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Trazos infinitos de lápices y bolígrafos BIC de colores; folios doblados, desdoblados y apilados; carpetas ordenadas en filas y columnas; gomas dispuestas una tras otra; el ritmo constante del tecleo de una máquina de escribir; unos y ceros, ceros y unos. Ignacio Uriarte, la oficina, el esfuerzo improductivo y la repetición que explora las pequeñas variaciones y que no impide inesperados descubrimientos. Nostalgia, humor y resistencia. Constelaciones opuestas y a la vez complementarias. Entrevistamos al artista para abordar los atributos que caracterizan los universos poliédricos de la serialidad de su obra, charlamos de las viejas y nuevas formas de trabajo, y hasta le pillamos el punto a las Boiler Room.
*Imagen de portada: Negative Light Matrix, 2015. Tinta pigmentada sobre papel. 25 dibujos, 59,4 x 42 cm c/u
Cortesía White Space Beijing & NoguerasBlanchard, Barcelona y Madrid.
En Mac y su contratiempo, Enrique Vila-Matas recoge una idea de Soren Kierkegaard acerca de la repetición que quiero comentar contigo. Decía Kierkegaard: “la repetición y el recuerdo son el mismo movimiento pero en sentidos opuestos, ya que aquello que se recuerda se repite retrocediendo, mientras que la repetición propiamente dicha se recuerda avanzando”. La repetición sería así un imposible, ya que al repetir se acaba haciendo siempre otra cosa. La repetición ocurriría como expectativa, como deseo. En tu obra, el gesto repetitivo, el uso consciente de la repetición y sus procedimientos son una constante. ¿Qué es para ti la repetición?
La repetición es un método que uso en casi todos mis trabajos. Mediante la repetición de un solo gesto cotidiano para crear un dibujo represento lo cíclico y repetitivo de la vida (laboral). En mi obra, la repetición además suele llenar un espacio de forma regular, por ejemplo un dibujo monocromático. Me gusta la contradicción de que un espacio lleno sea similar a un espacio vacío. La contradicción de que se requiera mucho trabajo para llegar a casi nada me gusta porque, así, el dibujo, aparentemente vacío, prácticamente solo se puede leer como la representación del tiempo y el esfuerzo necesarios para hacerlo. Eso ancla la obra en la realidad banal y cotidiana del mundo laboral. Con la repetición también intento representar el lado más humano que se asoma cuando uno se somete a una disciplina férrea. Se llegan a cumplir las reglas hasta cierto grado pero no del todo. Hay unas variaciones/desviaciones dentro de unos rangos, como en el experimento científico, en el que también se establecen unas premisas y se repite el experimento muchas veces para determinar un rango de resultados. En mi trabajo, el no cumplimiento, la fluctuación dentro de unos parámetros revela el lado humano del trabajo, el estado de ánimo, las limitaciones físicas… No se expresan mediante el gran gesto, sino mediante miles de variaciones/desviaciones. El resultado podría llamarse tipología de errores – otra visión un poco existencialista de la vida y del proceso artístico. A nivel personal, la repetición también me permite la trascendencia, un poco como en la meditación o el rezo. La insistencia en una actividad, la observación repetida de un fenómeno, facilita el pensamiento y da la tranquilidad para viajar con la mente de una forma un poco más serena y ordenada.
Me gustaría entrar un poco en esa paradoja, en ese contrasentido que encierran tus procedimientos de repetición donde se identifican diversas poéticas y diversas relaciones con lo real. Por un lado parecen celebrar el placer por la propia repetición, al tiempo aluden a un rechazo al anquilosamiento, un deseo de regeneración o de esa trascendencia que señalas. Te escribo estas líneas mientras escucho (vía podcast de Ràdio Web MACBA) una de tus piezas sonoras, Contar 8 horas, que me remite al techno y su capacidad de convertir la reiteración en un gesto sublime. ¿Cómo empezaste a trabajar con el sonido? ¿Qué hay de somático en tu trabajo? Y por curiosidad, ¿te gusta el techno?
