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Maiterravalbuena acoge la primera exposición individual en España de Claire Harvey. La galería madrileña ofrece Pause, una instalación en la que cuadros y proyecciones atrapan personajes atemporales, acciones fugaces, sombras y encuadres vacíos.
La inglesa, afincada en Ámsterdam, expone tras el telón negro que da paso a la galería del madrileño barrio de Lavapiés. Sobre las paredes, lienzos en blanco, cuadros al óleo y dibujos sobre cristal. En el suelo, el quid de la cuestión -y de la instalación-: tres proyectores que dibujan mediante la luz personajes en pausa, encapsulados en el tiempo. Las imágenes, tomadas de películas, recortes, Internet y obras ajenas, crean un espacio ligado al “truco” cinematográfico.
Marcel Proust o Ingmar Bergman entre otros ya pusieron de manifiesto el poder hipnótico de las luces y sombras que conseguían con juegos de linternas o lamparitas cuando eran niños. El placer cinematográfico tiene mucho que ver con el carácter atrayente de la imagen proyectada, sentida como algo mágico, en un espacio entre la realidad y la ficción. Entendiendo el cine como la sucesión de cuadros de luz podemos entender la fascinación que provoca crear espacios, personajes y mundos tan visibles como intangibles.
Aunque las diapositivas podrían compararse a los fotogramas de una película, captando el instante preciso, en el trabajo de Harvey no existe una sucesión lineal sino aditiva. En un mismo momento y espacio las formas se superponen maquetando y encuadrando individualidades, como si de un cómic de estética neorrelista o un collage luminoso se tratara. Es este trabajo capa a capa, tanto sobre los proyectores como sobre los muros, el que deja al descubierto el mecanismo de la magia. Basta asomarse a la fuente de luz para entender el mecanismo simple, incluso bobo de la ilusión, tan sólo construida mediante tinta, cristal, luz y sal.
Si el neorrealismo italiano puso la mirada en la literatura para recuperar la esencia del cine, en oposición a la alta tecnología en el arte, Harvey también plantea una base literaria en la que los personajes se muestran ante el espectador atrapados, listos para ser leídos.
Los proyectores crean la ilusión de un espacio lleno, estático pero frágil. La pausa se interrumpe, la acción termina o empieza con la presencia del espectador que modifica esa plasmación inestable que es la proyección. Para el ojo cinéfilo este fenómeno podría llegar a recordar el montaje de un película, ofrecida “en bruto” por la autora y abierta a que el visitante, mediante un juego de sombras chinescas, cree su propia narración.
En una especie de mecanismo de muñeca rusa, la propia instalación incluye detalles que representan lo mismo que ocurre en la sala. Los cuadros muestran personajes en fuertes contrastes de luz y las siluetas alargadas, inseparablemente unidas a su sombra, pasean por las proyecciones. A diferencia del cine, la “pantalla” sobre la que es proyectada la realidad de la artista no es plana. La construcción de un espacio lleno de superposiciones con diferentes materiales crea huecos, sombras y relieves que dotan a la obra de cierto carácter escultórico.
Puede resultar tan placentero como molesto sentir el peso de la propia presencia en el espacio ajeno La obra se interrumpe y varía cuando irrumpimos en el espacio mágico entre el proyector y la pared, un lugar que a algunos fascina y otros incomoda. Hay que entrar en un juego para el que Harvey no ofrece reglamento por lo que, a pesar de las pistas, no queda claro cual es nuestro rol. En su discurso no hay un mensaje directo, sino intuiciones difíciles de acumular y poner en orden haciendo complicado extraer un significado en conjunto.
En una obra en la que el mundo se construye desde la mínima escala de la diapositiva, lo pequeño se hace grande, así como lo banal cobra sentido. En palabras de la autora “una completa carga de nada puede tener la potencialidad de significar algo”. En torno a esta idea también versaba Next to Nothing, instalación similar expuesta este año en NY (Lombard-Freid Projects) o el obligado ejemplo de los post-its acumulados sobre la pared de la obra homónima. Siguiendo estos ejemplos, en ARCO su stand se llenó de pequeñas diapositivas y cristales que contenían historias mínimas.
El intento de lograr un significado mediante la acumulación de efemérides puede que se quede en una mera sensación de potencialidad. En el paladar queda el regusto de demasiados ingredientes, falto de un sabor consistente e identificable al que aferrarse. Pretensiones aparte, sí consigue crear un espacio nostálgico, multidisciplinar y mágico.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)