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Después de tres meses de bienal, hablamos con Marco Roso, miembro del colectivo DIS, responsables curatoriales de la novena edición de la Bienal de Berlín 2016, #BB9. Le conocimos en la facultad de bellas artes de Barcelona estudiando para ser artista, seguimos su pista virtual cuando se instaló en Nueva York a través de las actividades y contenidos que DISmagazine genera en el mundo digital y ahora compartimos esta entrevista reflexionando sobre el arte como energía política para gestionar futuros. Junto a Lauren Boyle, Salomon Chase y David Toro, el particular espíritu crítico de DIS se desmarca de la especulación del mercado reivindicando otras formas y experiencias del concepto y el objeto arte que se hacen patentes en el conjunto de proyectos y nuevas producciones que presenta este evento internacional.
El proyecto DIS, embrión de esta bienal, apuesta por nuevas formas de creación rehuyendo las condiciones soberanistas del capitalismo global. Para ellos, la nitidez de la imagen es el conector para la creación crítica, internet el medio y la democratización de las formas creativas un objetivo patente en su trayectoria ideológica. Parte de esta particular forma de crear y gestionar el potencial del arte estructura la organización y las dinámicas sociales del programa de la Bienal de Berlín. DIS es especialista en establecer conexiones entre arte y publicidad, moda, comunicación o cultura popular a través del mundo digital.
Con Marco Roso, en esta ocasión voz del colectivo DIS, rastreamos temas en una bienal que la prensa ha cubierto en extensión, alabando y también cuestionando un programa centrado en la tensión de la cultura digital y el capital financiero, el dilema racional o la experiencia de un presente que exige futuros sin nostalgia.
Para empezar, una pregunta más propia de las conclusiones y que espera espontaneidad: Una bienal de arte es un evento que tiende a repetir esquemas y recursos, ¿en vuestro caso, qué era importante evitar en esta novena edición?
La verdad es que no teníamos ninguna intención de evitar nada en particular, simplemente hemos trabajado en la bienal del mismo modo que trabajamos en nuestra revista online dismagazine.com. Somos editores y generadores de contenido más que comisarios. Tenemos formación como artista por lo que nos interesa explorar nuevos formatos en lugar de usar esquemas del pasado.
Por otro lado, la bienal de Berlín tiene un ADN muy específico y en Berlín particularmente parte de la labor del “comisario” es conectar el contenido o concepto de la bienal con la ciudad. En este caso, desde el primer día sabíamos que no estábamos interesados en una visión nostálgico romántica de Berlín sino todo lo contrario. Nos guste o no nos guste, nos interesaba más mostrar un Berlín neoliberal, contemporáneo, que forma parte del mundo globalizado y neo-capitalista, de ahí que nos enfocáramos en el centro de la ciudad donde es visible el continuo flujo de capital, turismo y poderes fácticos.
Se detecta que la idea subyacente en la bienal es que el presente es irreconocible a causa de la constante predicción del futuro mediante datos cuantificables que afectan directamente dicho presente. Esta es una idea ampliamente tratada por los filósofos Armen Avanessian o Suhail Malik. ¿Ha subcontratado DIS la parte teórico-filosófica de la bienal a dichos pensadores y su rumiada condición de post-contemporáneo y post-capitalismo?
No, no hemos subcontratado a nadie, simplemente es una cuestión de afinidades electivas y de amplificar su voz a través de la plataforma de la bienal y de dismagazine.com. Hace ya años que tenemos relación con Suhail y Armen, y sin tener que comulgar plenamente con sus tesis sí que hemos tenido un interés en saber más sobre acceleracionismo y temas derivados. Son teóricos que se alejan de cierta melancolía de la izquierda tradicional y que intentan buscar nuevas reformulaciones ideológicas. De hecho, hace ya tres años, organizamos en Nueva York una mesa redonda con varios de estos pensadores y desde entonces hemos mantenido una relación de atracción, curiosidad e influencia recíproca.
Algunas críticas cuestionan a la bienal por falta de empatía con la ciudad y su densa memoria histórica. Sin embargo, hay una elección comprometida con las sedes de las exposiciones y una clara lectura acerca de su conversión en parque temático que sin duda debe atenderse como una crítica de amplio espectro. ¿Cuál es vuestra lectura sobre la ciudad y la elección de las sedes?
Berlín obviamente ya no es el Berlín de los noventa. En Mitte –centro de la ciudad– como resultado de la gentrificación muchos de los espacios que quedaron vacíos y que eran de potencial uso como sedes en pasadas bienales ahora son hoteles, spas, o apartamentos de lujo. Para encontrar esos espacios alternativos, en la actualidad hay que desplazarse a barrios más periféricos y participar en dicho ciclo de gentrificación de la ciudad. Nosotros nunca hemos tenido interés en que la bienal funcione como una entidad gentrificadora, sino más bien al contrario, hemos preferido subrayar los cambios presentes y muy destacados en la ciudad y su espectro político, de ahí que decidiéramos buscar sedes en Mitte.
