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La Galeria Wyzytująca de Varsovia ha abierto una monográfica con los últimos trabajos de Magdalena Moskwa, artista –consagrada- originaria de Łódź. Leszek Czajski, dueño de la galería, me comentó cómo la artista iba concretando su centro de atención, desde el retrato y los fragmentos de cuerpo hasta llegar a visiones detalladísimas de lo que parecen (¿son?) orificios, ranuras, recovecos, de la anatomía humana. Me condujo, para comprobarlo, hasta la última obra realizada por la artista: un orificio aumentado por una lupa, horadado en profundidad, vislumbrado por la iluminación de la galería que en ese momento parecía convertirse en luz quirúrgica improvisada. Venas, pelos, secreciones, mucosas, elasticidad muscular. La sorpresa-rechazo-fascinación fue instantánea. Y les pasó a todos los que se “asomaban”.
Intercambié algunas palabras con la artista. No, no hablamos de agujeros, orificios, oquedades ni cosas por el estilo; tampoco de cuestiones femeninas, feministas, feminoides. Me comentó, sencillamente, que prefería dejar al espectador reaccionar ante su obra. (¿Cuántos artistas explican su obra?). Pero como había observado que lo que se escribía en torno a su obra seguía siendo lo mismo de hacía años (claro caso de imperdonable pereza crítica) tuvo que “explicarse” recientemente en contadas entrevistas. En efecto, la obra de Moskwa ha sufrido una evolución significativa. Sin embargo, se trata de una evolución lógica, dentro de unos parámetros que van, por así decirlo, afinándose. Lo resultados son sugerentes e innovadores, y eso que parten del arte de los antiguos flamencos.
Profundizar en el trabajo de Moskwa supone dejarse atrapar por una estética y un discurso que ahondan sus raíces en la historia de la pintura, al tiempo que en las propias del ser humano. El cuerpo, hermoso y horrendo contenedor del alma, ésta también con ambos polos en las fronteras de la locura. Sus obras son, podríamos decir, invitaciones a penetrar.
En momentos precedentes, Moskwa creó retratos de personas inexistentes, frutos de fusiones y deformaciones escrupulosamente trabajadas, dibujados con precisión de cirujano (perdón, de antiguo flamenco), insertados en espacios vacíos, blancos o plateados, de claras reminiscencias icónicas, con detalles decorativistas orgánicos (tanto como las vísceras San Erasmo) subrayando una teatralidad minuciosamente planificada. Seres como sacados de fábulas, o de tratados de medicina psiquiátrica. Una galería de los horrores fascinantemente estética.
Y si los antiguos flamencos usaban pinceles de un pelo, ¿cómo nos ha de extrañar que Moskwa -que los admira- emplee directamente pelos, resinas y técnicas mixtas hasta llegar a la híper-realidad, fingida pero palpable, de los orificios que nos presenta en su última obra? Venas, capilares, morbosidad de la piel. La piel, cálida, latente, frágil, dañada, supurada. Envoltura del cuerpo. De Sisamnes, y de todos.
Que Moskwa haga, además, incursiones en el campo del diseño de vestuario nos habla de una misma idea: la ropa como segunda piel. Vestidos de telas toscas, viejas, usadas, con vida. Cosidas, ceñidas, oprimentes, desgarradas. Los ropajes vacíos, desprendiendo por sus “poros” presencias más potentes y efectivas que las reales. La fotografía es igualmente empleada por la artista, no con fin documental, sino como captadora del espíritu, de la cercanía real de la locura. Sumergirse en la obra de Magda Moskwa es “penetrar” hacia algún lugar del que resulta luego complicado “salir” sin sufrir cambios.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)