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“Quería sacar estas obras del placard”, anunció Roberto Jacoby en la visita de prensa a Traidores los días que huyeron, una antología alternativa de su trabajo desde fines de los años 1950 hasta el presente comisariada por Santiago Villanueva y Fernando Farina para el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. El placard hace referencia literal a un mueble en la casa de Jacoby donde dormía en cajas casi todo el material que ahora se presenta: dibujos, bocetos, escritos tipeados a máquina de escribir, poemas y fotografías, tomadas con una especie de cámara de bolsillo en algún momento de la década de 1980, desde el escenario donde oficiaba frente al público la legendaria agrupación Virus de la que Jacoby fue letrista, propulsor y quintacolumnista.
La muestra plantea un Jacoby de mundo paralelo: no el que protagonizó la desmaterialización del arte, en el breve arco que va del manifiesto Un arte de los medios de comunicación de 1966 a Tucumán Arde! dos años después, sino un Jacoby de archivo, de placard, que pasa de una etapa temprana y tapada como artista figurativo y abstracto a un gran ciclo de actividades y proyectos, sin casi superponerse con la hermana mayor de esta antología, El deseo nace del derrumbe, la exhibición que anteriormente había comisariado Ana Longoni en el Reina Sofía. En algunos de sus momentos, esta muestra de 2018 es una actualización de aquella: así es que pueden verse algunos trabajos recientes, como la serie Fotos 2016: un conjunto de retratos en blanco y negro en los que el rostro de Jacoby asume distintas muecas, de la tristeza a la consternación y de la depresión a la rabia. Las fotos prefiguran un comentario de actualidad: es fácil sospechar, al ver tantas caras raras, las reacciones faciales de un lector de diarios inmerso en el análisis de la política y la economía argentinas, tan triviales como catastróficos.
Traidores los días… presenta lo que el mismo Jacoby llamó los “lados-B” de su producción y que los curadores refieren en los textos de sala como la “obra de tiempo libre” que nunca había sido mostrada antes. Pero Jacoby es el mismo artista que afirmó que “en el arte hay que hacer cosas necesarias” en una reciente entrevista con Francisco Garamona y, más en general, el mismo artista pionero del concepto de arte como producción social, coartífice junto a Raúl Escari y Eduardo Costa, en su manifiesto de 1966, de un programa que pocos años más tarde la crítica institucional del Atlántico Norte convirtió en su premisa básica: que no hay tal cosa como una idea del arte puro, destejido de sus propias relaciones sociales. Si el arte deriva de la realidad social de su propio aparato de acceso, ¿qué lugar hay para esta “obra de tiempo libre”? Es raro, para un intelectual marxista como Jacoby, terminar en una idea dominguera del arte. Pero por suerte no es así.
La respuesta al acertijo la dan las fotografías del público de un recital del grupo Virus. La sala, titulada «Jacoby musical» (que se completa con dos discos, producidos por Nacho Marciano), más que a la música está consagrada a la idea del arte como contacto activo. Las fotos del público de Virus retratan una faceta de la escena cultural joven que se movía a pasos agigantados a mediados de la década de 1980, tras la recuperación de la democracia. Estas fotos, registros completamente ajenos al aparato institucional del arte, también son postales de la idea programática del arte como producción y espuma del fluido social en sus aspectos eufóricos, insurgentes, placenteros y juveniles: funcionan como el reverso del triste 2016 monocromático de los autorretratos, también indisociables de la realidad política.
Aunque su título recuerde el motivo literario de la vida breve, Traidores los días… tiene más tintes de velocidad que de nostalgia, más de inventiva instantánea sobre la materia social que recuperación de archivos personales. El artista plural, o multifacético como suelen decirle, nuclea a la tribu en su propia dispersión, híbrido de intelectual, cantautor y payaso.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)