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Poshumanismo y utopía en Aura Nera, de Regina de Miguel

Magazine

09 enero 2017
Tema del Mes: Fenómenos extrañosEditor/a Residente: A*DESK
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Poshumanismo y utopía en Aura Nera, de Regina de Miguel

Cerca de la conclusión de su célebre Manifiesto para cyborgs (1985) Donna Haraway agradecía a un grupo de escritores de ciencia ficción como Joanna Russ, Samuel R. Delany, James Triptee Jr y Octavia Butler por su involuntaria contribución con ese nuevo mito sobre la identidad y los imaginarios políticos contemporáneos. Si a estos referentes le sumamos la ingrávida delicadeza de la antropología especulativa de Úrsula K. Le Guin -omnipresente en la obra de de Miguel, podríamos considerar las tesis de Haraway como una de las fuentes principales de las que bebe Aura Nera en su inmersión en las condiciones contemporáneas de producción de conocimiento como tecnologías de ficción y dispositivos hipotéticos. Como la obra de ficción especulativa de aquellos autores, Aura Nera deviene un oráculo artificial donde la posibilidad de una utopía poshumanista surge de un acto contradictorio y simultáneo: el rescate del pasado mitológico y una huida hacia delante, en una prospección de nuestro futuro como entidades biológicas superadoras de lo que actualmente conocemos como “vida”.

El laboratorio: un escenario para la incertidumbre

“Créeme, esta oscuridad es un lugar al que puedes entrar y estar a salvo como en cualquier otro”. Esta sugestiva frase nos recibe inscripta en una tipografía blanca sobre una magnánima cortina negra que funciona de portal entre mundos. Afuera queda el bullicio característico de Las Ramblas en diciembre y dentro de la sala lateral del centro Arts Santa Mònica nos adentramos en un espacio-tiempo sosegado pero imprevisible. Porque esta sentencia acogedora funciona como invitación carrolliana, como ese inquietante “Bébeme” de la botella de Alicia, que inaugura una instalación, un laberinto de estructuras metálicas cual estanterías industriales portadoras de unos tubos fluorescentes que encandilan con sus intermitencias estroboscópicas replicando el ciclo del día y la noche. Un simulacro de las condiciones artificiales para crear entidades biológicas, manipulado al extremo para producir una desmitificación de su uso habitual.

Así es como Aura Nera recrea la autosuficiente semiósfera de la ciencia, un “estrato” cultural condensado de símbolos y sentidos que tiene un escenario arquetípico: el laboratorio. Sin embargo, en este caso, funciona como un laboratorio de cultivos artificiales, libre de manifestaciones biológicas sensibles del control humano. Un escenario de ficción que deviene un banco de muestras, un muestrario de prototipos geológicos, herbarios o inmaculadas salas de museos de historia natural y otros entornos controlados que la artista Regina de Miguel visitó en contextos como el Centro de Astrobiología asociado a la NASA en Madrid, los laboratorios de cultivo in vitro de especies amenazadas del Jardín Botánico de Sao Paulo, el Instituto de Vulcanología de la Universidad de Barcelona, el Museo de Ciencias Naturales de Santiago de Chile y el Banco de Semillas de la ciudad de Vicuña, también en Chile.

A diferencia de la proliferación de tubos de ensayo de cristal y otros recipientes o instrumentos típicos de material transparente, que permiten visualizar a simple vista su contenido, en este laboratorio se exhiben una selección de recipientes de laboratorio que son opacos, negros.

El espejo negro: un umbral epistemológico

Junto a estos recipientes se exponen una serie de cristales negros. Son muestras de obsidiana, un material geológico portador de una sugestiva polisemia. Desde la Antigüedad, a la obsidiana se le atribuye un carácter de portal entre universos, de objeto conector, superficie mágica, interfaz esotérica, semejante a las alisadas pantallas de nuestros dispositivos tecnológicos de comunicación contemporáneos. Como material per se de los espejos negros, artilugios mágicos, la obsidiana sirve de ventana a la fantasía ambivalente: condensan el potencial de la mirada autoreflexiva con la prospección hacia fuera, la adivinación y el poder oracular. Esta oscuridad omnipresente en los objetos expuestos en Aura Nera también nos habla de los límites del conocimiento humano expuestos como paradigma por la astrofísica contemporánea. El estado de la investigación actual en la materia y la energía oscuras, así como sobre los agujeros negros, evidencia que nuestro conocimiento del cosmos es muy limitado (tal como sostiene el físico teórico y divulgador Carlo Rovelli (2016) “la ciencia nos enseña a conocer el mundo pero también a comprender la amplia vastedad de lo que aún ignoramos”) y por eso requieren de nuevos órdenes especulativos. Entre el laboratorio y el museo de historial natural, tanto los oscuros materiales de laboratorio como los cristales negros o las muestras de obsidiana, cuestionan las lógicas y los sentidos funcionales y utilitarios acostumbrados y nos interpelan a realizar nuevas asociaciones y producir nuevos sentidos.

