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A Royal Affaire (2012) es una película que confirma la buena salud del cine danés, así como la concentración de talento por metro cuadrado en un país tan pequeño. No es un film de culto, ni su director tampoco, aunque el nombre de Lars von Trier aparece como productor ejecutivo. De corte más bien clásico, A Royal Affaire se centra en un drama que forma parte de la historia danesa, situado en la segunda mitad del siglo XVIII y protagonizado por el triángulo formado por el rey Christian VII, conocido por su personalidad emocionalmente inestable, su esposa, Caroline Mathilde y Johann Struensee, el médico personal del rey. La película se centra en las relaciones entre los tres personajes: la confianza y dependencia entre Christian y Struensee y la complicidad entre Caroline Mathilde y Struensee, primero basada en afinidades intelectuales e ideales compartidos y, más tarde, en vínculos sentimentales.
Uno de los grandes logros del film es la manera en que estos personajes y la trama quedan engarzados en un conflicto más trascendente como es el paso de un modelo de sociedad todavía medieval a la apertura hacia la Ilustración (curioso que el término parezca menos abierto en su denominación en castellano que en otros idiomas: Lumières, Enlightenment, Illuminismo, Aufklärung…). A Royal Affaire muestra a la perfección el anquilosamiento de ciertos estamentos sociales y su lucha encarnecida por mantener unos esquemas que se demostraban caducos, basados en la explotación, la ignorancia, la superstición y la tiranía. Struensee, Caroline Mathilde y un pequeño grupo de nobles, con la complicidad más o menos consciente de Christian VII, intentaron cambiar el modelo de sociedad (y lo consiguieron durante un breve período), siguiendo las ideas de los pensadores de la Ilustración. Entre otras medidas lograron abolir la censura, la esclavitud y disolver un consejo de estado anquilosado y corrupto.
Aunque el trailer del film subraye más los aspectos sentimentales y casi épicos de la historia, una de las virtudes de A Royal Affaire es un clasicismo y una riqueza de matices que hace que los trajes de época y las pelucas pasen a un segundo plano y sea fácil trasladar a la actualidad algunas de las cuestiones que plantea. De hecho cada día somos testigos de esa lucha entre modelos, de esas dos vías posibles: por un lado, una sociedad más igualitaria, democrática y abierta y, por otro, una voluntad de control y manipulación, de limitación del conocimiento, de instauración de ciertos tipos de censura y de reducción de los derechos laborales, sociales y, ahora que parece que nada es intocable, incluso humanos.
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