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Magazine

26 junio 2017
Tema del Mes: D for distribution
Antònica el Río - Susurros en blanco. La Biblioteca ausente, 2011
Las bibliotecas no fueron el fin de las librerías

Considero que el conocimiento es un bien común que beneficia a la colectividad y permite el desarrollo igualitario. Defiendo el conocimiento libre, y como consumo arte para conocer, me pregunto sobre su accesibilidad.

Si bien otrora era habitual oír hablar sobre el hermetismo del circuito del arte, de la Torre de Marfil en la que vive el artista y de la obra como un bien exclusivo, no podemos decir lo mismo hoy, al menos no de una forma predominante. Con el avance de la tecnología, tanto artista como obra salen al espacio público, ahora Internet, en una aparente cercanía. Por otro lado, algunas instituciones, atendiendo a los nuevos menesteres actuales, y advirtiendo el potencial de lo tecnológico, incorporan en sus propuestas guías de exposición online, archivos digitales, conferencias en streaming o directamente un museo virtual. Formando parte de la realidad on-line en la que no existen distancias físicas ni temporales, las distancias entre el circuito-creación y el circuito-consumo están ahora, por lo tanto, conectadas en un mismo espacio que tanto sirve para el aprendizaje, la realización o el disfrute.

Publicamos, compartimos y descargamos archivos propios y de otros, de una forma libre y abierta ignorando, en la mayoría de los casos, la legalidad. El derecho al conocimiento se pone por encima del derecho del autor. Este deseo de consumir y compartir empuja a los/las autores/as, así como a la industria, a replantear el sistema de distribución y monetización de su trabajo. El artista digital Solimán López comentaba hace unos meses en una charla[[En la mesa redonda ‘Art digital, arxius i alternatives contemporànies’, Arts Santa Mònica, 2017.]] que él cree en la distribución del arte a lo angry bird: muchas copias a un precio asequible para todos. Otros, como Radiohead[[Radiohead decidió vender su disco “In Rainbows” (2008), a través de su sitio Web. El precio por la descarga lo determinaban los fans, quienes decidían con cuánto dinero querían apoyar el trabajo de la banda británica. Durante la primera semana de ser subido el disco a la red, lo descargaron 1.200.000 personas, pagando una media de seis euros cada uno y otorgándole al grupo ganancias récord de 7 millones de euros. El 23 de junio de este año han publicado su último trabajo, una reedición de su mítico y aclamado “OK. Computer”, y ha sido publicado con la misma filosofía que “In Rainbows”, sin discografía y con descarga en su web.]], apostaron por salir de la discográfica y ofrecer descargas de sus publicaciones a cambio de la voluntad del consumidor, y cabe decir que consiguieron más ingresos que cuando publicaron con precio de salida. Otros se decantan por ofrecer sus canciones y cortometrajes de forma libre y hacer caja en los conciertos, las salas de cine o los festivales. O como en el caso de la fotografía o la pintura, que son compartidas en la red, pero es a través de exposiciones, venta, becas o acciones complementarias -tipo seminarios- donde encuentran sus beneficios. Y qué decir de la performance, ¿nos imaginamos a Yves Klein pasando la gorra después de dar el salto al vacío?, ¿taquilla inversa por ver a Abel Azcona en acción?

