cueva oscura y con los ojos muy abiertos escudriñamos la oscuridad. ¿Son los sentidos los que nos engañan? No es posible sentir el movimiento del músculo de la retina abriéndose y cerrándose para dejar pasar la luz. Ni engaños, ni focos trucados, ni monstruos. Una acción física de la que no tenemos conciencia en las circunstancias habituales de la vida cotidiana.
Brea habla de la escritura, del sentido de los signos que comprendemos con retraso. De la ilusión de claridad ante la imposibilidad de desentrañar un sentido único y sincrónico. Y recuperando la frase que encabeza el texto, la oscuridad como el único espacio donde se pueden desvelar sentidos que la plena luz no nos permitiría. Esto es lo que nos propone Sara Ramo: situarnos en este estado de vigilia, de paciencia, de delirio de los sentidos, para que intentemos desvelar el sentido de la oscuridad -o de la claridad, depende de cómo lo mires-. Del mismo modo que la crítica intenta desvelar el sentido de algo, o este texto el sentido de Desvelo y traza.
Desvelo y traza quiere emular o incitar la vela, un estado físico que nos mantiene alerta, que nos genera incertidumbre, dudas, desconfianza, confusión, respecto a lo que sentimos o vemos. Se altera la comprensión del límite entre realidad y ficción para mostrar la vulnerabilidad de nuestro sistema de percepción, en el que normalmente creemos «ciegamente». Ramo nos ha dejado ciegos, la relación entre lo real y lo imaginado ya no es clara, o es, por fin, claramente un lío. Pero es, según Brea, la única opción para leer en la ilegibilidad. Se desmantela el gran constructo sobre lo real y la percepción que nos da confianza para ir por el mundo, y vuelven las inquietudes de cuando éramos pequeños y teníamos monstruos debajo de la cama. El mundo de «ahí fuera» no es ni «ahí» ni «fuera». Debemos ser pacientes, y esperar. Sentados en nuestra silla. Me inquieto, y al final me asombro. Pierdo la noción del tiempo, recupero del espacio poco a poco. Hay alguien que dice que parece una catedral.
Sara Ramo trabaja a menudo en esta dimensión poética, en la relación con un entorno cotidiano que se ve alterado por nosotros mismos, citando a Turrell de nuevo «my work is more about your seeing than it is about my seeing«. Somos nosotros los que nos alteramos. Inevitablemente es nuestra inquietud la que llena los huecos de lo que no comprendemos, y la inquietud nos hace generar imágenes mentales -imaginar- que no provienen de la oscuridad sino de los archivos de nuestra experiencia, nuestros monstruos adultos, signos improbables, ilegibles, imaginados. No lo podría decir mejor que Brea, «El mundo es nada más que el propio movimiento del pensar«.
La intervención de Sara Ramo, artista hispano-brasileña, que se puede ver en La Panera hasta el 18 de enero, es una coproducción con Matadero de Madrid, donde se pudo ver este año.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)