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Recientemente tuvo lugar en el MACBA el seminario Radicalmente incompleto, radicalmente poco concluyente. Sobre el legado de Art&Language. A pesar de que los conceptuales de la vieja escuela pasan a menudo por el Raval, fui una de las escasas asistentes al evento, así que creo que merece cierta mención. Sobretodo porque la mayoría de nosotros conoce los Index, su representación expositiva en cajones llenos de escritura indescifrable, pero el análisis de la práctica dialógica de este colectivo fue y sigue siendo de urgente actualidad.
¿Sobre qué hablaban exactamente Art & Language? El colectivo se creó como proyecto discursivo, como un espacio social en el que someter a cuestión ciertas ideas. Huían de la tradición moderna en la que el artista debía permanecer en silencio esperando a que las obras hablaran por sí mismas. Se reunían para tener conversaciones desordenadas sobre filosofía, psicoanálisis, organización política, tecnología o prácticas culturales. Muchas veces la comunicación fallaba y tanto la improvisación como la irrelevancia se incorporaban como parte del trabajo.
Ya sea por la falta de recursos o, en el mejor de los casos, por la crítica a las instituciones desde la institución misma, actualmente asistimos a un renovado interés no tanto por la creación de objetos per se, sino por procesos conversacionales y colaborativos. De esta forma, un seminario crítico sobre los pioneros de estas prácticas contó, por ejemplo, con el teórico Matthew Jesse Jackson, quien ya había realizado –como parte de Our Litteral Speed– eventos en los que la conferencia se imagina como una especie de «media pop opera» o «gesamtkunstwerk administrativa».
Pero el apogeo del seminario fueron sin duda las «instalaciones teóricas» del grupo de performance alemán The Jackson Pollock Bar. En la primera, «Confesión: Art & Language entrevistados por Carles Guerra», tres personas se sientan en el auditorio como si fueran a realizar una entrevista. No son ni Art & Language, ni Carles Guerra, y además están haciendo playback, lo que crea una extraña reduplicación de la conversación original. De repente, varios miembros de la audiencia interrumpen en el diálogo con preguntas agresivas, también en playback. La intervención, de alto contenido teórico, a veces queda en el aire. Pero no importa. En la segunda parte, dos de los miembros de Art & Language se suben al palco y se convierten en The Jackson Pollock Bar, quienes a su vez replican a Art & Language en su vertiente musical como The Red Krayola. Escuchamos lo que podemos de una hora y media de concierto que divaga sobre la figura del crítico, el comisario y algún otro elemento indescifrable. Lo que interesa es crear una masa de lenguaje y ponerla en funcionamiento, que a veces conecte y otras veces entre en cortocircuito.
Estamos acostumbrados a que nos alteren el contexto ritualístico de una exposición, pero en una conferencia o en un simposio no hay experimentos posibles: tenemos que comportarnos de cierta manera, mantenernos en silencio y saber cómo y de qué hablar. El espectador se convierte en una institución. Introducir algo que no esperamos hace visible lo que antes no era, y crea una distribución nueva del espacio material y simbólico.
Estas prácticas me hicieron pensar en el valor de ciertas charlas en los espacios independientes o alternativos, ruidosas y desordenadas, y que no concluyen con ninguna aserción definitiva. Quizá sólo por ser lugares de encuentro y de conversación, de promiscuidad intelectual y de producción de conocimiento, ya son un punto de partida legítimo. Como Art & Language, sacan al espectador de una práctica estandarizada de consenso, repolitizan el espacio del arte y la institución desde una lógica que, aunque pueda ser degenerativa, siempre abre un espacio de posibilidades.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)