Ofrecer las propias creaciones de este modo responde a distintos motivos; por principios, por una voluntad desinteresada de compartir, como estrategia para darse a conocer… Arctic Monkeys[[Wikipedia: En 2003 después de unas cuantas presentaciones, los Arctic Monkeys empezaron a grabar demos y a grabarlos en CD para regalarlos en los conciertos. Con un número limitado de CD disponibles, los fans comenzaron a ripear la música en sus ordenadores y a compartirla entre ellos. Al grupo no le importó, diciendo que «nunca hicimos esas demos para hacer dinero ni nada. Estábamos regalándolas de todos modos, era la mejor manera de que la gente las escuchara. Eso hizo que los conciertos fuesen mejores, debido a que la gente sabía las letras y cantaba con nosotros.” No quisieron responsabilizarse de la difusión de su música, admitiendo que ni siquiera sabían cómo poner sus canciones en Internet. Cuando un periodista de Prefix Magazine les habló sobre la popularidad de la banda en MySpace, los miembros de la banda admitieron que ni siquiera sabían qué era MySpace, y que su página oficial había sido creada por sus fans.]] regaló su primer CD en los primeros conciertos, lo que les llevó en muy poco tiempo al estrellato, mucho antes de que plataformas destinadas a la producción como Myspace, Soundcloud, Bandcamp, Flickr, Instagram, Youtube, Vimeo, bogs, etc, fueran consideradas promesas de éxito. La suma de modelos de culminación por parte de algunos de sus usuarios no hacen más que confirmarlo. ¿Cuántos youtubers de la nada están ahora trabajando como actores para películas en las que precisamente son ellos la golosina para el público? Fama, ¿objetivo o consecuencia? Famosos que se hicieron a sí mismos a través de Internet y que hoy tienen tantos seguidores como cualquier estrella de Hollywood, -recordemos de dónde salió Justin Bieber[[La madre de Justin Bieber colgó en Youtube vídeos de su hijo interpretando canciones para que sus familiares y amigos cercanos pudiesen verle. Scooter Braun, un ex ejecutivo de marketing vio accidentalmente uno de sus vídeos de 2008 en Internet mientras buscaba videos de otro artista musical. Impresionado le propuso grabar una demo, al poco tiempo ya estaba cantando con Usher, quien sería su manager. Ese mismo año firmó con la compañía discográfica Island Records y empezó su carrera musical.]]-. Lo que acaba volviendo a muchos adictos a la producción exprés en busca de un sueño de reconocimiento personal, dejando en segundo plano la calidad de su producción, activando de nuevo el eterno debate sobre qué es arte y qué no.

Personalmente, no comparto el fanatismo, creo que desequilibra la balanza de valores poniendo al artista por encima del resto de agentes profesionales, incluso por encima de su propia producción. Creo verdaderamente que lo que debería hacerse público son sus creaciones, aunque hasta la fecha son pocos los que contemplan publicar una película, un disco o un libro, pero este planteamiento está cambiando. Sin ir más lejos, el festival de videoarte Loop está preparando un archivo digital[[En el combo de prensa de este año, Loop anunció que están trabajando en una plataforma virtual que contenga el contenido de vídeos que han formado parte del festival desde sus inicios. Con la intención de que el vídeoarte no sea una práctica exclusiva y marginal sino que esté presente en los intereses y discusiones del público.]] público en la web, con el contenido íntegro de vídeos que han pasado por sus ediciones. Se trata de fomentar el diálogo y la reflexión en relación al videoarte, las piezas de videoarte igual han sido y seguirán siendo coleccionadas, su visualización online nunca tendrá ni la misma resolución, ni en el mismo tamaño, ni el mismo material -según la pieza de la que se trate-. Tampoco es lo mismo conocer que poseer. Debemos distinguir, pues, entre archivos pensados para su consumo en Internet y la pieza de arte original que se compra, se colecciona y se exhibe off line.

Al igual que las bibliotecas no fueron una amenaza para las librerías, todos sabemos que Netflix no es una amenaza para la industria del cine. No es lo mismo ver una película que tenerla, ni es lo mismo la experiencia de verla en el cine a la de verla en casa. El problema tal vez se dé cuando alguien decide extraer el archivo de Internet para hacer copias, montarse su propia exposición con las fotografías de otros, como hizo Richard Price[[En 2015 Richard Price extrajo fotografías de Instagram y realizó una exposición con ellas, poniéndolas a la venta sin tener el consentimiento de los autores.]], o vender las películas pirateadas, como se hace en los top mantas. Es decir, lucrarse con el trabajo de los demás sin tener su permiso. Diferente es que alguien los consuma para su uso doméstico; por curiosidad, por pedagogía o por gusto, incluso lo considero un halago para el/la autor/a, una muestra de interés cultural que deseo que sólo haga que crecer.

Nerea Arrojería es historiadora del arte especializada en fotografía. Entre sus líneas de interés está la imagen fija o en movimiento utilizada en las sociedades contemporáneas, dentro o fuera del museo.

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