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Magazine

08 septiembre 2025
Tema del Mes: Cavidades ResonantesEditor/a Residente: Cristina Ramos González
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Hay una garganta. Puede ser de roca y sombra fresca; y así, transita el viento.

Hay un vientre. Puede ser de hambre, de deseo. Revolotean las mariposas.

Un paisaje vorazmente engullido, puro, entero. De la garganta al vientre. Puro: sin deglutir. Entero: con todo.

 

Vuelan entonces dentro libres las moscas entre el sombreado azul que provocan las zarzas, entrelazado para siempre con la hierba seca a punto de romperse. Sombra azul y paja dorada engarzadas como joya real en el paroxismo ínfimo de la materia. Materia sueño. Run run run run…

 

Estoy hablando del vacío del cuerpo donde la voz coge impulso. Cómo es ese vacío interior tan habitado. Última estación de la onda que pronto será voz.

 

Onda enorme y absoluta matizada por el viaje. De qué galaxia,  tiempo o charco. ¿Cuántos pechos ha atravesado?

 

 

 

 

 

 

Si viene la onda, agárrate. El trasvase entre dimensiones es la manera más común de los mundos para avanzar en polifonía hacia la belleza. Es muy bello ser un lago. Un lago se abre en ondas hasta la orilla por una piedra minúscula. Pero no se despeina.

 

Es el vacío el lugar favorito donde rebotan las ondas caprichosas que cruzan tiempos y mundos sin principio ni fin.

 

Preparamos el cuerpo porque queremos. El goce del anfitrione. Tremendo honor.

 

Disponemos ecosistema de anhelos, sueños y mocos como una cuenca bordada con puntilla de menta y hierbabuena. Al borde el frescor y en el centro piedras en sencilla desnudez.

 

Aquí se ha evaporado el agua hace milenios. Pero este borde húmedo llama a otro lago que vendrá a posarse.

 

Así funcionan, las ondas, la voz, el arte.

 

 

 

 

 

 

Existe un compromiso en el paseo que da sentido a la circunstancial posibilidad de gozar del mundo. Cada ausencia holla una huella de impermanencia, perenne como el verdor de las encinas. En horizontal caminamos mientras imperceptiblemente somos bañados por lágrimas de luz, que reconociendo el humilde hueco de la paciencia aceptan colaborar entre nuestras células. Pequeña conciencia pasajera que anima la soledad en sintonía. He ahí la entrada de la melodía donde una voz cobra sentido. ¿Y dónde cantas? En el espacio amable que se presta, en la trama suave que sostiene. Cada amanecer y cada ocaso alguien casca una nuez con una piedra.

 

 

 

 

 

 

Salud de un organismo es vivirse y transitarse en fluidez. Sumergirse en la experiencia con libertad y gozo. El estado poético no es la activación de una parcela de la mente, es la confianza y el arrojo de sentir y percibir nuestro hábitat en profundidad y transparencia. La ensoñación es una manera de llamar al agua. Una vez llega: nadamos.

 

El recuerdo de pureza de esa inmersión es lo que llamamos paraíso. No sé si alguna vez se ha vivido en esta tierra bajo ese paradigma. Quizá, otras formas de ordenación se anticiparon a nuestra propia naturaleza. Quizá estamos en el descubrimiento de nuestra grandeza.

 

Sin peligro digo grandeza como lo más ecológico que existe. Con humildad y comprensión  acogernos como agua en el agua, como hábitat en el hábitat. Desterrando de cada espacio microscópico la inercia generada por la costumbre sujeto-objeto.

 

 

 

 

 

 

Saberse en el agua es reconocer un espacio compartido. Un espacio que somos y que no tiene dueño. Desde siempre lo humano atendiendo a ese vacío interior también llamado voz. En cada cántaro y en cada siesta. En cada útero. Primeras líneas-contorno expresando de la misma manera cómo dentro vive esa vastedad de espacio que fuera nos abruma. En tal potencia de amistad surgieron gritos íntegros que perduran con temblor en nuestros cuerpos. Por amor cabalgar el grito del animal humano. En canal prestarnos a la restauración de su onda. Indómita.

 

 

 

 

 

 

Creo que me cogen de la mano y acto seguido me duermo. Hundiendo los pies superficialmente en la arena calentita. La respiración adopta el ritmo de las mareas, mi cuerpo no es mi cuerpo sino un lugar donde sueñan las personas. Estiro las piernas y ahora las plantas de los pies reciben todo el calor de la arena que empujan. Así caliento perceptiblemente los ovarios. La condición de trabajo si pudiéramos abolirla. Recojo otra vez las piernas. El dorso de los muslos formando regazo con los gemelos. Potentes las plantas de los pies compartiendo calor hacia el centro de la Tierra. Por completo el sol, ahora bañándome hace desaparecer la  desigualdad de temperatura generada por contacto y no contacto en este par de horas en la neblina previas a la escritura. No estoy en el mar, sino en la cuenca vacía de la poza de Lendia. Un par de pequeños arenales hacen de playa. Es un  proceso atemperarse, que pronto incitará un nuevo movimiento. Ahora las plantas de los pies están más frías, han donado su calor al centro de la Tierra y viceversa. Los mofletes son dos soles. El coxis aprovecha para enchufarse también profundo. Los globos oculares se los comen los pájaros. En esta posición abro la raja y canto.

 

 

 

 

 

 

Es impenetrable la condición de la voz si en ella confluyen varios ríos. En los ríos se bañan los cuerpos, en algunos ríos lanzan a sus muertos. Es el limo néctar de heterogenia. Un cuerpo tiene entidad lo que no quiere decir que sea un organismo. Un organismo está animado por la lógica de la vida. En el umbral la luz y la sombra ni iluminan ni alumbran. La voz hace un recorrido y arrastra. También se trilla y se decanta. Pero esa voz que viene de las estrellas dando vueltas de campana no tiene recorrido.

 

 

 

 

 

 

Ternura indefensa de quien habla como se escucha. Sonsonete que limpia las orejas. En la nuca un aire y en el corazón un pez naranja de pilón. Agua mansa y constante presa de sus amores. Desde la fuente caminito subterráneo, ¡Hay corriente! Del pilón: desagüe superficial no altera.

 

 

 

 

 

 

Vuelvo a Lendia a escuchar en las rocas. He pasado un arenal, dos arenales y un intervalo. Ahora más cerca de la boca. Ayer canté de cavidad a cavidad. Hoy transcribo de vuelta el canto. «A la hermeneuta le gusta el misterio que no resuelve ni se zanja». Es Eddi Circa la que canta en mi cabeza. Quién lo escribe o quién lo borra no nos incumbe ni nos desvela. Con sábana fina mojamos la niebla. Tan cerca el párpado. Huellas en la arena de pisadas de corzo son marcas húmedas, porque hace poco era de noche. Preparamos con materia opaca el preámbulo para el silencio.

 

Respirar en el intervalo ordena el sentido entre los órganos.

Elena Aitzkoa entiende la acción poética como una práctica de submarinismo. Contribuye a la belleza preexistente con nuevas capas en las que situarnos.

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