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En Londres llega el momento de las exposiciones de final de curso. Los “artistas jóvenes” buscan su lugar mediante exposiciones que se convierten en escaparates para el propio contexto artístico.
La pregunta, con cierta ironía, fue “¿y vendrá Saatchi?”. La respuesta, nada irónica, “ya pasó por aquí. Esta mañana”. Objetivo cumplido. Las exposiciones de fin de curso se están convirtiendo en uno de los supuestos caminos para llegar al éxito en el mundo del arte. Hablamos de “éxito” ya que algo que podría ser un tiempo –el de los artistas que exponen dentro del marco educativo- de experimentación, de propuestas arriesgadas, de brillantes errores y opciones alejadas de lo reconocible se convierte en un escalón dentro de una carrera previamente definida. Definida por el propio sector y, más concretamente, por la parte económica. El camino “British” es transparente: estudiar en una escuela que tenga un perfil específico y una marca de calidad, realizar trabajos formalmente perfectos, moverse dentro de unas coordenadas de contenidos no demasiado alejadas de lo que se observa en las galerías y esperar a que alguien les acoja en el mismo mercado. Y claro está, el resultado se aproximará aún más al objeto, hacia lo vendible, hacia lo atractivo en esos treinta segundos que se destinan por obra en una feria.
Las escuelas se convierten en el primer mercado y su función no es simplemente educar artísticamente sino también profesionalmente, aunque a veces la segunda parte sirve para olvidar la primera, generándose fantásticos productos de dudoso interés artístico. Páginas web perfectamente diseñadas, tarjetas de visita por doquier, textos cortos y currículums a primera vista. Casi todo sigue las normas ya definidas, casi todo sigue el ritmo que marca el propio sector. O sea, velocidad y a por el siguiente proyecto.
La exposición de final de curso se convierte en un momento de visibilidad alta. Tomemos el ejemplo de la exposición organizada por Slade, la escuela de arte del University College of London. Los estudiantes del MA y del MFA presentan sus trabajos. La universidad se convierte en una pequeña feria con multitud de proyectores de 16 mm, pantallas planas, pinturas e instalaciones. Unos 80 artistas presentan sus trabajos, compitiendo unos con los otros. Mucha derivación de la pintura en instalación, trabajos desde cierta subjetividad (casi sin historias personales pero con narradores en primera persona, tema interesante), muchos colores y trabajo con el espacio físico. Lo político (ni que sea a nivel de identidad política) ocupa un tanto por ciento reducidísimo y el trabajo con la comunidad se deja para esos proyectos que financian las instituciones. Lo de verdad es el mercado, la notoriedad es Tracey Emin escribiendo en los periódicos sobre su práctica artística.
El vídeo pide de la sincronización de múltiples pantallas (nada de monocanal) o directamente se pasa a la proyección en 16 mm. Seguramente la velocidad de lectura y la fascinación (sea por lo multiplicado de la imagen o por el carácter de recuperación del momento mágico del cine) tiene mucho en relación a estas puestas en escena. Destacar la brillante ejecución de algunos artistas como Richard Bevan, que presenta una instalación con varios proyectores de 16mm mostrando a una persona en cada pantalla encendiendo y apagando una linterna. Un sensor de luz (en la propia pantalla) recoge la luz emitida por las linternas y la convierte en un sonido que generará una melodia azarosa que se crea en el momento de proyección. También es excelente la producción de Helen Dowin con sus tres canales de vídeo alternos (uno en pantalla plana y dos en proyección) mostrando la voluntad creativa de enfermos: por un lado vemos a alguien con problemas psicológicos tocando el piano y por el otro a dos enfermos de parkinson intentando bailar breakdance. El trabajo roza lo mezquino (y es difícil ver si la artista quiere enseñarnos lo buenos que son o lo dramático que es todo) pero tiene un impacto visual, y ético, fuerte.
Impacto y momentos de “creación en directo” son dos de los sistemas que sobresalen para acercarse a esa escena ya definida, gritos instintivos para pasar al siguiente nivel. Cabría preguntarse si realmente no valdría la pena repensar si tiene sentido pasar de nivel o no sería mejor inventarse un juego nuevo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)