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El CA2M acaba de inaugurar PUNK. Sus rastros en el arte contemporáneo, una exposición que parte de la influencia que el punk ha supuesto para una serie de artistas desde antes incluso de su estallido y hasta la actualidad. David G. Torres es el comisario de esta muestra, que huye en su propuesta de categorizaciones o tablas periódicas de algo tan real pero tan inclasificable como lo es y lo será el punk.
Lo que PUNK. Sus rastros en el arte contemporáneo propone no es otra aburrida exposición en la que se disecciona y se castra un movimiento. No se trata de un certificado de defunción, básicamente porque de lo que aquí se nos habla es de actitud. Básicamente porque aquí no hay muerto al que enterrar. La muestra se articula en torno a una figura omnipresente, la de Greil Marcus, autor del celebrado Rastros de carmín del que G. Torres ha tomado desde el título hasta una serie de claves que componen el grueso del discurso. También Greil Marcus toma parte en el catálogo por medio de una entrevista realizada por G. Torres y Glòria Guso.
Resulta sugerente el papel que el comisario ha asumido a la hora de sacar adelante esta exposición, poniendo en duda en su texto, el que abre el catálogo, una cuestión que a todos los que nos sentimos cercanos al punk pensamos cada vez que alguien busca la manera de unificar todo lo relativo a ese movimiento. Es de agradecer que él mismo asuma que el gesto podría ser tachado de traición, aunque venga de las manos de alguien cuyo máximo interés es más bien todo lo contrario.
De este modo, lo que G. Torres ha pretendido –y así lo he entendido recorriendo las salas-, es tomar un periodo histórico ya definido por el propio movimiento punk y lo que lo ha rodeado a lo largo de casi medio siglo, para reunir a su alrededor a un nutrido grupo de artistas que no se caracterizan por hacer de ello una parodia, sino más bien por trabajar en base a unos presupuestos que podrían incluirse dentro de ese movimiento o que directamente lo han estado de manera activa. Para que se entienda, de lo que se trata no es de ponerse el pelo de punta y gritar anarquía, sino más bien de hacer del trabajo una actitud que nos acompañe para mal o para bien.
Accedemos al centro y en el vestíbulo nos encontramos un coche aparcado que porta un gran luminoso de Jordi Colomer con el lema no future intervenido hasta crear un mensaje de esperanza. Las ansias de acabar con todo han dado paso a un mayor conocimiento de lo que se tiene entre manos. El punk edita discos, libros, organiza conciertos, proyecciones o conferencias y toma decisiones a nivel político. Se ocupan espacios con fines sociales, se rechaza el maltrato de animales y su consumo, o se establecen unos lemas que, como en el caso de Colomer o el NO de Santiago Sierra, trabajan sobre un futuro a mejorar, siempre desde la protesta y la acción directa.
La exposición incluye grandes obras de artistas como Martin Kippenberger, Jean-Michel Basquiat, Jonathan Meese, una gran instalación de Paul McCarthy o el gran cubo metálico de João Onofre en cuyo interior descansan los instrumentos musicales de Avulsed, la banda madrileña de metal extremo que durante la inauguración realizó la performance para el artista portugués. Además de grandes nombres, nos encontramos una serie de detalles definitivos que destacan por su actitud. Trabajos que podrían ser tachados de incómodos como los registros de las meadas de Itziar Okariz, las animaciones torpes y afiladas de María Pratts, las fotografías de cagadas del grupo austríaco Gelitin, el vídeo en el que Raisa Maudit nos cuenta lo bien que le va, los comics intervenidos por Antoni Hervás o las imágenes explícitas de Kendell Geers. También nos deja piezas ya históricas de artistas como Valie Export, Chris Burden, Dan Graham, Mike Kelley, Matt Mullican o Raymond Pettibon. Sin ellos es probable que una exposición sobre punk no llegase a buen puerto. En esto G. Torres ha pisado sobre seguro.
A retratos como los de Jimmie Durham, Jordi Mitjà o Nan Goldin, con evidentes signos de violencia, podría sumarse sin duda ese diálogo con la juventud que mantuvo Kippenberger. De todos modos, no olvidemos que es algo que se ha dado en los ochenta y que se sigue dando en la actualidad. Sin ir más lejos, en 2008 la banda escocesa Exploited fue apaleada en Madrid momentos antes de comenzar su concierto y exactamente el día en que redacto estas líneas, una céntrica sala madrileña ha suspendido un festival punk por considerarlo violento. Con esto intento remarcar esa persistencia de un modo de vida que lejos de caducar, sigue existiendo al margen de las etiquetas o los gestos enlatados. Del mismo modo que muchos de los artistas de esta exposición siguen trabajando en ese campo que sin duda se encuentra dentro de esta postura.
Celebro el trabajo de Pepo Salazar, de Iñaki Garmendia, Mario Espliego, Claire Fontaine, Eulalia Grau, de Martín Rico, María Pratts, Juan Pérez Agirregoikoa o Joan Morey porque lo entiendo únicamente dentro de esa misma actitud a la que G. Torres hace alusión. También celebro que trabajos como el de João Louro, Douglas Gordon, Matt Mullican o Hans-Peter Feldmann sean considerados herederos de algún modo de todo lo que ha ido arrastrando esta corriente.
Celebro esta exposición porque sin duda ver en el punk un movimiento asimilado por discográficas o por la propia industria de la moda es quedarse a medias y aquí no he encontrado ni rastro de eso. La muestra respira de un modo autónomo, sin piezas que repitan clichés hasta perder el significado. Se hace referencia a bandas como Dead Kennedys y a la mímica de Jello Biafra tirando bombas desde el escenario. Se habla de Damned, de Bad Brains, de Eskorbuto, de Fugazi, de Kortatu o Circle Jerks. Se habla de Black Flag, de Angry Brigade o incluso de Agnostic Front y Murphy’s Law en el texto que Eloy Ferández Porta ha preparado para el catálogo. Se habla de Sham 69 y de la larga vida que Glòria Guso diagnostica al punk en estrecha comunión con internet y las redes sociales. También participa Iván López Munuera, que tras su exposición Pop Politics para el CA2M tiene bastante que decir al respecto y se habla de Buzzcocks, que se autoeditaron cuando las discográficas se repartían el pastel.
Basta echar un ojo a los conciertos que todas las semanas se organizan en una ciudad bajo el trasfondo del término punk, acudir un domingo al rastro y descubrir cómo aunque pasen los años, se siguen editando fanzines, discos y libros al margen de grandes distribuidoras. Por eso es de agradecer que una figura como Servando Rocha sea invitada a tomar parte con un texto en el que de un modo especial se palpa la implicación. La suya es la historia de alguien que desde dentro ha sabido establecer conexiones y dar forma a una historia que por supuesto va ligada al arte del siglo XX. He echado de menos la palabra CRASS dentro de su texto, pero nunca es tarde para releer Tienen una bomba, el libro ya descatalogado que La Felguera editó bajo el subtítulo Textos, declaraciones y arte de la banda más peligrosa de Reino Unido.
Celebro esta exposición porque podría ser otra. Porque no responde a un guion estricto. Se habla del rechinar de dientes de Johnny Rotten y entiendo que ese es el zumbido que resuena durante la visita. El arte aquí no ilustra la historia del punk, sino que es parte de esta. Se lanza al aire la misma pregunta que Rotten lanzó en San Francisco, ¿alguna vez os habéis sentido estafados?
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)