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Una experiencia al estilo ‘Lost in translation’

Magazine

07 junio 2013
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Una experiencia al estilo ‘Lost in translation’

Recuerdo que cuando vi la película de Sofia Coppola me fui a dormir con una especie de ansiedad difusa. No podía no identificarme con esa sensación de desconcierto, y hasta aburrimiento de los personajes ante lo que acontecía en aquella ciudad ajena. Fue con esa misma sensación que volví de Frieze NY. No a causa de la mucha o poca calidad de las obras. Volví inquieta debido a la desmesura de lo que se ofrecía. Se trataba de un programa que empujaba a un desenfreno ya no sólo por consumir sino por lo que yo llamaría una nueva forma de satisfacción: yo estuve allí, yo lo vi –oí, comí, toqué, interactué-. Y es que en la competencia por ser “La Feria”, parece ser que ofrecer de todo para todos los sentidos, y cada vez más, es la línea a seguir. Sin reparar en que esa tendencia al exceso roba el deleite, y lejos de saciar al público, lo vuelve más insatisfecho.

Por ilustrar un poco: Había 180 galerías, más de 1.000 artistas de 32 países y obras en todos los soportes, incluyendo performance. Estaba Frieze Projects, Frieze Talks, Frieze Sound, un tributo a FOOD (el restaurante abierto en 1971 en Soho por Gordon Matta-Clark y Carol Goodden), y el Parque de Esculturas –en el que estaba el inmenso globo rojo con forma de perro de Paul McCarthy, opacando varios de los trabajos comisionados para Frieze Projects –y que por cierto, fue vendido por US$900,000,… látex y aire caliente-. Por si este listado no fuera suficiente, quedaban las innumerables exposiciones en las galerías de Chelsea y todas las obras colocadas en el Highline.

Queda claro por qué el agobio. Luego el desconcierto. La gente estaba más pendiente de sus iphones, ipads y los atuendos con que desfilaban los asistentes que de las piezas y los proyectos. Las obras más populares parecían ser aquellas que tenían espejos y/o superficies reflectantes –que no eran pocas–. En un principio pensé en la eficacia en aquellas obras porque parecía que confrontaban al espectador con temas como lo ficticio de la imagen o el abismo que siempre existe entre lo que se ve y lo que es. Ingenua yo. Luego descubrí que era para evitar las largas colas del baño y retocarse sin esperas por si lograban la foto que les daría 5 minutos de fama en un blog sobre moda.

Aún hay más. Falta mencionar lo maravillados que quedaban con obras cuyos colores iban con la tendencia de la temporada (lo neón y lo étnico fueron los ganadores), y las que “homenajeaban” a Duchamp –sí, había una versión 2013 de ‘La Fuente’ y otra de ‘Erizo’, en distintas galerías y de distintos artistas-. El otro artista “influyente” fue Gustav Courbet con ‘El orígen del mundo’, sólo que las múltiples versiones presentadas finalmente develaban la identidad de la musa.

A Frieze NY había que ir con temple para que el panorama fuera otro. Dos performances, una muestra en Chelsea y tres conversaciones del programa Frieze Talks me bastó para quedar satisfecha. Este itinerario incluía a Suzanne Lacy, Joan Jones y Douglas Crimp, el performance de Tino Seghal “Ann Lee” (2011) en la galería Marian Goodman, trabajos de Richard Sierra de los años 1966 a 1971 en la galería David Zwirner – entre los cuáles había cinco extraordinarios cortometrajes: ‘Hand Catching Lead’ (1968); ‘Hands Scraping’ (1968); ‘Hands Tied’ (1969); ‘Frame’ (1969) y ‘Color Aid’ (1979-71)-, y la performance ‘Heave and Shudder’ de Audrey Chen (cello/voz) y Nate Wooley (trompeta) en Anton Kern Gallery.

Esta fue la medida justa para mí. Me dejó estar con cada proyecto el tiempo suficiente para darme cuenta que cada uno de estos artistas, aunque muy distintos en más de un plano, resultó que tenían algo en común. En su obra no había un deseo de fama, ni la prepotencia de alardear sobre la acumulación de conocimiento en su larga o corta formación. Surgían de un deseo genuino de transmisión de lo que significa tener, como punto de partida para crear, el esfuerzo y el cuestionamiento de lo propio.

De nuevo, y con todo, estas propuestas no fueron “crowd pleasers”. Lo que pone sobre la mesa el tema de un fenómeno que yo llamo el efecto ‘Alka-Seltzer’ – la efervescencia de público en ciertos espacios, que por su cantidad y “calidad”, neutralizan los efectos del arte, en comparación con aquellas propuestas que muestran un arte más crítico y cuyo público es más escaso. Pero darle larga a por qué sucedió esto con producciones de artistas como los mencionados, me robaría el placer hedonista, al estilo Michel Onfray, que siento cada vez que recuerdo cada una de estas experiencias. Así que hasta aquí llego y cierro con un refrán dedicado a los galeristas, organizadores y curadores de ferias: No hay peor ciego que el que no quiere ver

Paulina, de Guatemala, ha dejado las cuatro paredes de su consultorio y cree que también la mala costumbre de distanciarse de la vida a través del carrousel sin alto de los conceptos y las teorías. No se fue con las manos tan vacías, lleva en su bolsillo el deseo de rescatar el valor de lo único, herencia de su formación en psicoanálisis. Espera hacer algo con eso. Espera poder introducirse en los imprevistos de la realidad. Documentarlos, darlos a ver con un twist de imaginación. Con suerte dejarán de pasar desapercibidos e inquietarán como un pelo en la sopa.

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