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Nunca ha sido tan importante como ahora el conocimiento del porvenir, precisamente porque no se ve claro.
(“Sonámbulas”, 1884)[1].
Quizás porque el sentimiento contemporáneo está polarizado entre las predicciones apocalípticas del realismo capitalista y el desencanto profundo (es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo), hoy nos sentimos especialmente atraídas por formas de espiritualidad desligadas de atavismos y de la ortodoxia de las religiones hegemónicas que siempre mantuvieron el monopolio sobre lo que se podría llamar la gestión del alma.
Actualmente, se ha recuperado con fuerza un tipo distinto de espiritualidad desvinculada de las instituciones religiosas gracias al resurgimiento de saberes sometidos de territorios conquistados y colonizados. Una suerte de confianza en la magia y la espiritualidad encarnadas, incorporadas, que atiende a algo más que a esa Razón perversamente ideológica e insuficiente para explicar el mundo mientras promueve violencias y abusos bajo la bandera de un supuesto rigor y objetividad.
En el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en una discreta sala de exposiciones situada dentro de la colección de Arte Moderno se encuentra, cual caballo de Troya, una muestra que recoge la actividad creativa realizada por la médium catalana Josefa Tolrà (1880-1959) y la médium inglesa Madge Gil (1882-1961). Allí nos esperan pacientes una serie de libretas, bordados y dibujos realizados con materiales domésticos (papel, bolígrafo, libretas, tejidos…) que reclaman no solo nuestra atención para ser comprendidos, sino que requieren una actitud distinta a la que nos tienen acostumbradas los discursos predominantes. Las obras de estas dos mujeres que jamás se conocieron, pero con afinidades y concomitancias extraordinarias, nos invitan a reflexionar sobre el modo en que nos relacionamos con la espiritualidad y también con la práctica artística y las instituciones museísticas que pretenden acogerlas.
La experiencia de ambas se inició en su madurez mediante destellos visionarios de “seres de luz” tras unas vivencias íntimas de pérdida y duelo, aunque rápidamente se transformó en una misión de vida que buscaba ayudar a los demás con su mediación. Sus propuestas artísticas implican un más allá de la historia del arte. La recuperación de su legado permite abordar la práctica artística y la creatividad desde otras perspectivas que disienten de los relatos estéticos habituales y abre nuevos espacios políticos en la cultura moderna.
Sin embargo, creo que dos preguntas son previas a toda reflexión sobre la exposición: ¿Cómo asume el museo la obra de dos mujeres que nunca se consideraron artistas, sino médiums? Mujeres que nunca comercializaron sus obras, que no tenían formación artística ni literaria, que trabajaban en la cocina o en el comedor de sus casas con materiales domésticos y mediante el dibujo psíquico o la escritura automática… Se trata una producción artística que más que el fruto de un saber es el resultado de una necesidad de hacer y del aprendizaje que esto conlleva. Y, ¿cómo esta obra nos empuja a cambiar nuestra concepción del arte y la práctica artística?
Hoy en día, magia-espiritualidad, feminismos, cuerpos e imágenes forman una alianza poderosa que reivindica pensar y vivir de otro modo. Pilar Bonet, comisaria de la exposición, señala que la oleada feminista actual tiene que ver también con la reivindicación del derecho a un alma propia y libre, así como a una forma de creatividad que excede los saberes artísticos predominantes al anunciar una praxis transformadora que tiene el cuerpo, la sensibilidad y la emoción como lugares de partida.
Una de las potencias de esta muestra es el ejercicio de memoria a la que nos invita la obra y el contexto vital de estas dos creadoras. Poco se cuenta todavía sobre cómo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y en plena expansión industrial y colonial, cuando la razón y el progreso parecían pilares incuestionables de la sociedad por venir, aparecen una serie de formulaciones en contra de las formas del sentir-pensar hegemónico. La corriente espiritista acontece entonces, desde una perspectiva más científica que religiosa, como superación radical de las religiones imperantes consideradas autoritarias y atávicas, pero también como una forma de concebir la existencia adecuada y propicia para los cambios socioeconómicos políticos y culturales que auspicia la modernidad.
Esta forma de espiritualidad que aglutina ideas del cristianismo primitivo, del socialismo utópico, de las innovaciones científicas y de las prácticas mistéricas y ancestrales de los territorios colonizados, se extenderá rápidamente por todo el mundo industrializado participando tanto de las revueltas sociales en contra del imaginario capitalista como entrando en conflicto con las formas religiosas habituales y sus instituciones.
En aquellos tiempos, Charles Fourier arremetió contra la moral cristiana por pesimista y enfocada al dolor, una forma de religión que él denominaba “masoquismo mental”, y propuso otra basada en la alegría y la felicidad social, enfocada en la satisfacción de los sentidos y el placer. En esta línea, las sociedades espiritistas se posicionaron también contra las guerras, la pena de muerte o la esclavitud, y participaron activamente en manifestaciones y movilizaciones socialistas, republicanas y anarquistas. Además, estas prácticas fueron lideradas en su mayoría por mujeres, hecho que contribuyó a la revuelta contra el destino (privado, recluido y sumiso) que el patriarcado había diseñado para ellas.
Esta exposición vindica que las obras de Tolrà y Gil no son excepciones o singularidades dentro de nuestra historia, sino que forman parte de una genealogía muy potente, pero desatendida y marginada. Su legado recupera la herencia de las místicas medievales que encuentra en la expresión y la práctica artística la posibilidad de transformar radicalmente el acceso epistemológico al mundo y su cosmovisión. El objeto artístico se convierte así en una herramienta de aproximación, en un médium para acercarse a lo inexplicable, lo invisible, lo irrepresentable. Práctica artística y experiencia visionaria atestiguan que la visión no solo depende de lo percibido, sino que amplía la realidad asumiendo una potencia transformadora del mundo. Y el hecho de que el trabajo creativo de estas mujeres forme parte de su proceso de vida y no de una profesión nos acerca a la práctica artística desde la dimensión ética. Así, esta exposición nos permite recordar que la función social del arte es comunicar, compartir, sanar y mostrar cuestiones y emociones desde un lugar al que las palabras no llegan.
Actualmente, desde la vertiente antropológica de la crítica de la imagen, se postula también que la experimentación artística es un espacio intersticial y medial. Así, Hans Belting, en su libro Antropología de las imágenes utiliza el término médium para señalar una de las tres constantes de la tríada artística elemental (imagen-médium-cuerpo). Para él, imagen y médium son indisociables. Los objetos artísticos en su globalidad, son también médiums. El arte, liberado de su sometimiento a los discursos oficiales y a la Academia y sus dispositivos de saber, se convierte con las obras de Josefa Tolrà y Madge Gill en una vía sensible desde dónde acercarnos a aquellos aspectos de la vida donde los códigos y las dinámicas establecidas no dan más de sí.
[1] “Sonámbulas” fue un artículo publicado en La Vanguardia que Dolors Marín recoge en su libro Espiritistas y librepensadoras (2018).
[Imagen destacada: Cuadernos de Josefa Tolrà y Madge Gil en la exposición La mano guiada, comisariada por Pilar Bonet en el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Fotografía: Júlia Lull]
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)