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Todavía a pleno sol, la tarde del día 11 de agosto la plaza del Matadero de Madrid estaba llena de coches. Uno de ellos, naranja, parecía haber sido cercenado por la mitad con una motosierra. Otro, pintado de amarillo brillante, mostraba su interior con las puertas alzadas hacia arriba. De los más discretos era un Golf cuya carrocería granate brillaba con las tonalidades de la purpurina dorada. Los vehículos habían sido prestados por el colectivo de tuneros KDD, dedicado a organizar kedadas de coches, y desde sus radios se disponían a pinchar sus sesiones veinte músicos y colectivos entre los que estaban Discoteca, Le Parody o Post Club. Comenzaba así Parkineo 17, un evento creado por Paula García-Masedo, Andrea González y Lorenzo García-Andrade, que lo concebían a la vez como celebración y como pieza artística en la que, a la manera de un ready-made se trasladaba al contexto artístico esa forma ilegal de fiesta que suele ocupar con música, bebida y reunión en torno al automóvil los aparcamientos de grandes discotecas, zonas rurales y periferias de ciudades.
En la convocatoria, los organizadores incidían en el aspecto espacial, señalando que los parkings «eran y son lugares en los que muchos pasan más tiempo y se divierten más que en las propias discotecas». Asimismo, resaltaban la actividad multifuncional del coche, que en estos contextos «se convierte en cama, cambiador, discoteca móvil, nevera, pista de baile y punto de reunión». Pero si el espacio fue el parking y el objeto infraestructural el automóvil, lo más importante de Parkineo 17 fue la comunidad que hizo que ambos formasen parte de algo distinto.
Parkineo 17 se estaba organizando en un momento de indudable retorno de la cultura rave. En el contexto español, ese retorno no puede eludir el referente de la Ruta del Bakalao que, tras años de una demonización que la vinculaba a las derechas, está ahora siendo recuperada en toda su complejidad. Tanto en la re-escenificación de un fenómeno paradigmático de los años noventa, como en la idea de generar un marco de encuentro entre comunidades, Parkineo17 hace pensar en la obra del británico Jeremy Deller, quien también ha trabajado el tema de la rave en obras como Acid Brass (1997), en la que una banda de instrumentos de metal interpretaba temas de acid house. En la línea del interés de Deller por la creatividad popular contemporánea, en Parkineo17 los coches tuneados aparecieron como creaciones potentes, que en su dimensión escultórica acapararon gran parte de la atención.
Al evento acudieron los propios tuneros, confluyendo en torno a sus vehículos con los músicos y colectivos, juntándose también con un público formado por personas vinculadas al mundo del arte, amigos de participantes, vecinos y curiosos que fueron acercándose a la plaza. García-Masedo habla de estar «juntando historias de personas», una concepción que entiende lo arquitectónico como equipamiento estructural y que se encuentra aquí con principios ligados a las estéticas relacionales. El formato de la fiesta siempre ha sido un buen articulador de diferencias y, en este caso, no sólo congrega grupos diversos sino que también integra dos formas diferentes de entender la producción de espacialidad.
Celebrándose en el verano de 2017, el parkineo del Matadero habla también de un rico entorno de fiesta más o menos legal que vive un momento de auge en Madrid y que, en cierta medida, está protagonizado por algunos de los músicos convocados. Por otra parte, el evento coincide con una tendencia a enmarcar la fiesta dentro de los dispositivos artísticos a la que hemos asistido en los últimos años. Tras el giro pedagógico, el arte relacional parece estar evolucionando hacia lo celebratorio, entendiendo la fiesta como catalizador social, performance y arte escénica. En el propio entramado artístico madrileño, esta línea encontraría eco en creadoras como Irene de Andrés con su trabajo en torno a las discotecas abandonadas en Ibiza (Festival Club. Where Nothing Happens, 2011-16), Ana Esteve, con sus vídeos de raveros (Después de Nunca Jamás, 2014) o de policías perreando (Encierro, 2010), o Raisa Maudit, con performances como Twerking para la revolución (2015).
El título de este último trabajo resulta significativo. En el mundo de la cultura, la fiesta se ha convertido en un símbolo de liberación corporal potencialmente política. En su influyente libro Rabelais y lo carnavalesco, Mijail Bakhtin teorizaba ampliamente acerca de su potencial revolucionario: el filósofo ruso asociaría el carnaval con la constitución de una colectividad que propiciaría el contacto libre e igualitario entre aquellas personas normalmente separadas por las jerarquías de propiedad, profesión, edad o clase social. En estos contextos se produciría un olvido de lo individual, disuelto en el grupo, así como un retorno a las funciones físicas, en un protagonismo del cuerpo.
A través de la fiesta y sus potenciales simbólicos, Parkineo 17 había convocado la estética y los dispositivos de la fiesta, convirtiéndolos en instalación y llevándolos al centro artístico. El gesto refleja la fascinación por la cultura rave hoy recuperada desde el arte. Los artistas fantasean, se influencian y participan de estas subculturas, al mismo tiempo que éstas están siendo reivindicadas desde la industria musical y las instituciones culturales. En el proyecto parece haber una intención de señalar: «mirad a la gente, mirad sus fiestas, allí está el arte».
Pero en Matadero Parkineo 17 acabó temprano: el contexto institucional imponía sus restricciones horarias. Tras el cierre de la plaza, con las ganas de fiesta en el cuerpo y un sistema de sonido portátil, algunas personas quisieron bailar bajo un puente. Nada más llegar, fueron recibidos por la policía, lo cual les hizo peregrinar hacia otro rincón junto al río Manzanares. Allí se encontraron con un grupo de personas en su mayoría procedentes de Bolivia. Unos chicos muy jóvenes se preparaban para la celebración de la Virgen de Urkupiña del día siguiente, y ensayaban sus coreografías a la luz de las farolas, con trajes brillantes. No tardó en llegar el mismo coche patrulla, y con el tono gris de las amenazas vació la zona. Aquella noche Madrid estaba llena de policía. La festivización (rave) del espacio público se volvía necesariamente ilegal, radicalizándose las visiones de parkineo y las prácticas del baile.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)