El placer de la repetición es en cierta manera masoquista. No soy una persona ni ordenada ni disciplinada por naturaleza. Por eso en mi vida como empleado de oficina solía sufrir la rigidez jerárquica que te obliga hacer las cosas una y otra vez de la misma manera. Hoy en día, en mi práctica artística, el sobrecumplimiento de las reglas con exagerada disciplina representa una especie de rebelión y respuesta a mis traumas del pasado. En algunas obras elevo el más mínimo gesto sin sentido a único protagonista de una obra compleja y monumental que obedece (y por tanto representa) unas estrictas reglas de ordenamiento.
En la pieza sonora que tú mencionas, una voz cuenta durante ocho horas, a ritmo de segundero. De esa manera representa (y sufre) un típico día laboral, pero a su vez crea una equivalencia entre lenguaje y tiempo que a mí me parece muy bonita e interesante. Mi interés por el sonido empezó con mi interés por la rutina. La rutina es una actividad repetida periódicamente y eso se puede representar y percibir muy bien mediante el sonido. De hecho, en la música, la mayoría de nosotros preferimos que haya un ritmo, que no es otra cosa que una repetición periódica.
Escucho todo tipo de música. El house y el techno prefiero verlos además de escucharlos, por ejemplo, en un Boiler Room o un Against the Clock – dos formatos en YouTube. Siento que la música se vuelve más viva si eres capaz de entender que son manos las que generan los sonidos.
Siempre que se habla de tu trabajo se trae a colación que abandonaste tu antiguo trabajo en una oficina y tu carrera de Administración de Empresas. Sin embargo, con las nuevas formas de trabajo que ha traído el postfordismo, ese abandono se me hace algo borroso. Si aceptamos el argumento de que la división entre “tiempo libre” y “tiempo laboral” es cada vez menos perceptible, y más si cabe en el caso de los trabajadores culturales (una ya no sabe si lee o investiga, o si charla o entrevista… ), ¿tiene sentido seguir asociando tu producción a la oficina? (Reflexión que te lanzo desde el salón de mi casa, que es mi oficina).
Para mí tiene sentido. Está claro que la oficina como la conocemos va a desaparecer. En el futuro el trabajo administrativo será realizado por algoritmos y los nuevos empleados de oficina serán programadores capaces de perfeccionar el software de empresa y erradicar errores. De hecho, en gran medida ya es así. Y lo mismo sucede con el obrero de fábrica futuro que será sustituido por robots e ingenieros. La tendencia existe desde los años ochenta.
Lo que curiosamente no hemos superado es la atadura mental a la oficina como lugar real que sigue existiendo a veces físicamente, a veces mentalmente y a veces en forma de software. Por ejemplo, en nuestros ordenadores seguimos usando el concepto de escritorio, carpetas y papelera – todo ayudas mentales para poder seguir relacionando contenido y espacio físico, para sentirnos seguros y no perdernos en la desmaterialización (real).
Vivimos en la era analogital. Se nos permite un grado de nostalgia, un apego al mundo físico y a hábitos aprendidos. El mejor ejemplo es el ordenador mismo: si comparamos un laptop actual con una máquina de escribir portátil de hace cien años, veremos que hay pocas diferencias: tamaño e inclinación de hoja o pantalla, orden y situación del teclado. El 90% es idéntico. Según mi teoría, este diseño fue el que evitó que surgiera un nuevo movimiento ludista.
Efectivamente, misma postura corporal, casi idénticos movimientos de dedos y ojos… ¿Quizá el ser humano necesita aferrarse a un objeto reconocible y asumible -la máquina de escribir- ante una tecnología -la computacional- cuya escala se sustrae de nuestra capacidad de percepción y representación? ¿Quizá fuera esa la única manera de intentar “salvar” esa distancia imposible que, siguiendo a Günther Anders, existiría entre la capacidad de creación de una tecnología y la comprensión sobre su alcance?
