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Si primero fue la reescritura de la colección permanente, en la que se pretendía ofrecer, según su director, micro-narraciones, es el turno ahora de la renovación de las exposiciones temporales. El Museo Reina Sofía propone dos nuevos enfoques de sus fondos, ahora a través de la interpretación de dos artistas.
Almacenar, conservar y exponer objetos, artefactos, documentos o restos arqueológicos para narrar una historia, ha sido siempre la función principal de un museo. Contra esta concepción, han surgido en la actualidad ciertas prácticas anarchivistas que pretenden renovar esta vieja idea ilustrada de museo. Manuel Borja-Villel lo tuvo claro cuando decidió reescribir la colección en base a salas temáticas, creando relaciones conceptuales entre las distintas piezas y movimientos, en vez de seguir un estricto discurrir cronológico. La intención: demostrar que el museo no es un mero contenedor de objetos, sino que debe y tiene la capacidad de producir discursos sobre arte. Siguiendo a Foucault en Las palabras y las cosas, “no se trata de ligar las consecuencias, sino de relacionar y aislar, de analizar, de ajustar y empalmar contenidos concretos” precisamente para pensar lo impensable, y generar nuevos conocimientos…
¿Con qué propósito se crea una exposición temporal? ¿Qué historia quiere contar? ¿Quién hilvana el discurso? ¿Qué dispositivos se emplean para ello? Son preguntas siempre pertinentes a la hora de analizar una muestra. El Museo Reina Sofía, en su empeño por distanciarse de una narración lineal de la Modernidad, dentro del programa expositivo Modernidad Invertida, plantea dos lecturas distintas de su colección a través de la exposición temporal. Los artistas Juan Luis Moraza y Rosa Barba han sido los encargados de estructurar estas dos visiones, claro está, subjetivas, después de haber estudiado gran parte de sus fondos. Una idea que no es original, recordemos recientemente “La mirada del artista” de Caixaforum, en Barcelona. Pero, ¿qué tiene que aportar un artista comisario? Desde luego, nada extraordinario. Para comisariar, como para ser creativos, lo importante son los conocimientos adquiridos y el saber transmitir e hilvanar un discurso coherente. De cualquier forma, resulta curioso que cada vez son más los artistas que realizan comisariados, así como los comisarios que aspiran a ser más creativos en sus propuestas.
Juan Luis Moraza, en El retorno de lo imaginario: Realismos entre XIX y XXI, ha seleccionado más de 200 obras cuya disposición, abigarrada, recuerda a los antiguos gabinetes de curiosidades. Lo primero que nos encontramos en la sala es la famosa instalación de Joseph Kosuth, en la que presenta una silla, la representación de una silla y su nombre. Con esta obra, el artista resume en gran medida su discurso icónico-verbal. Acto seguido, nos encontramos con un diagrama-galimatías en colores, donde se nos hace un croquis acerca de los distintos sentidos y conceptos con los que juega la exposición. Si muchos son los que piensan que el arte contemporáneo necesita de un manual para ser comprendido, con esta exposición resulta del todo imprescindible, pues las obras están únicamente numeradas, por lo que es necesario leer el folleto para ir identificándolas, lo que ralentiza el recorrido y la comprensión general para el público.
La muestra se articula horizontalmente en tres franjas: siglo XIX, XX y XXI. Entre los artistas presentes figuran Jan Fabre, Julio González, Morandi, Óscar Domínguez, Santiago Rusiñol, Eva Lootz, Chuck Close, David Hockney, Christo, Roy Lichtenstein, Eduardo Chillida o Palazuelo.
Por su parte, la videoartista Rosa Barba crea lo que ella misma ha denominado una conferencia comisariada. Con un montaje más actual y espaciado, aunque de nuevo sin las cartelas con los nombres de artistas y obras, elige piezas representativas de distintas tendencias y épocas, dominando la escultura-arquitectura “Spider” de Louise Bourgeois. A través de artistas como Cindy Sherman, Marcel Duchamp, Pablo Picasso, Nam June Paik, Antoni Muntadas, Tacita Dean, Francis Alys, o Gordon Matta Clark, obliga a las distintas obras a dialogar entre ellas formando un discurso-conferencia sobre la contemporainedad, y las corrientes artísticas actuales más significativas.
Las dos versiones, desde posicionamientos personales, nos acercan de forma diferente a lo que significa el archivo, la colección y la memoria. La iniciativa, aunque sin gran repercusión en los medios y eclipsada por la controvertida Principio Potosí, es interesante no por lo que muestra, sino por lo que ofrece: un discurso abierto a múltiples lecturas personales, y no sólo una interpretación del discurso canónico institucional.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)