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Hoy nos acercaremos a un símbolo europeo que ha atravesado los siglos, porque cada siglo lo ha interpretado de manera diferente, la Santa Faz, el Mandylion, en el que Cristo dejó milagrosamente impreso su rostro; y lo haremos acompañados de un artista no menos milagroso, gestando desde hace tiempo monumentos a nadas, capiteles de mil formas, espacios fantásticamente en ruinas en los que nuestro itinerario artístico se ha cruzado ya varias veces, siendo esta la primera en la que se consuma nuestra entrada en este símbolo.
La Santa Faz es un símbolo por excelencia, ocupa en el orden de la vista el mismo lugar que la Eucaristía en los Sacramentos, instituida por Cristo en la Última Cena delante de sus apóstoles. El relato al que se refiere su origen es simple: en el camino del Vía Crucis, fue una santa mujer, Verónica quien tendió a Cristo un paño, en el que se secó el rostro y en el que quedaron milagrosamente impresos sus rasgos. El paño se encontraba entre las reliquias reunidas en la capilla imperial de Faros, según la versión del francés Robert de Clary, soldado que participó durante el saqueo de Constantinopla de 1204. Los originales de la Santa Faz y otros autorretratos milagrosos dejados por Cristo, junto con el Mandylion de Edesa fueron dispersados, vendidos o saqueados, entre ellos, la reliquia de la corona de espinas, ofrecida a Luis XI de Francia, para la que hizo construir la Sainte-Chapelle.
El relato, desde entonces multiplicado por innumerables fuentes, representó para la historia del arte cristiano el papel de “ leyenda de los orígenes”, del mismo modo que lo fue el gesto de la prometida de Corinto, para la Antigüedad grecoromana.
Visité a Marc hará dos semanas. En la puerta de su estudio había una pequeña rendija a modo de orificio, a través del cual, antes de entrar y sintiéndome totalmente voyeur, miré. Lo vi pintando, tan concentrado y perfecto, que esperé a que terminase, cosa que sucedió cuarenta y cinco minutos después. Soltando una larga expiración y dejando los pinceles, acudió a la puerta y me recibió, como si saliera de la nube del Sinaí en la que había estado hacía un momento.
Tuvimos una conversación larguísima, sin beber nada durante horas, de la que transcribo lo más valioso que dijo:
“A todo esto, me pregunto y no puedo asegurar que Jesucristo haya existido, ¿tu crees que sí, que no, o te da igual? Cuándo me propusiste hablar del Mandylion, inmediatamente me asaltó la idea de ruina, probablemente porque estaba sumergido en la lectura de “El tiempo en ruinas” de Marc Augé. El autor afirma que «el arte se construye sobre las ruinas de la religión», es más, que «el propio arte, en sus diversas formas, es una ruina o una promesa de ruina». Es un poco como Poussin, flipado por las ruinas. Hay un punto que es nostálgico, y a la vez, contiene todo el potencial para imaginar.
(…) me encontraba en un momento de incubación de una idea en la que se desplegaban miles de caminos posibles, pero ninguno era claro, la mente se convertía en un buscador de internet con miles de pestañas abiertas. Este momento en el que se intuye una ruta, pero no podemos trazarla con exactitud, se parece también a una ruina. Hay partes incompletas en las que uno puede encontrar otras rutas para explorar.
En este tiempo en el que discurso oficial es el fin de los recursos, la crisis de la modernidad como explica la filósofa Marina Garcés en “Nova il·lustració radical”, donde la ansiedad parece paralizar cualquier posibilidad de pensamiento crítico, quizás la imaginación puede trazar rutas para escapar. La pintura tiene una cualidad, a la que cuando intentamos ponerle palabras, cagada pasturet.
En ocasiones hay cuadros que son así, parecen detenerse durante el proceso ante la imposibilidad de tomar una decisión acerca del camino a seguir. Cuelgan en el estudio, durante días, semanas, meses; uno mira la tela manchada en la pared e imagina cual será el siguiente paso, pero no lo ejecuta, mantiene esa idea a la espera, vuelve atrás y formula otra. Es el caso de “credo quia absurdum”, este cuadro en el que se habían acumulado varias capas de pinturas fallidas. Tracé la composición de una arquitectura en ruinas y me puse a manchar las masas de sombras y luces. Tras algunas sesiones paré, las capas de anteriores cuadros que se dejaban entrever en la tela me dejaban intuir historias y cubrirlas hubiera sido hacer un mal trabajo de restauración, hubiera sido coartar sus posibilidades. El cuadro se había convertido en un lugar en el que seguir imaginando entre los huecos que habitan las ruinas.”
[Imagen destacada: Marcel Rubio Juliana. Dibuix anunciador 3]
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)