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Juan Carlos Bracho presenta en la galería Carles Taché una selección de sus últimas obras. Obras que encajan en una nueva categoría muy en boga en estos últimos tiempos: el dibujo expandido. Y que llevan a preguntarnos por la necesidad de seguir insistiendo en etiquetas al hablar de creación, estrechando los márgenes, no ya de la creación, sino del arte en nuevos cajones a la moda. Algo de lo que siempre son culpables los mediadores (críticos, comisarios, galeristas, historiadores) de cara a facilitar la venta del producto, pero que también encuentran cómplices en los artistas… si es que tal categoría existe.
Leo, en un artículo de Virginia Torrente en SalonKritik y publicado originalmente en Revista de Occidente, después de hacer un repaso por su trayectoria curativa (quiero decir, curatorial, de comisaria), que ahora lo que le interesa es el dibujo expandido. Supongo que, aunque no lo diga, hace a penas 5 o 10 años habría hablado del cine expandido, y antes de las vídeo-instalaciones, y antes del vídeo a secas, y antes de la fotografía, y aún antes del cuerpo… ¡Cómo nos gustan las etiquetas! Parecen surgir de una nostalgia por las vanguardias y su sucesión de manifiestos y movimientos tal y como nos enseñaron en la facultad, dando esa extraña sensación de que los artistas sólo vivían en su vanguardia y que el resto no contaba. O quizá la nostalgia es por el formalismo, por aquella plantilla que llevaba encima Greenberg en la que unas obras encajaban y otras no. Así, si esto encaja como dibujo expandido sí, sino no. Al margen de que ese empeño por la etiquetación es una fórmula reductora, que esquiva la complejidad de la creación contemporánea (ni siquiera hablo de la complejidad del arte y ni siquiera de la cultura), puede provocar algunas ecuaciones perversas. Por ejemplo, Juan Carlos Bracho (que ahora expone en la galería Carles Taché) parece que podría encajar en eso del dibujo expandido, así que si te interesa el dibujo expandido te interesará su trabajo al margen de si te resulta interesante o no. Si no te interesa es que no te interesa el dibujo expandido, y entonces olvídate de otros artistas que creías que te interesaban, porque seguro que tienen algo que encaja en eso del dibujo expandido.
Lo que me temo es que, efectivamente, la obra de Juan Carlos Bracho encaja a la perfección en esa nueva categoría del dibujo expandido. Dibujos que ocupan muros, realizados obsesivamente, a partir de un breve trazo repetido hasta la extenuación y que podrían expandirse hasta el infinito. Pero detenidos y documentados en grandes fotografías. O en vídeo, documentando las horas pasadas para ocupar una pared con un lápiz con la repetición sistemática de un trazo. U otro vídeo en el que una pelota de tenis manchada de tinta va rebotando contra la pared y la llena de topos negros. O, esta vez sí en dibujo real, un gran cubo lleno de esos pequeños trazos. Así que, sí, hay dibujo pero expandido, no sólo en las paredes y esa tendencia a ocuparlo todo, sino también en su emparejamiento con otras técnicas, vídeo y fotografía. El mismo Juan Carlos Bracho lo certifica en un texto propio en el catálogo de su obra (“El dibujo como experiencia. 2003/2007”): “un dibujo que una vez concluido se expande”.
La cuestión es hacia donde se expande. Si esa expansión es de orden conceptual o formal. En el orden conceptual esa expansión tendría que ver justamente con destacar esa cosa convulsa y obsesiva del rellenar. Algo que por su nimiedad recordaría los murales de Sol LeWitt y su lógica interna: llevar a cabo una imagen a partir de una idea muy pequeña, casi ocasional. Todo ello enlazaría con la cuestión de la representación y el estatuto de la imagen. Y más allá con el bloqueo contemporáneo sobre el qué decir. Sin embargo, ese sonido se oye muy lejano en la obra de Juan Carlos Bracho. Basta con seguir un poco más adelante en los textos del catálogo de su obra y oír, esta vez si con fuerza, la reiterada apelación a la experiencia estética. La experiencia del artista al hacer su obra (a la vista está, él tirando pelotas contra la pared o llenando de trazos un muro) y la del espectador. La del espectador seguramente consiste en reconstruir ese proceso. Algo muy Pollock, tal y como lo planteaba el propio Greenberg: el chorreado remite al momento de ejecución de la pintura.
Así que, tal vez, no iba desencaminado al trazar una relación entre esa furia etiquetadora que ahora hace que esté de moda hablar de dibujo expandido (ayer era el cine expandido, mañana vete a saber qué) como un síntoma de un regreso al formalismo más encapsulador y limitado. Porque más allá de la reflexión sobre el dibujo (si está expandido o no, si es lo que se lleva, si es más o menos básico), sobre la experiencia física de llenar paredes, sobre lo bonitas y decorativas que resultan esas fotografías de tracitos pequeños, la pregunta verdaderamente seria es ¿qué nos cuenta Juan Carlos Bracho? Y ya que trata de experiencias estéticas, ¿qué aporta como experiencia contemporánea, que explique o recoloque al individuo contemporáneo, que lo cuestione o que incluso cuestione el propio papel del arte? A lo mejor es que sólo tiene que ver con hacer arte… otra etiqueta. Lo dicho: dibujo expandido. De momento parece que vale.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)