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Todo el mundo habla del tiempo. Nosotros no, la exposición de Alán Carrasco en ADN Galería, inmediatamente nos hace pensar en la docuficción, ese género cinematográfico que capta la realidad, al tiempo que introduce elementos irreales o situaciones de ficción en la narrativa que aportan intensidad al relato. En el caso de Carrasco, un rigurosísimo trabajo de investigación histórica, centrado en los detalles, le permite hilvanar narrativas, alternativas pero plausibles, con las que cuestionar el relato hegemónico.
Fruto de su estancia en la Academia de España en Roma, el artista toma tres momentos de la historia europea reciente (la Transición Española -1975-1982-), la violencia sociopolítica en Alemania (desde los inicios de la RAF hasta 1977, con el «Otoño alemán»), los Anni di piombo (Años de plomo, 1969-1980) en Italia, que conecta, de manera transversal con el foquismo, los intentos de implantación de las estrategias guerrilleras en Europa. A partir de ahí, Carrasco elabora una serie de trabajos de formato diverso en los que relato y formalización acaban creando una serie de conexiones verosímiles y creíbles por los detalles que, finalmente, nos hacen dudar de todo y en el que no faltan los golpes de efecto que, como por arte de magia convierten la papeleta del NO al referéndum de la Constitución española en un buen soporte para anotar un tratamiento contra la artrosis del Dr. Calatayud o, con un giro de 180º, transforman el anagrama de Garibaldi en el rostro de Stalin.
En paralelo a la especulación como metodología de trabajo de Carrasco, con el «uso de la historia como material maleable para construir un relato posible», ADN Galería presenta en el espacio superior de la galería El múltiple y su réplica de Antonio Ortega, un viaje en el tiempo (no sólo del título que alude a la célebre exposición El arte y su doble -Dan Cameron-, que a su vez remitía a El teatro y su doble -Antonin Artaud-) a un trabajo de 1991. Varillas de hierro de 1m. doblada durante 10 min. y enderezada durante 100 min. nos hace pensar en la ambigua relación entre absurdo y esfuerzo y en la futilidad sobre la que proyectamos valor.
Sin duda, la intervención estrella de Antonio Ortega en esta exposición se sitúa en la terraza del edificio, en la que nos encontramos con la réplica de la Mano pararrayos (LA mano del Cristo en Majestad de Sant Climent de Taüll) que el artista ha situado en el Museo Nacional de Arte Catalunya que alberga dicho fresco románico. Lo fascinante de esta intervención no es su escala física -absolutamente estándar-, sino todo el proceso que ha llevado al artista a esta formalización que se inició con el deseo de apropiación de la sala oval del MNAC, y que culmina con esa mano pararrayos en uno de los puntos más altos del museo y de la que no podemos evitar esperar que atraiga el rayo que ya aparece anunciado en la pintura románica de Taüll.
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