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Hoy empecé a escribir un texto sobre Edouard Levé, muerto el pasado 15 de octubre en París, en homenaje al artista y también al amigo.
Una vez terminado pensé que no habría mejor lugar, para que se diera a leer, que Barcelona y que A-desk, aunque no soy ni crítico, ni especialmente habilitada a escribir, menos todavía en castellano, pero bueno, eso es lo que tienen las coincidencias, y aquí la verdad es que nos encontramos con unas cuantas, y muchas más aún de las que voy a contar.
Cuando hace unos meses supe de la muerte de Edouard Levé estaba leyendo “Paris no acaba nunca” de Enrique Vila-matas, y nada me pareció, más allá de la tristeza, más irónico, de esa ironía misma que sirve de hilo conductor a toda la “conferencia de tres días” del escritor catalán, que escribe en castellano y que vive en un barrio de Barcelona donde algún día viví yo también. Pensaba yo justamente (y se lo escribí a un amigo mejicano ahora viviendo en París y que poco tiempo antes me había contando que estaba leyendo “París no acaba nunca” para preparar su estancia en dicha ciudad) que si París no acaba nunca, Barcelona sí que se acaba, o al menos se había acabado para mi, o igual era lo que yo quería pensar, para protegerme, quizás, de una cierta melancolía.
Vila-Matas acaba su libro diciendo que a lo mejor sólo vivió en París para escuchar de Marguerite Duras esta frase : “escribo para no suicidarme”.
Y empieza el libro comentando que quiere acabar con esa idea que sólo se puede escribir viviendo en la desesperación.
Edouard Levé se suicidio a 42 años, tres días después de haber dejado a su editor el manuscrito de un libro titulado “Suicidio”. Conocí a Edouard Levé en un bar de París, una noche de hace unos años atrás, y fue una de esas noches inolvidables, como las que dice Vila-matas que sólo se pueden dar en Paris. Un amigo nos presentó, y fue bonita para mi la sorpresa al ver que no solamente conocía mi nombre (yo ya lo admiraba desde su libro “Oeuvres” donde enumera 533 obras que soñó con hacer y que nunca hizo, excepto la primera que era escribir un libro donde enumeraría todas las obras que soñaría con hacer y que nunca haría, libro, obra, que precisamente yo soñaba con haber hecho) sino que podía precisamente hablar de mi trabajo, y como ultimo guiño, a la hora de despedirnos, ya de madrugada, me llevó, contento como un niño malicioso, hasta su moto donde estaba pegado un montón de stickers que un poco antes yo había dibujado para una exposición en París sobre artistas cuya obra se puede leer como homenajes a otros artistas.
A partir de este primer encuentro nos fuimos viendo de vez en cuando, en varios tipos de ocasiones, más o menos formales, nos invitaron entre otras cosas a dar un work-shop juntos, en la escuela de Bellas Artes de Argel, pero por un desafortunado concurso de circunstancias no pude ir al ultimo momento.
Me perdí ese viaje y eso me permitió asistir a la inauguración del MICA, en Barcelona, el museo Miquel Casablancas, efímero y frágil museo, museo utópico y melancólico, museo hecho de obras, y también de noches inolvidables, como sigo creyendo sólo se pueden dar en Barcelona.
El año pasado Edouard me escribió para decirme que estaría un tiempo en Buenos Aires, para escribir un libro sobre la dictadura, y como sabia que yo estaba por allí, me propuso quedar. Nos encontramos en un bar, y fue otra noche inolvidable, en Buenos Aires, que decía él le recordaba a París, Nueva York y Bangkok a la vez y le decía yo que me recordaba a nada, porque no he viajado tanto como él y que esta ciudad es tan inmensa que no parece acabarse nunca. Aquella noche hablamos, entre otras cosas, de nuestra pasión común por los libros de Vila-Matas. Yo evoqué sobretodo el “Viaje vertical”, que él aún no había leído, y él, “Doctor Pasavento”, que a mi también me encantaba. En absoluto mencionamos “Suicidios ejemplares” que leí por mi parte en un viaje trasatlántico de Buenos Aires a Barcelona poco tiempo después. Y los dos estábamos de acuerdo en decir que “Recuerdos inventados” era, sino el mejor libro, seguramente el mejor titulo de Vila-Matas, y que a los dos nos hubiera gustado haber hecho un libro, una obra, titulada así.
Edouard Levé daba mucha importancia a las coincidencias, con una preferencia muy marcada por las que tocan al lenguaje y en particular a la homonimia.
Su primera serie de fotos se llama “Portraits d’homonymes”, retratos de gente anónima pero cuyo nombre y apellido es muy famoso, retratos de Eugène Delacroix, Raymond Roussel, André Breton, Fernand Léger, Georges Bataille, Henri Michaux, Emmanuel Bove, Yves Klein, entre otros. En otro proyecto, “l’Amérique”, recorrió 10 000 kilómetros en coche parando en ciudades norte-americanas elegidas por ser homónimas de ciudades situadas fuera del país : Florencia, Berlín, Jericho, Oxford, Stockholm, etc. (ahora no me puedo acordar si llegó hasta París…)
También fotografió el pueblo francés “Angoisse” (Angustia) dando a ver, entonces, lo que son la entrada de Angustia, el colegio de Angustia, las casas de Angustia, el terreno de fútbol de Angustia, la discoteca de Angustia…
Edouard Levé era un artista a parte, enigmático e irónico, melancólico y utópico, fotógrafo y escritor. Su ultimo libro, al menos publicado al día de hoy, “Autoportrait”, es simplemente genial, y es más, tiene esa perfección que da vértigo y que hace decir al lector aturdido : putain! qué podrá escribir este tipo después de esto?
Es un auto-retrato compuesto de 1400 frases muy sencillas (la “escritura blanca” con cual decía soñar), que describen, detallan y exponen todo lo que uno puede decir de si-mismo, bajo todos los ángulos, físico, psicológico, político, moral, acabando por hacer coincidir lo universal y lo individual, como un “Je me souviens” de Perec de nuestro tiempo, Perec que en los años 70, cuando Edouard era niño, persiguió y casi acosó el joven Vila-Matas en París. Sé que a la redacción de esa revista les gusta Vila-Matas, y no por ser compatriota suyo. Es más, y no puedo evitar contaros que, como una ironía mas, es gracias a los consejos y regalos de varios miembros (algunos homónimos) de esa redacción que llegue a leer mi primer Vila-Matas “El viaje vertical”, libro que de una cierta manera cambio mi vida y que ya sabéis aconsejé después a Edouard Levé.
Sin embargo, no sé si aprecian el trabajo de Edouard Levé en A-Desk, ni sé si les puede interesar inaugurar una rubrica necrológica en la revista.
No sé ni siquiera si llegó la noticia de la muerte de Edouard Levé en España, el pasado mes de octubre, puesto que no sé si llegó simplemente su trabajo, no sé si expuso por allí, ni si está traducido al castellano.
Tampoco sé si Edouard llegó a leer “El viaje vertical” pero sé que nunca escribió aquel libro sobre la dictadura, pues estaba escribiendo otro libro, que narra la muerte de un amigo suyo fallecido 15 años atrás, “Suicidio” que igual algún día llegamos a leer.
Para mi, lo veo a la hora de concluir este texto, recordar a Edouard Levé me sirvió para acordarme de todos los proyectos utópicos y melancólicos que, de una cierta manera, cambian la vida, de todas las coincidencias que ayudan a pensar, de todos los lugares peligrosos desde donde se mira el mundo, y comprobar que no, nada de esto está por acabarse todavía.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)