Del laboratorio al laberinto: una biósfera oscura

“Cuentan que, en una época de mitos, indiferenciada del ensueño y sin distinción entre hembras o machos, seres humanos o bestias hubo un momento final, el momento del crimen”. Esta frase inaugura la pieza sonora que da sentido a este laboratorio-sala de museo de ciencias fantasmal. Las voces espectrales de la artista Lucrecia Dalt y la coreógrafa y performer Ania Nowak componen, a la manera de un siniestro coro griego, el marco narrativo que complementa esa oscuridad alegórica omnipresente en los objetos de la instalación. Las recreaciones de las historias de Medusa, Hécate, Medea, Perséfone y las Harpías, referencias a las tríadas mitológicas sobrenaturales como las Hespérides, las Moiras o las Górgonas, reversionan los mitos fundacionales. Y su eficacia se garantiza en la continua intersección con sentencias sobre las hipótesis de las contemporáneas teorías de la simulación, la liminalidad o la microbiología. Así es como se recrea un paisaje sonoro que evoca sueños y experiencias remotas, los mitos fundacionales, que son actualizados como posibilidades en un futuro poshumano, augurando nuevas formas de vida en una “biósfera oscura”.

Aura Nera debe su nombre a una escena de el Infierno de Dante donde un viento invisible y oscuro amenaza con intervenir en el mundo físico sin materializarse en algo sólido. La escena incluye al legendario rey Minos, hijo de Zeus y Europa, quien fuera el creador del laberinto, el símbolo para la falta de certezas, la incertidumbre. Así es como en este escenario el laboratorio deviene laberinto, y somos guiados por una “dialéctica de lo monstruoso”. Esta promueve la inquietud y el asombro ante lo desconocido y especula con las modernas formas de poder y (des)conocimiento desde la bioquímica, la microbiología o la física teórica para “iluminar” la posibilidad de una biósfera oscura donde la sombra de lo poshumano anide la utopía.

Aire negro y Chtuluceno: la utopía poshumanista

Aura Nera cierra un ciclo comisariado por Oriol Fontdevila: Xarxa Zande. Su nombre recupera la “red zande” una herramienta para cazar, una trampa de una tribu sudanesa que al ser expuesto en un contexto artístico dinamitó los límites entre arte y artefacto. Se convirtió de esta manera en objeto de un encarnizado debate sobre la propia institución artística, que implicó las acaloradas intervenciones de reconocidos antropólogos e historiadores y críticos de arte. En esta manifiesta voluntad curatorial de interpelar el artefacto artístico, Aura Nera deviene una transformación de los utilizados en la primer exhibición del ciclo, Unblackbox de Black Tulip, que incluía unas estanterías metálicas, reutilizadas como el escenario de este oscurantista laboratorio-laberinto. Además, Aura Nera retoma dos propuestas anteriores Ansible (expuesta en la galería Maisterravalbuena en Madrid en abril de 2015 y que incluía este tipo de estanterías metálicas) así como de We Are a Plot Device también en colaboración Lucrecia Dalt (Capella de Sant Roc, Valls, 2016) y las amplifica, efectuando una arqueología de las propias ideas que se expanden, configurando las condiciones de posibilidad de otras obras. Como el texto que presenta Aura Nera: el resumen de la novela apócrifa, excurso borgeano de la mano de Víctor García Tur o el juego de rol, un conspiranoico mundo de “space opera” inventado por el mismo escritor. Gracias a estos proyectos rizomáticos, que se expanden de manera imprevisible, a partir de contextos que lo propician y fomentan, el arte deviene tecnología de ficción a las vez que práctica de antropología especulativa.

Si un ansible, en su sentido original, es “un dispositivo hipotético de comunicación más rápida que la luz” (concepto creado por Ursula K. Le Guin en 1966 para El mundo de Rocannon) podríamos afirmar que la prospección hacia el futuro incubada en Aura Nera, convierte la experiencia artística, en su confluencia con estas sospechas ontológicas y epistemológicas, en un dispositivo hipotético. Un oráculo futurista donde la voluntad de conocimiento y su consecuente frustración epistemológica es desarticulada a través de una arqueología de su propia capacidad mitopoética (en el pasado, los mitos; en el presente, la ciencia) como discurso. Así es como en esta obra el laboratorio deviene laberinto de sentidos, donde confluyen la instalación, la performance y los paisajes sonoros con la historia natural, el conocimiento científico y la mitología clásica interpelando esas frágiles certidumbres apuntaladas por el mito de la separación entre naturaleza y cultura. De esta manera Aura Nera, en su iluminador oscurantismo, deja ver los tentáculos de ese Chtuluceno profetizado por Donna Haraway (2016), donde la fusión con lo animal y lo maquínico auguran una utopía poshumanista en ese soplo de “aire negro”, que sin adquirir forma física, se manifiesta en las hipotéticas formas de la vida y la esperanza futuras.

A Ana le fascina zambullirse, acercarse con precaución a esos tentáculos que yacen en las profundidades y volver para contar lo que ha visto. Ha publicado «Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr» (Premio Antonio Colinas de Poesía Joven), las novelas «La puerta del cielo» y «Hemoderivadas», «Constelaciones familiares» (relatos, Premio Celsius Semana Negra de Gijón) y «Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos» (ensayos). En la actualidad vive y trabaja entre Berlín y El Paso, Texas, donde es becaria del MFA bilingüe en Escritura creativa en UTEP. Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, italiano, polaco, lituano, alemán e inglés.

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