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La Berlinale vive una época convulsa. En la edición del año pasado, varios cineastas retiraron sus películas de la programación por su supuesta complicidad con el Estado de Israel. Además, la doble victoria del documental No Other Land (Premio del Público Panorama a Mejor Película Documental y Premio de Cine Documental) provocó que distintos organismos políticos alemanes presionaran al festival para desmarcarse de la visión sobre el conflicto israelí-palestino que presentaba la película. La directora en aquel momento, Mariëtte Rissenbeek, se vio obligada a calificar de inapropiado el discurso de Yuval Abraham (Israel) y Basel Adra (Palestina), codirectores del documental, e invitó a otros cineastas a mantenerse imparciales.
El despido de un empleado por firmar un correo interno con “from the river to the sea” fue el detonante final para iniciar el boicot promovido por la PACBI (Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel) y la creación de un festival paralelo llamado Palinale. Con proyecciones, música, charlas y exposiciones, Palinale busca fomentar el diálogo sobre la liberación de Palestina y las formas de resistencia ante la opresión de los pueblos y las voces disidentes. Inicialmente, anuncié que sería mejor seguir únicamente esta programación y apoyar a la PACBI.
Un boicot es una acción diseñada para desestabilizar a una persona o entidad y forzar un cambio. El miedo instaurado en el sector cultural alemán —alimentado por la represión policial y política contra los discursos pro-palestinos y contra el genocidio— hizo imposible que Palinale funcionara realmente como un boicot. Esto quedó claro desde el panel de inauguración del festival, donde los invitados encontraron dificultades para ponerse de acuerdo sobre las intenciones detrás del evento, alternando discursos a favor y en contra de participar (como profesional o espectador) en la Berlinale 2025. Sin embargo, el Palinale sí logró convertirse en un espacio seguro para el debate.
Imagen de la proyección de la película ‘Eccomi…Eccoti’ durante Palinale. © Matías Daporta / Palinale 2025
En una de las charlas posteriores a una proyección sobre interseccionalidad en la lucha, un miembro del público habló sobre el reto de la incomodidad. Describió cómo la incomodidad intrínseca al activismo no se distingue de la que experimenta en su día a día, al haber nacido en una nación en conflicto, Siria, y ser migrante en Alemania. En cambio, señaló que las comunidades blancas y europeas, gracias a su privilegio, pueden elegir cuándo involucrarse en una causa, entrando y saliendo sin que ello afecte su cotidianidad.
Tilda Swinton fue la actriz galardonada con el premio de honor en esta edición de la Berlinale, en una decisión estratégica por parte de la recientemente nombrada directora del festival, Tricia Tuttle (Reino Unido). Gracias a una cuidada selección de proyectos, Swinton ha conseguido el reconocimiento del sector cultural más vanguardista y se ha consolidado como una figura asociada a un espectro político progresista. Swinton era la cara perfecta para restituir la cuestionada imagen del festival.
En sus discursos, habló elocuentemente sobre disidencia y resistencia y nos reveló la utopía que considera deberíamos aspirar a alcanzar, el denominado “Estado Independiente del Cine”, un lugar inmune a gestos de ocupación, colonización, persecución y deportación. Su discurso careció de menciones específicas o referencias directas a conflictos actuales, lo que le aseguró un aplauso unánime. Durante la conferencia de prensa, Swinton mencionó que la organización del festival le otorgó total libertad para expresarse, reafirmando que la Berlinale es un espacio para la libertad de expresión.
Sin embargo, los acontecimientos posteriores revelaron cierta ingenuidad o incapacidad por parte de Swinton para leer el contexto en el que se encontraba, mostrando sus intervenciones como un ejercicio de “activismo performativo”, impulsado más por el deseo de reconocimiento dentro de ese “Estado Independiente del Cine” que por un compromiso real con la situación actual. Al abstenerse de señalar figuras o agentes concretos y permanecer en un plano simbólico, evitó la incomodidad inherente a toda acción política transformadora.
Palinale estuvo más cerca de ser ese “Estado Independiente del Cine” que la Berlinale. En el primero, podía llevar una kufiya (pañuelo tradicional de Oriente Medio, representativo de la comunidad palestina) sin ser cuestionado; en la Berlinale, al llevarla, me expuse a miradas intimidantes y de desaprobación. Una incomodidad similar se manifestó en los discursos de varios participantes. Por ejemplo, el director de la película Queer Panorama, Jun Li, al leer unas palabras en nombre de su actor Erfan Shekarriz, tuvo que soportar abucheos y comentarios racistas. Situaciones similares se repitieron a lo largo del festival y es al enumerarlas cuando la frase final del discurso de Jun Li cobra más sentido: “Nadie es libre hasta que todo el mundo sea libre”.
