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Las cuestiones relativas al paisaje han sido ampliamente descritas, dialogadas y exhibidas en Chile. Ejemplo de aquello ocurrió en el siglo XIX producto del paso de científicos, dibujantes, ilustradores y artistas europeos que recorrieron nuestro territorio y, en algunos casos, lo hicieron propio, sentó las bases para el posterior desarrollo de la pintura del paisaje.[1]
Frente a ese panorama aparecieron bucólicas pinturas, grabados y litografías de Claudio Gay, Alejandro Ciccarelli, Antonio Smith, Onofre Jarpa; por nombrar algunos. Todos ellos fueron envueltos en una práctica netamente romántica y cientificista. No obstante, ya en el siglo pasado y con bastante frecuencia desde principios del actual, es instalada una visión del paisaje que cuestiona drásticamente algunas de las más reconocibles y canónicas postales que han abordado esta temática.
De la mano de estas insurgentes ideas, el artista visual Germán Tagle propone una serie de imágenes que consignan, desde una pormenorizada desarticulación, tanto de sus esquemas, como de aquellas pinturas decimonónicas, la actual degradación que sufren los diferentes pisos ecológicos producto de la fuerza geológica del ser humano, un hecho que ha provocado el innegable deterioro del paisaje.
Cabe recordar que hoy, se le pide al artista que aborde temas de interés público. En la actualidad el público democrático quiere encontrar en el arte las representaciones de asuntos, temas, controversias políticas y aspiraciones sociales que activan su vida cotidiana.[2] En este sentido, existe una aspiración planetaria que recala en la conciencia crítica y perspicaz de Tagle para que sea uno de los tantos que instale en la palestra parte del historial de ecocidios, visibles en el medio ambiente, con los que carga este país. Además, estas perspectivas plantean una introspección colectiva sobre las acciones que, desde el espacio de artes visuales, deberíamos diseminar para diseñar una urgente y estricta defensa del ecosistema.
A lo largo de este año 2020, hemos sido testigos de las desgarradoras pancartas que nos enrostran que el cambio climático, la deforestación y la crisis epistémica multicontinental es real. Puntos de convergencia que nos invitan a re-pensar nuestros tratados con los vitales elementos que desprende la Pacha, muchos de los cuales hemos saqueado, alterado y, principalmente, extraído de manera constante. Por lo que nadie puede negar que el extractivismo es un sistema que favorece el aniquilamiento de los paisajes donde convive la flora, la fauna. No hay dudas que el extractivismo nos ha mostrado que es un desarrollo económico violento y destructivo para el equilibrio ecológico del orbe. Según MODATIMA (Movimiento de Defensa por el acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente) este país es reconocido en el mundo por difundir un modelo de apropiación y explotación irracional y masivo de bienes naturales comunes, sin procesar o con un procesamiento mínimo, y que se destinan preferentemente hacia los mercados de exportación.[3]
Bajo este dictamen, las problemáticas que nos revelan, en la actualidad, los paisajes metamorfoseados están relacionados al extractivismo indiscriminado de los recursos naturales.
Dentro de la visión del mundo extractivista, todo se transforma en recurso a extraer con el objetivo de vender como mercancia para obtener desmesuradas ganancias en el mercado global. Esto incluye las formas de vida (humanas y no-humanas) e incluso aquellos artefactos culturales que fueron ritualizados en épocas pretéritas. Todo ellos son vistos como instrumentos para el sostenimiento de la vida extractivista. Por cierto, esta característica despolitiza, descontextualiza y despoja los sentidos lingüísticos y culturales que conviven con los artefactos y objetos extraídos.[4]
Entonces, la maquinaria del extractivismo es el gran inspirador que atraviesa a estos reflejos pictóricos con el fin de re-visitar y re-explorar aquellas geografías contaminadas por ciertos intermediarios que irrumpen en las postales que promueven a los paisajes congénitos. Torres de alta tensión, tuberías, implementos domésticos y los desechos propios del capital, son agentes que cargados del deshecho humano, muestran las otras apariencias que conviven con nuestros ecoterritorios.
Por otro lado, estos cruces de la pintura rematan en un par de locaciones específicas –a estas alturas bastante reconocibles– que delatan las vicisitudes de un medio ambiente cada vez más corrompido por el neoliberalismo. De esta manera, la ecuación extractivista que Tagle nos propone y que marca la depredación de la naturaleza, está centrada justamente en abrir un diálogo destemplado que examine la producción y distribución de los recursos, pues para el neoliberalismo no hay producción sin extracción, ni muchos menos, una propuesta sustentable dentro del mismo proceso de extracción justo en estos meses en que convivimos ante una incertidumbre generalizada.
Pues bien, la lupa del neoliberalismo pretende que estos paisajes sean homologados a un bien de consumo. Es la lógica de un sistema caduco en una época de recesión económica y depresión cívica sin precedentes. Una coyuntura que compone una parte de este análisis ambiental que Germán Tagle ha enfocado sobre los ambientes naturales ya fastidiados por la irrupción de las transnacionales que, en esta ocasión, inspiran una plástica reflexiva sobre las deformaciones que han sufrido los paisajes.
A su vez, el particular enlace entre un par de hitos pictóricos y la explícita diversidad territorial, constituyen un eje clave para dimensionar la peculiar confección de estas imágenes. Ciertamente estos encuadres pictóricos e instalativos manosean al medioambiente que ya nos alertó sobre el precario manejo e irresponsabilidad social, política y económica que han mantenido los seres humanos.
Estas visualidades son, específicamente, fruto de una tensión entre el extractivismo y los paisajes que este artista ha (re)construido y (re)producido a lo largo de su carrera. Una dialéctica ininterrumpida entre su modo de producción de arte y las texturas que son entrelazadas con un pensamiento sustentable para tensionar el trasfondo político de la lectura del paisaje en el cual nos desenvolvemos.
Para finalizar, la denominada construcción del paisaje en el arte toma un dramático giro en las manos de Tagle quién no solo desajusta el panfleto desinformado que ha construido la elité, sino que también experimenta entre los recovecos geográficos de este país, que yace cada vez más dominado por el extractivismo.
(Imágenes: Germán Tagle, proyecto Futuro Esplendor, acrílico sobre papel, medidas variables, 2020).
[1] CORTÉS, Gloria. El paisaje habitado. Catálogo de la exposición “Puro Chile: paisaje y territorio”, Centro Cultural La Moneda, Santiago, 2014, pp. 198-203.
[2] GROYS, Boris. Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea, (Buenos Aires: Caja Negra, 2015), p. 11.
[4] GROSFOGUEL, Ramón. Ver en Revista Tabula Rasa (mayo 2016) http://www.revistatabularasa.org/numero-24/06grosfoguel.pdf
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