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Hasta el 24 de mayo puede verse en Barcelona la exposición «Her Memory” de Kiki Smith. Última re-elaboración de un proyecto expositivo en desarrollo, que propone una narrativa mítica contemporánea sobre las edades de la mujer y sus circunstancias a través de una densa transformación del espacio.
Tras pasar por la Kunsthalle de Nuremberg el año pasado, recala en la Joan Miró la producción más reciente de Kiki Smith, que se define como “exhibition in progress” por haberse ido redefiniendo y adaptando a cada sede expositiva. Siendo técnicamente una instalación, esta pieza expandida de Kiki Smith presenta algo no demasiado habitual en las frías aguas del arte actual: no hay nada que entender pero se entiende todo. “Nada que entender” por “nada que desentrañar que no esté ya allí, sin sesudas lecturas de por medio”. “Nada que entender” por “nada que no pueda decirse en una frase”, esto es: lo no banal. Un relato esencial dispuesto en la máxima dispersión.
Her memory es básicamente un lugar, en el que ocurren cosas. La pieza se despliega sala tras sala, el flujo narrativo se va haciendo, paso a paso se intuye una historia. Los elementos formales que se ponen en juego son prácticamente toda la gama de técnicas artísticas tradicionales: dibujo, escultura (en metal, cristal, papier-mâché, porcelana y madera), fotografía, collage, grabado, óleo. Esta propuesta multiforme resulta por un lado un atractivo visual muy potente, como las mil caras del poliedro; por otro, pone a prueba la coherencia del conjunto, y es este un riesgo que Smith corre alegremente por la fuerza formal que adopta ese conjunto gracias a la efectividad con la que juega esta carta.
La carta de la diseminación no es un recurso fácil, y este es uno de los puntos fuertes de Her memory: la pieza en su multiplicidad de elementos individuales ocupa el espacio como una mole, lo absorbe y lo transforma. Consigue trasmutar las salas de un museo en algo parecido a la casa abandonada de aquella tía soltera que siempre es mejor no mentar durante comidas familiares. No es extraño que Smith incluya en sus referentes a Emily Dickinson: la misteriosa madwoman in the attic, la de los vestidos de primera comunión en el lecho de muerte y la que baja la escalera, escasas veces, con el lirio en la mano. Entramos en una especie de desván. Y, como ya se sabe, en los desvanes se guardan trastos viejos y recuerdos.
Nos da la bienvenida una figura enigmática, con la mano alzada. Sorprende de esta escultura un rasgo que caracteriza toda la instalación, no sólo formalmente en realidad: la frontalidad. Tanto en las esculturas como en los dibujos, toda la representación realista de Smith se apoya en lo frontal y lo hierático, en el gesto contundente de lo significante y las expresiones abstraídas y ambiguas propios de la iconografía clásica. Esta figura volvemos a encontrarla en dibujos y esculturas más adelante en el recorrido, una especie de mujer mayor masculinizada, como un Virgilio que narra y es testigo de la narración, que no es ni más ni menos que el ciclo de la vida.
El vínculo formal con el clasicismo (especialmente el tema barroco del vanitas) es también un vínculo de fondo, de la temática misma y el discurso de la artista. La representación de este ciclo, de lo pasajero, lo caduco y lo que renacerá, lo que nace y muere (como las flores, elemento que aparece una y otra vez) no pretende ser una manifestación de trascendencia y sin embargo es una mitología contemporánea (como las pinturas sobre cristal a modo de ventanas – vidrieras de templos postmodernos), que a partir de sillas, mesas, espejos y ventanas, mujeres en pijama o con tejanos en sus diferentes edades, recrea en ese desván el paso de todo el tiempo, un universalismo a partir de la particularidad del presente.
Habría que matizar aquí que no se trata de Our memory, sino de la de ella. La que se representa en las diferentes etapas de la vida, la que cuenta “su circunstancia”. Lo interesante, lo que suma complejidad, es que no hay énfasis en una adhesión a un movimiento de ideología feminista, no se trata de una reivindicación de diferencia, se trata de la elección de un punto de vista tal vez, de un enfoque más delimitado, de un estudio de la saga iconográfica de las Marías, esos personajes siempre oscuros en su milagrosa pasividad procreadora.
Mujeres jóvenes, viejas, facciones andróginas, autorretratos, flores vivas y muertas, ataúdes, velos, espejos, cristales, sillas, ventanas, saludos y despedidas, bombillas, marionetas, ratas y pájaros: el recurso del símbolo es otra herramienta de unificación. La fuerza y la coherencia del recorrido se consigue finalmente con la manera en la que se relacionan los diferentes elementos entre sí. Hay entre ellos un juego de correspondencias constante: lo que ahora está fuera en tres dimensiones está después dentro del papel, las facciones que observamos en un grabado reaparecen en la escultura que se ubica a su lado, los pájaros colgados del techo en la siguiente sala estarán en el suelo boca arriba, flores sobre una silla y flores dibujadas, la misma figura es grande y pequeña en momentos diferentes.
Estos juegos de dentro-fuera, grande-pequeño y el recurso de la repetición, todo ello en versión realismo y con una tendencia hacia lo que se podría definir como “naïf”, remite por alusiones al mundo imaginativo y siniestro de Lewis Carroll y por extensión al kitsch victoriano, que actualizado por Kiki Smith sigue manteniendo la connotación necrológica tan característica de la modernidad. Tanto el montaje como este enfoque hacia un acto comunicativo complejo pero directo y sin pretensiones intelectualoides, nos habla aquí y ahora pero a la vez nos conecta con los fantasmas que, habrá que asumirlo, lo siguen recorriendo todo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)