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Magazine

09 juliol 2008
El laberinto de la bienal

SITE Santa Fe presenta la séptima edición de su Bienal Internacional, “Lucky Number Seven”, la única hasta el momento en USA. (La del Whitney es nacional, y Nueva Orleáns no empieza hasta noviembre).


El comisario Lance Fung, conocido por The Snow Show, ha concebido una bienal donde efemeridad, colaboración, experimentación, riesgo, proceso y fed-back a la comunidad, sean los ejes por los que discurran los proyectos de los veintidós artistas participantes.

Para Fung, esta Bienal supone o suponía la creación de una comunidad internacional, intentando dar con un parangón de la experiencia neoyorkina de los años setenta, al estilo FOOD, de la que sin duda Fung bebe. Así, los proyectos debían incitar a crear comunidad alrededor suyo, con cierta mirada puesta en el site-specific y una implicación de los artistas a trabajar in-situ. Estos ejes fundamentales del discurso curatorial implicaba trabajar a nivel internacional con centros que siguieran líneas similares, así fue como dieciocho centros de todo el mundo se implicaron en la selección y preparación de la bienal. Entre ellos: el Palais de Tokyo, el Frankfurter Kunstverein, el CASM o el Ullens Center for Contemporary Art de Beijing.

Esta multiplicidad de socios, ha evidenciado las diferencias estructurales en el mundo del arte. Si bien todos los artistas han trabajado bajo las mismas reglas del comisario, no todos tuvieron la misma financiación. A los 7.500 dólares iniciales, se le sumaron, según el caso, instituciones públicas o filántropos privados dispuestos a donar dinero; algunos incluso han tenido que recortar gastos para ajustarse al presupuesto inicial, pues no es lo mismo Turquía que Japón.

Una visita de una semana en Enero, debía inspirar a los artistas lo suficiente, como para trabajar en las líneas de Fung. Muchos se abrazaron al site-specific y sacaron sus propios proyectos de lo que emana Santa Fe y Nuevo Méjico: OVNIS, Bombas Atómicas, hippies, luchas por la Tierra, inmigración; fraguaron los caminos por donde andarían los franceses Fabien Giraud y Raphaël Siboni, la austriaca Ricarda Denzer, el turco Ahmet Ögüt o el mejicano Erik Beltrán.

El australiano Nick Mangan, aunque siguiendo la senda de las ruinas indias acabó en otra parte. Su instalación, una excavación ficticia cavada con ironía, resigue el cruce de las historias que entre ficción y realidad, le han dado cierta personalidad a esta ciudad. La arqueología es una de las obsesiones de la zona, y Mangan ha acertado en dar el trato elegante a la vez que pícaro, desenterrando el conjunto de tramas que conforman los estratos de esta sociedad santafecina, tan particular como anodina.

El de Mangan es uno de los pocos “Sites”, fuera del SITE, le siguen los emplazamientos de los proyectos de Beltrán, el japonés Hiroshi Fuji, el chino Shi Qing, el trío de artistas locales Nora y Eliza Naranjo y Rose B. Simpson, y por descontado el artista catalán Martí Anson.

Pero Anson, sospechoso del site-specific, se torna en su entorno más local, “la única manera de ser global és ser local”, y copia la política del Ayuntamiento de Mataró, haciendo una réplica a escala 1:25 de la fábrica de Can Fabregas. Si a la fábrica de harina del diecinueve la pueden reconstruir en otro lado, ¿porqué no reconstruirla en Santa Fe?

Así, a modo de réplica americana al estilo de Las Vegas, (el reverso no es importante, sólo la fachada) Can Fabregas deviene la fábrica de chocolate de Anson en “Martí and the Flour Factory”. Al reivindicar la autoconstrucción, comparte una de las pasiones compartidas entre el artista y la ciudadanía americana. Y al implicarse directamente, mahón a mahón, centra la importancia del proyecto en el proceso, hecho que reivindica la obra mientras se hace por encima del “producto final”. La fábrica, copia no sin errores, permanecerá como obra de arte hasta el final de la Bienal, a partir de ahí, no se sabe, deviene así, como el original, a las manos de la decisión municipal y ciudadana.

Ya en SITE nos encontramos con que la puerta se expande a la calle a través de un túnel amarillo, un tanto innecesario, al lado de los murales de los poloneses Rogalski y Budny y debajo las tres equis de leeds de Nadine Robinson. Enroscado entre la estructura, el hilo de arcilla de la familia de artistas nativas Nora y Eliza Naranjo y Rose B. Simpson, nos acompaña hasta dentro del edificio. Aquí empieza la instalación de Mandla Reuter un cable de electricidad que dialoga con el hilo de arcilla; pero también empieza el recorrido de la rampa presidiendo toda la bienal y guiando al espectador por el antiguo almacén de cervezas. Una arquitectura que monopoliza la visión y los proyectos, pues, echa con anterioridad a éstos, recorta el espacio expositivo dejando extrañas reparticiones, “culs de sac”, i otras inconveniencias comunicativas. Quien ha entendido esto es Piero Golia, que ha cortado un tramo muerto y nos propone saltar de este a unos colchones, quizá para zarandearnos después de tanto escondite expositivo. Y es que el laberinto en que se encuentran las Bienales, parece abocarnos al abismo de la multiplicación infinita.

Una Bienal ideada para congregar diversos centros de arte a lo ancho del globo, nos hace imposible no pensar en como la alianza de instituciones esta haciendo emerger una nueva situación, que responda al denominado arte global. Así no tan sólo el MNCARS se plantea aliarse con otras instituciones, el New Museum, de echo ya lo esta, y entre ellas se encuentra el Townhouse Gallery del Cairo, partícipe también de esta Bienal, y es que la colaboración a nivel internacional, parece ser la única salida para la institución en crisis. Pero, a todo esto, ¿qué debe ser una bienal?, ¿una guía para las ferias?, ¿una exposición colectiva internacional?

Lucky Number Seven, no nos da una respuesta pero si un ejemplo de la dificultad de creer en la comunidad, cuando el mercado nos pisa los talones, y apremia a vender por encima de crear. Las bienales van a seguir pero especializándose, y alguna tendrá que volver a hablar de Arte. La fábrica está en marcha, manos a la obra. Oompa Loompa.

Xavier Acarín està fascinat amb l’experiència com a motor de la cultura contemporània. Ha treballat per centres d’art i organitzacions culturals tant a Barcelona com a Nova York, amb especial atenció a la performance i la instal·lació.

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