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03 octubre 2024
un hoobre de perfil con el rosto cubierto por una mancha roja

Amor y asco

Sobre “Dämon. El funeral de Bergman” de Angélica Liddell

Me coloco la chupa de cuero, los pitillos, las botas negras y el sombrero. Con este look all black me dirijo «al funeral de Bergman». En él, no solo me reuniré con Julia, una amiga que he acogido en mi casa durante esta semana de septiembre; sino también con la responsable de que esté aquí: Angélica Liddell. Un reencuentro con dos catalanas en Madrid, en la Sala Roja de los Teatros del Canal, en el que observaré desde primera fila a ambas figuras actuando en el escenario. Para añadirle dramatismo, este jueves 19 de septiembre en el que escribo esto cae una tormenta en Madrid como hacía tiempo que no caía. Ésta se funde con un sol que lucha por asomarse, dibujando un arcoíris en el cielo a lo lejos y precediendo la oscuridad de la noche, horario ideal para el desarrollo de la obra de Liddell.

La escritora, dramaturga, actriz y performer Angélica Liddell (Figueres, 1966) construye en esta pieza su versión del “funeral de Bergman”. Después de una vida como director que le valió todos los honores del mundo cinematográfico, el prolífico cineasta sueco guionizó su propio funeral llevado a cabo tras su muerte el 30 de julio de 2007 en la región de Farö, su refugio desde hacía ya varios años. Tras este funeral más privado, se realizó uno público en el que el pueblo sueco pudo rendirle homenaje a su leyenda, igual que dos años antes se hiciese con el Papa Juan Pablo II. Ese nexo entre ambos funerales será uno de los guiños que observaremos en la representación, ya que Dios, o su ausencia, así como su máximo representante en la tierra, estarán muy presentes durante la acción. La invocación que hace Liddell del cineasta es mucho más clara en esta ocasión. Sin embargo, las referencias a éste ya aparecen en la anterior obra de la artista, “Vudú”, que marca el inicio de esta relación hauntológica entre Bergman y Liddell, culminando en esta segunda parte con el funeral de éste.

Tras una introducción espectacular llena de música a un nivel altísimo, un rojo potente que inunda el escenario y la aparición de algunos de los actores habituales en el elenco de Liddell, se nos presenta su figura. Coge una pileta, se limpia su zona genital, nos rocía con ese líquido como si de agua bendita se tratara e inicia su monólogo. Empieza por enunciar todas aquellas críticas por parte de la prensa francesa dedicadas a su obra con un claro tono irónico y burlesco. Con la prensa española, en cambio, ni se detiene, tachándola de insignificante. Como si de un concierto de punk se tratara, a continuación Liddell se encara con un público entregado. Ese público que ha pagado la entrada ahora recibe el odio interno de Liddell directamente, escupido con una intensidad y velocidad abrumadora, con un asco despreciable. A esta batería de reproches le sigue un interrogatorio: pregunta tras pregunta acusatoria. En mi cabeza aún resuena la pregunta: “¿Habéis sentido algo?” Es aquí donde el espectador sufre esa catarsis reflexiva, se siente culpable a la que vez que coincide con el argumento expuesto por Liddell. Le invade la culpa, la pena, la risa y el lamento en un monólogo en el que Liddell se expone completamente y se lo deja todo. En éste, las referencias a un Dios que no escucha, la falta de fe nihilista ante una humanidad que le da asco y ese retratismo puro de la inmoralidad humana reflejado en la crítica son cuestiones que conectan directamente con las temáticas principales del cine y la vida de Bergman, algo que será una constante a lo largo de toda la obra.

Una mujer empuja una silla de ruedas vacía

Representación de “Dämon. El funeral de Bergman” en el Festival de Aviñón. Créditos: Luca del Pía.

Tras el parlamento, se inicia una gran coreografía en la que la reflexión principal se centra en el paso del tiempo. Es así como unas figuras ancianas coreografían con otras jóvenes. Las inmoralidades sexuales acompañan a la crudeza del paso del tiempo —de nuevo, referencias al cine de Bergman—, una desromantización total de la vejez que seguramente forme parte ya de las preocupaciones principales de la artista, y que se contrapone a la mirada normalmente entrañable hacia las personas de la tercera edad. Y es que éste es uno de los temas que más se refleja: la preocupación por su legado, que se expresa con ese cierto victimismo hacia las críticas; la pérdida de la juventud y el paso del tiempo carnal, que se dibuja a través de la coreografía; y el miedo no solo a la muerte, sino a ese estadio previo en el que la vejez se proyecta como una situación de vulnerabilidad total. Todos ellos funcionan como torrentes que hacen girar en círculos a una Liddell que, tras mucho sufrimiento, sale de la sala en una camilla de ambulancia.

Aunque vemos esas referencias constantes al cineasta Bergman, es sobre todo en la última parte cuando el encuentro hauntológico se hace más evidente. En un primer instante, Liddell trae a escena algunos de los parlamentos que forman parte de la producción de Bergman, interpretados en sueco por dos jóvenes actores. Esta acción sirve de precedente a la recreación del funeral producido en Farö. Es aquí cuando el espectáculo baja el ritmo considerablemente, dejando que el espectador abrumado por toda la acción anterior, pueda descansar por un tiempo que, todo sea dicho, se hace demasiado largo. Seguramente esa gran presencia escénica de Liddell en la primera parte del espectáculo opaque su ausencia en el inicio de la segunda, lo que marca un cierto bajón dentro de la obra que no se acaba de recuperar. Aun así, tras la celebración del funeral de Bergman, la conversación final que mantiene la propia Liddell con el humilde ataúd de madera es de una emoción incuestionable, una declaración hauntológica de amor que intenta traspasar unas fronteras entre la vida y la muerte que se presentan como un castillo demasiado alto para abordar.

una mujer observa a unos hombres cargando un ataud

Representación de “Dämon. El funeral de Bergman” en el Festival de Aviñón. Créditos: Luca del Pía.

Con sus altibajos, Liddell consigue encarnar el espíritu de Bergman y logra brindarle un gran homenaje. El paso del tiempo, el nihilismo desesperanzador y la falta de fe en la humanidad, claves en las temáticas del cineasta, se convierten en los ejes vertebradores de la obra, aun sin perder esa garra, crudeza, explicitud y surrealismo característico de Liddell. En definitiva, un éxito más que se une a un historial reciente que empieza a valorar y reconocer el gran trabajo de la artista en su tierra de origen.

[Imagen destacada: Foto de difusión de “Dämon. El funeral de Bergman”, proporcionada por Los Teatros del Canal].

Gerard Zamora (Sant Cugat del Vallès, 2001) es licenciado en Historia del Arte con mención en Gestión del patrimonio artístico (UAB), y con un máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual (UAM, UCM, MNCARS). Su investigación se ha basado en la exploración del tejido artístico contemporáneo de Barcelona y Madrid. También ha participado como comisario en exposiciones como “Entre lo íntimo y lo exterior” (Galería Nueva) y “Sobre la mesa: Semióticas de la cocina” (Biblioteca MNCARS); y colabora en publicaciones como A*Desk Critical Thinking.

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