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Ruidos. Esto es lo que en principio esperamos encontrar en una exposición de arte sonoro. Sin embargo, aunque nada más entrar por la puerta de la Casa Encendida escuchamos sí, mucho ruido, también descubrimos que hay bastante que ver en esta muestra: luces, muchas luces, ordenadores, plataformas con más luces, sofisticados artilugios y pantallas parpadeantes.
La Casa Encendida en Madrid, siempre tan proclive a lo experimental, expone una muestra dedicada en exclusiva al arte sonoro. Una disciplina que en los últimos años ha estado muy presente a través de festivales, como In Sonora o Sonar, aunque son pocas las instituciones en España que se han arriesgado a realizar una exposición monográfica sobre el tema. Lost in Sound en el CGAC (2006), HyperSounds en el Reina Sofía (2009) y las más recientes, la de John Cage realizada por el MACBA y la de los míticos Sonic Youth, en el centro de arte Dos de Mayo de Móstoles, todo un acontecimiento en esta localidad madrileña. La exposición se completa con performances, talleres y el llamado Arte Sonoro Off, programa que se desarrolla en distintos espacios y zonas del barrio de Lavapiés.
En la presente muestra destaca el trabajo de Ángela Bulloch y su obra Disenchanted Forest, una plataforma de la que cuelga un enjambre de hilos fluorescentes, en referencia a Sixteen Miles of Spring de Duchamp, y en la que el público asistente es invitado a participar saltando sobre ella, mientras se escucha música creada por Florian Hecker. Ryoji Ikeda, compositor electrónico, crea una instalación sonora a partir de complicadas combinaciones numéricas que traslada a una gran pantalla donde parpadean luces de forma frenética. Carsten Nicolai, artista cercano a la estética minimalista, presenta obras como Reflex (2004), una escultura geométrica dodecagonal abierta en uno de sus lados, en cuyo interior podemos percibir un tenue ruido, o Anti (2004), de nuevo una forma geométrica, que reacciona con el campo magnético de los cuerpos, lo que permite una interacción con el visitante. Lo que tienen en común estas piezas es que el sonido está presente, pero más que arte sonoro en sí, habría que hablar en realidad de instalaciones o esculturas sonoras, pues el componente visual es muy potente. Algo que quizá se deba a la necesidad de escenificar dentro de un contexto expositivo algo tan intangible como es el sonido. Arte inmaterial, que sin embargo, al ser trasladado a un contexto museográfico- sin tiempo definido- quiere también ser objeto.
El sonido es el auténtico protagonista en piezas como la de de Chris Watson Sea Ice: Voices from a Frozen Ocean, donde a través de auriculares podemos escuchar sonidos originarios de la Antártida grabados de programas de Naturaleza, como el desplegarse del hielo, el viento al soplar o el sonido que emiten las focas. Llorenç Barber, fiel a su trayectoria, recupera el sonido de las campanas del reloj histórico del edificio que llevaban años sin funcionar. Ángeles Oliva y Toña Medina, mediante audioguías, nos invitan experimentar el espacio y el sonido de una forma distinta. Por su parte, los artistas Concha Jérez y José Iges (éste último comisario de I Muestra de Arte Sonoro Español, en el 2006, en Córdoba), nos proponen su obra Jardín de poetas, en la que varios autores españoles e hispanoamericanos leen sus propias obras.
La fusión de música y arte está presente a lo largo del todo el siglo XX y sus influencias se pueden rastrear desde el concepto de “musique d’ameublement” de Erik Satie, las máquinas intonarrumori de Luigi Russolo y los experimentos dadaístas. Fluxus, Yoko Ono, John Cage, el arte radiofónico de los años 60-70 y las aportaciones de Bruce Nauman sobre el sonido en sus performances. Así como las fructíferas relaciones entre música pop-rock-punk y arte (Sonic Youth, así como Dan Graham y su mítica Rock My Religion o el caso de Warhol con la banda The Velvet Underground), hasta los más modernos como Laurie Anderson, David Toop o Ikeda.
Si el arte sonoro ha cobrado un nuevo impulso es debido principalmente al desarrollo de las nuevas tecnologías, lógico si tenemos en cuenta que el sonido necesita ser capturado, transformado y presentado. Híbrido de sonido, multimedia, performance y arte tecnológico. Y no es de extrañar teniendo en cuenta que muchos artistas provienen de las artes plásticas, otros tantos de la música, algunos de la escenografía y muchos del arte digital. De ahí las aparentes contradicciones.
Que hay un interés creciente por el arte sonoro, tanto por parte de las instituciones, como por parte del público, es algo evidente. Una disciplina que supone un reto museográfico para las primeras: presentar un arte invisible en un espacio específico y hacer que la lectura de las obras sea comprensible para el público teniendo en cuenta que el sonido altera la percepción misma de estos espacios. Al museo ya no sólo se va a ver: la gente quiere también oír, tocar y participar con todos los sentidos posibles.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)