Dos sedes claves son Akademie der Kunste (AdK) y ESMT (European School of Management and Technology). La primera es un edificio de arquitectura corporativa que alberga la academia de las artes en Pariser Platz. Lo que nos atrajo de este sitio es su ubicación, en el epicentro simbólico de todo lo que está sucediendo en Alemania y globalmente. Desde el edificio puedes ver las habituales protestas, unas veces de grupos sirios y otras de manifestantes turcos mezclados con la marabunta de turistas haciéndose un selfie delante de la puerta de Branderburgo. Todo delante de lo que representa ser la escenografía aparentemente inocua de Pariser Platz. La teatralidad a la que me refiero son los edificios que rodean AdK, toda una red de corporaciones y poderes nacionales. Algunos de estos edificios son: la Embajada Americana, el Comerz Bank, el edificio de seguros Allianz, el DZ Bank, donde están, entre otras corporaciones, las oficinas de Lockheed Martin (que es el mayor fabricante de armas del mundo), además de todos los lobbies que podamos imaginar y el hotel de lujo donde Michael Jackson mostró a su hijo colgando desde el balcón.
ESMT (European School of Management and Technology) era donde se albergaba el consejo de estado de la ex República Democrática Alemana. Este edificio aún conserva toda su iconografía comunista pero actualmente es una escuela privada de negocios patrocinada por grandes corporaciones. Resulta cuanto menos chocante ver las vidrieras con estética de realismo socialista al lado de las pantallas que muestran las fluctuaciones de mercado de la bolsa de Frankfurt. Claramente es uno de los edificios con una reciente densa y pesada memoria histórica y política. En este edificio hay que destacar la contribución site specific de Katia Noviskova, GCC y Simon Deny. La instalación también realizada especialmente para ESMT de Simon Deny, entabla de un modo brillante relaciones entre el pasado y el presente histórico de este edificio y los posibles estados futuros que pueden resultar del uso de las nuevas tecnologías como blockchain (protocolo que usa la moneda Bitcoin).
En la muestra hay un trabajo que trata específicamente la crisis de los refugiados en Europa, Homeland de Halil Altindere. Además la guerra, el terror y la vigilancia están en piezas de Hito Steyerl o Josh Kline, entre otras. ¿Por qué creéis que se ha cuestionado la empatía de la bienal con los problemas políticos reales?
No estoy seguro de si se ha cuestionado o no la empatía de la bienal con problemas políticos, pero lo que sí que puedo afirmar es que la mayoría de proyectos hablan de los problemas políticos reales aunque no lo hagan de un modo militante o literal. A mi parecer, todos los proyectos tiene un contenido político muy fuerte, la única diferencia es que muchos trabajos a primera vista no son obviamente militantes o no tienen la apariencia del “arte político” al que estamos acostumbrados; en cambio, por su intrínseca complejidad participan de una ambigüedad positiva que amplía la lectura de las obras.
Para disfrutar de esta bienal se necesita tiempo, por lo menos dos días y si solo se ve durante la inauguración o en un par de horas es posible que la impresión que se lleve el visitante sea equivocada. Sin embargo, esa primera impresión errada también es interesante porque se puede observar cómo cierto “público” se ha sentido muy incómodo y ha proyectado sus ansiedades.
La bienal es un proyecto de envergadura. ¿Cuánto tiempo habéis pasado en Berlín los cuatro?
El primer año estábamos a caballo entre Berlín y Nueva York, el segundo año ya nos trasladamos permanentemente a Berlín así que creo que hemos pasado, más o menos, un año y tres meses.
En términos monetarios y de satisfacción intelectual, ¿cuál ha sido el número de visitantes y participantes?, ¿ha habido muchos beneficios, o por el contrario solo retorno de la inversión?
Los directores de la bienal me dijeron que para el final de la bienal esperaban tener más de cien mil visitantes y la página web, que también es otra plataforma de la bienal, tiene 160.000 visitas al mes.
Nosotros no hemos tomado este encargo como una perspectiva profesional, más bien de un modo vocacional, del mismo modo que hicimos con la revista. No puedo hablar en términos monetarios o de beneficios, más bien solo en términos experienciales. Para nosotros, la mejor parte de la concepción de esta bienal ha sido el estímulo intelectual, la amistad y los vínculos creados al trabajar con los artistas y con el equipo de la bienal. El tomar el riesgo de encargar cincuenta producciones nuevas, ver su materialización y cómo el conjunto de proyectos daba una voz coherente a la bienal ha sido una experiencia muy gratificante que no hubiera sido posible sin el entusiasmo de todos los participantes. Probablemente sea la primera y última bienal que comisariemos, pero ha sido una experiencia inolvidable que siempre permanecerá con nosotros.
Como colofón, The Present in Drag, figura hiperbólica de un presente acelerado hasta el extremo, ha permitido a DIS un debut en materia tanto política como estética, manifestando con firmeza los problemas y las contradicciones del arte contemporáneo del presente y generando a través de esta bienal una plataforma de lanzamiento y de fomento de infraestructuras estratégicamente abiertas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)