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Podríamos dar por cierto que Internet y los Smartphones han protagonizado un cambio sin retorno en lo que a los medios y modos de comunicación se refiere. Redes sociales online, páginas web, diarios digitales, blogs; todos ellos, en mayor o menor medida, son escaparates de opinión y sentimiento. Fotos que se cuelgan desde el móvil y dan la vuelta al mundo. Vídeos robados que fuerzan dimisiones.
Sin ir más lejos, la blogosfera y lo que se ha logrado a través de ella (quien no lo tenga claro que pregunte a Mubarak), sitúa en un lugar preeminente al individuo anónimo, a la opinión del ciudadano de a pie, libre de enunciar su información, miedos y sentires. Libre de provocar adhesiones o detractores, de generar vínculo… y emoción.
Probablemente en un futuro cercano se reirán de lo que ahora usamos para ello, pero a día de hoy, parece incuestionable que hemos alcanzado un nivel tecnológico en el que todo tipo de dispositivos permiten que ejerzamos la comunicación por múltiples canales. Vamos perfeccionando el medio, pero parece que se nos resiste el modo. ¿Por qué, si no, persisten sentimientos y emociones que nos convierten en perfectos inútiles para la comunicación emocional? Ah, “emocional”…¿no era este el mismo adjetivo que unido a la palabra inteligencia podía convertir a un tonto en superdotado y a un intelectual en idiota? Tiene mucha inteligencia emocional. O no tiene ninguna. Tecnologías aparte, en el terreno de la emotividad sí que nos está permitido volver a la cueva, y a menudo, escondernos donde más nos convenga.
¿Qué códigos se esconden en nuestra emotividad?, y por qué, ¡demonios!, ¿por qué cuestiones como la identidad sexual, la culpa, la compasión, la vergüenza, la angustia o el miedo siguen siendo tan complicados de comunicar? “Tú sabes como tienes que sentir”. Sí,… ¿seguro? En mayor o menor medida, nos vemos continuamente expuestos a revisiones de lo que un día dimos por sentado. Podemos saber cómo tenemos que sentirnos, pero ¿y si no nos sentimos así? ¿y si nosotros no gozamos como otros dicen que lo hacen? ¿y si tenemos miedos que otros no tienen?
Cómo tratamos y qué consideramos intimidad; qué es exhibición; cuáles son nuestras angustias; qué convierte al arte en “emocional”; cómo codificar lo inclasificable; cómo sentirnos ante una obra; cómo asimilar lo extraño; cómo reaccionar ante él; qué excluimos y qué incluimos; qué nivel de sentimentalidad toleramos y cuál no; Querido individuo del siglo XXI, ¿usted sabe cómo se tiene que sentir?
En el Workshop con Eloy Fernández Porta, realizado la pasada semana en A*DESK hemos hablado de temas como, entre muchos otros, el Síndrome de Luhmann-Groening; las crisis de identidad o el vértigo de género; la cortesía que inventamos ante situaciones en las que se espera de nosotros determinada reacción; la catarsis o la osadía. El próximo miércoles, 5 de diciembre, sesión abierta al público en A*DESK.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)