Antes de la introducción del PC, el ordenador se retrataba (y percibía) como un ente todopoderoso que sería capaz de pensar de forma independiente y de trabajar con el ser humano, pero también de controlarlo y luchar contra él. La película 2001: Odisea en el Espacio es un buen ejemplo de esa visión tan escéptica y a la vez realista. Cuando, en el 84, llegó el PC y sustituyó a la máquina de escribir y la calculadora en los escritorios de secretarias y contables, se nos vendió como una super-máquina de escribir. Como cangrejo ermitaño, el ordenador se metió en la cáscara de la máquina de escribir difunta para usarla como caparazón y protegerse de cualquier crítica. El ordenador de repente parecía inofensivo y nadie se puso a pensar que esa máquina tan familiar en su forma se cargaría millones de puestos de trabajo y aumentaría el control y la presión sobre trabajadores y ciudadanos en general.
Y volviendo a la pregunta: sí, el ser humano tiene una necesidad de aferrarse a las formas y maneras de hacer que conoce y domina pero fue el poder, en este caso el mundo corporativo, quien desde arriba supo dar una apariencia inofensiva a la revolución digital, fomentando la permanencia de formas y hábitos conocidos, por lo menos en la superficie.
Apuntabas más arriba que hoy se nos permite cierto grado de nostalgia del mundo físico. ¿Y de resistencia? ¿Es posible resistir desde el cuerpo, desde el gesto cotidiano?
El arte ofrece muchas vías de resistencia. Para empezar no se aplican las reglas de la eficiencia obligatoria que suelen regir el comportamiento del homo economicus. De hecho, es una estrategia bastante habitual del arte conceptual darle la vuelta a estas reglas y, por ejemplo, dedicar muchísimo esfuerzo a lograr casi nada. Esto puede sonar banal pero es un acto casi revolucionario. En mi caso convierto el gesto cotidiano, improductivo, en único protagonista de algunas obras que requieren mucho esfuerzo. Agrando el gesto, lo monumentalizo. Al mismo tiempo someto el gesto a una rutina férrea. Ordenando lo desordenado ahogo cualquier intento de huida o distracción de la realidad. A la vez, yo me distraigo de mi realidad haciendo estos dibujos meditativos. Es todo bastante complejo y ambiguo pero, volviendo a tu pregunta, veo mi trabajo como una micro-resistencia en clave humorística. La metáfora de mi modo de trabajar sería un niño al que los padres le dicen “¡Ponte recto!” y que reacciona caminando ultra-estirado y tieso, de forma casi robótica. Es demasiado serio para ser tomado en serio, es una burla.
¿Qué cosas se repiten en tu día a día? ¿Cuál es la rutina de tu estudio?
Me suelo levantar alrededor de las 7:00, a veces antes, y hago un poco de música con un secuenciador y sintetizadores. Es una especie de jam session de entre diez minutos y una hora. Como soy aún muy malo, he decidido no guardar absolutamente nada y empezar cada vez de cero. Esto lo repito antes de irme a dormir. Suelo ir al taller de 9:00 a 19:00 y dedico la mayor parte del tiempo a dibujar. Voy cambiando de actividad / tipo de dibujo: Por ejemplo, en un día típico puedo hacer unas cuatro horas un dibujo a máquina de escribir y trazar luego tres horas líneas rectas sobre una mesa de dibujo técnico. Son actividades muy físicas y hay que variarlas para evitar dolores de espalda. Salgo a comer cuando me da hambre y casi siempre le dedico una o dos horas a trabajos más administrativos que últimamente tengo un poco descuidados: correspondencia con galerías, contabilidad, etc. Como tengo una agenda de exposiciones apretada, hago muchas obras pensando en espacios específicos e intentando crear una especie de narración / composición. Otras veces me doy el lujo de crear obras sin pensar en nadie y en nada o incluso dándole la oportunidad a una idea floja. A veces estas obras acaban siendo las mejores.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)