La falta de un posicionamiento claro por parte de la dirección de la Berlinale genera una incómoda contradicción en su programación. Aunque muchas de las películas exhibidas adoptan posturas explícitas contra el fascismo, a favor de la diversidad sexual y de género, y celebran la interculturalidad, estas elecciones parecen más un gesto superficial de distanciamiento respecto a la realidad colonial, clasista y racista europea, que un intento auténtico por cuestionar las estructuras que perpetúan ese legado que repercuten en el contexto sociopolítico global actual.
Siguiendo la lógica que bell hooks desarrolla en Eating the Other sobre la exotización y el consumo simbólico de la otredad, la Berlinale parece caer en la trampa de utilizar la diversidad como el “condimento” clave para generar una narrativa progresista que la diferencie de otros festivales de tamaño y relevancia similares, como Cannes, San Sebastián o Venecia.
Es un ejercicio análogo —como sugiere hooks— al deseo de “acostarse” con la mayor diversidad posible. Yo mismo caí en el atractivo de esa diversidad. Aunque inicialmente había decidido centrarme exclusivamente en el programa de la Palinale, terminé asistiendo a ambos festivales indistintamente, no por necesidad, sino por deseo (de atención, prestigio, consumo, conocimiento, reconocimiento, etc.).
El objetivo de Palinale se aleja de todo esto para invitarnos a habitar la incomodidad. Al ofrecer una programación cargada de política y presentada sobre una bandeja de valores, logra activar y colectivizar la lucha. Sus proyecciones nos invitan a abandonar la pasividad del discurso individualista y a abrazar la acción y el conflicto en colectivo… Y lo consigue, pero solo hasta cierto punto.
Soy un ejemplo de esquirolaje cultural. Varios amigos me confrontaron por no haber respetado mi plan inicial. Incluso desconocidos en Grindr, la aplicación de citas gay, expusieron mi incongruencia al mostrar en mi perfil el icono de la sandía —símbolo de apoyo a Palestina— mientras disfrutaba de la Berlinale.
Conversación en la aplicación de citas Grindr © Matías Daporta / 2025
Tomé decisiones desde mi propio privilegio, amparándome en una lógica débil que justificaba mis acciones cuestionando la falta de definición del Palinale, en lugar de comprender su complejidad. Me dejé seducir por el marketing de la Berlinale, traicionando mi propia ética. Después de esta experiencia, me cuesta creer en la capacidad del activismo cultural para provocar cambios reales sin la implicación activa de las instituciones.
La Berlinale tiene el prestigio necesario para ser un agente de cambio, si su dirección asumiese el riesgo de priorizar los derechos humanos por encima de sus propios intereses, incluso si eso implicara poner en juego la estabilidad del evento. No basta con programar películas con mensajes políticos; es esencial respaldar activamente esos mensajes y a sus creadores, especialmente cuando el festival presume de tener lo político en su ADN.
O quizás esta no es más que otra excusa para justificar ser un esquirol en la Berlinale.
Pegatina en los baños del cine Arsenal sede de la sección Forum de la Berlinale © María Muñoz / 2025
(Foto de portada: Tilda Swinton durante su discurso en la gala de entrega del Oso de Oro honorífico © Richard Hübner / Berlinale 2025)
Matías Daporta es artista, comisario y gestor cultural con un enfoque transdisciplinario. Su trabajo abarca proyectos artísticos y curatoriales que exploran los límites del derecho cultural, la homogeneización cultural, la intersección entre artes vivas y otras disciplinas artísticas (y la vida misma) y la visibilidad de las identidades queer. Sus proyectos, tanto artísticos o curatoriales, buscan generar un contexto social que proponga nuevos mecanismos de atención y observación de un evento. Daporta fue el comisario de Me gustas pixelad_ sobre la intersección entre performance y cultura digital en La Casa Encendida; el proyecto europeo Digital Leap, para el Institut Ramon Llull; o el proyecto de mediación Framing Intimacy para la Fundación Joan Miró. También estableció DESFOGA en 2014 (activo), un programa de residencia y festival destinado a abordar dinámicas de poder, desigualdades y violaciones de derechos humanos a través de performances, instalaciones y exhibiciones.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)