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Por el camino de curvas peligrosas donde se cruzan de frente las expectativas y la frustración de las mismas, decoradas por las mentiras que nos contamos a nosotros mismos para camuflar decepciones, avanza el guión de Frances Ha (2011), coguionada y también protagonizada, por Greta Gerwig. El carácter atolondrado del personaje, su torpeza verbal, su impulsividad señalizan la deriva de Frances Halladay, una aspirante a bailarina en una compañía profesional de danza moderna y egresada del exclusivo Vassar College. Frances se desliza tropezando por Nueva York, desde Brooklyn hasta Chinatown y Washington Heights, en una obsesiva relación de dependencia sentimental con Sophie (Mickey Summer), su mejor amiga de la universidad, quien la hará a un lado para mudarse con otra amiga a TriBeca y consolidar su relación con su novio, obligando a Frances a buscarse otro piso y, también, a crecer un poco. Durmiendo en colchones al ras del suelo, habitando diferentes pisos como si acampara, con una desesperación vital tan contagiosa como angustiante, la precariedad existencial de la protagonista trasciende la acuciante cuestión del trabajo y las condiciones laborales. Con un humor afilado y plagado de gags y tics solipsistas deudores del neurótico y obsesivo-compulsivo Alvy Singer y de su epígono femenino, la Hannah Horvath de Lena Dunham, Baumbach y Gerwig han tramado un guión que remite tanto al Woody Allen de Annie Hall (1975) y Manhattan (1979), como a los recursos visuales de la Nouvelle Vague.
Oh, Boy (2012), el debut cinematográfico del alemán Jan Ole Gerster parece un transplante europeo de esta tradición. Niko Fischer (Tom Schilling) es un veinteañero tardío que comienza el día rompiendo con su novia, luego llega tarde a renovar su carnet de conducir y vive una situación absurda y paranoica con un funcionario a la que le seguirán una serie de incidentes donde el punto más alto será asistir a la imprevista muerte de un desconocido en un bar.
En ambos films se repiten los tres aspectos fundamentales y comunes de los rituales de paso que simbolizan y marcan la transición desde esa post-adolescencia crónica al mundo adulto. El primero es un cambio de situación. Al comienzo, los dos personajes se quedan solos (la mejor amiga de Frances se muda desatando el conflicto, y Niko deja a su novia) manifestándose el cambio de su vida anterior. Las peripecias que seguirán al primer momento (Frances deambulando de un piso compartido a otro, de un trabajo precario a otro intentando con desesperación entablar nuevas amistades, y Niko quien se queda sin tarjeta de débito y deberá enfrentarse a su padre) corresponden a una transición, un intermedio entre el momento inicial con el que se entra al proceso, y en el cual se permuta al nuevo estado. Y este nuevo estado consiste en la inserción en la dinámica social ya ostentando su nueva condición de iniciado. Si bien en Oh, Boy, cuando Niko se deja afectar por la muerte de un desconocido el cambio que afecta al protagonista es impresionista e inconcluso, en Frances Ha, también se da al final de la película, cuando la vemos trabajando como administrativa en la oficina de la compañía de danza en la que era aspirante, y consiguiendo finalmente el lugar propio, aunque incompleto, igual que el pedacito de papel que da nombre a su buzón.
De Nueva York a Berlín, de América a Europa, con una protagonista mujer y un protagonista hombre, apelando a las mismas tradiciones, la comedia indie americana, el Billdungsroman, la historia de iniciación y el cine francés de los sesenta, Frances y Niko se resbalan y caen sobre la superficie peligrosamente delgada de la realidad, representada en ambos films con un filtro blanco y negro como si este volátil e inestable Zeitgeist contemporáneo solo se pudiera abrazar con esas acogedoras variaciones de grises que intentan congelar el tiempo en la pantalla.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)