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Intercambio de investigaciones e intuiciones cruzadas entre Abelardo Gil-Fournier y Job Ramos a propósito del proyecto sobre el “AIRE” que tendrá lugar en el Bòlit, Centre d’Art Contemporani de Girona desde febrero hasta mayo 2024 y que está co-comisariado por Olga Subirós e Ingrid Guardiola.
Hace unos meses dejé aparcada una furgoneta llena de plantas durante toda una noche. Al día siguiente debía llevarlas a un pueblo de montaña. Cuando por la mañana temprano entré en la furgoneta, el receptáculo cerrado tenía su propio microclima. El interior de los cristales derramaba agua, como si fuera una bestia que respiraba. Las plantas trabajaban juntas, eran una sola cosa, la humidificación del aire era un indicio de su acción colectiva.
Este proyecto sobre el aire en el Bòlit surge de la investigación que estoy realizando en y junto a la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, que gira a grandes rasgos alrededor de la relación entre medio natural, cuerpo y conocimiento. En esta queremos hablar de un momento en el que la crisis medioambiental ha vuelto más evidente que nunca la imposibilidad de un conocimiento abstracto, a-histórico y universal. Queremos hablar de la base material de cualquier forma de conocimiento. Y queremos relacionar esta base material con el cuerpo. El conocimiento como un cuerpo, el cuerpo como un movimiento y el movimiento como una corriente. La palabra-idea que tomamos como punto de partida para abordar esta relación es la de planeta. Es, por un lado, una idea que visibiliza: equilibrios energéticos con la radiación solar, corrientes atmosféricas y oceánicas, cadenas tróficas, límites de recursos vitales y de materias primas… Por otro lado, es también una idea que enajena: está vinculada a un sujeto que se imagina fuera del planeta, a una lógica y logísticas de dominación de todo aquello que no es Hombre y a una clausura de la imaginación donde lo posible queda reducido a lo probable.
Una parte importante de ese proyecto gira en torno al aire. El aire, en concreto, entendido desde su movimiento, desde las corrientes y circulaciones que componen la experiencia de lo atmosférico tanto a la escala del planeta como a la escala de un espacio doméstico. En el contexto de la Fundación Cerezales, estamos tratando de aterrizar ese espacio de circulaciones al esquema de materialidades que implica un proceso expositivo y de escucha del territorio. ¿En qué medida podemos hacer el ejercicio de trasladar a esas otras materialidades la idea de que nuestra vida tiene lugar inmersa en capas planetarias en continua circulación que, por otro lado, están en cierto sentido, deteniéndose? Estas circulaciones son como una especie de estructura, una infraestructura de soporte vital. Si se detienen, todo se desmorona. En ese sentido, ¿en qué medida la idea de circulación media en la idea de aire? Cuando percibimos, sentimos o medimos el aire, ¿qué otras circulaciones están teniendo lugar? Este espacio de cuestiones son también las que abordo en el proyecto del Bòlit.
Para empezar quiero recorrer como surgió el interés sobre lo que estamos tratando, y no lo nombro, porque esta es para mi la primera cuestión relevante, al nombrarlo, estamos objetualizando algo que no es objeto. Y problematizar esta indefinición, es donde permanece y persiste este proyecto. Casi podríamos parar aquí. La propuesta parte de la mera percepción, de ciertos estadios preverbales, de estar al aire libre, de algunos juegos de observación más o menos codificados que diseñan una manera de mirada sesgada, una aproximación a la inversa, un el aire como contra molde líquido de todo lo presente.
Al mentar al aire, me interesa como índice de cierta vaguedad, jugar a codificarlo como una resta o un resto respeto a todo lo manifesto, el aire como un todo excepto lo visible, una espacialidad para ser transitada; en lugar de una definición, una posibilidad. Una posibilidad que trata sobre las implicaciones de estar en un determinado lugar, y que se concreta en el lugar ubicuo, en el que sucede todo, en el aire. Y este todo atañe no únicamente a los objetos o a los cuerpos, sino también a la voz que piensa, al cuerpo que siente y en especial a lo extraño, a todo aquello que dudamos de si está o no está. Para decirlo de golpe, el aire es neo-pagano, el aire es lo extraño, es donde permanece lo extraño.
La cuestión del aire surgió de dos lugares que quizás no están conectados o no sé si van juntos en este momento. El primero nace de la importancia de imaginar y estar en un espacio abierto en contraposición a estar encerrados, a cubierto, entre paredes y frente a pantallas, de estar al aire libre. Tenía un anhelo de intemperie, que quedó fijado como motor inicial en la tesis en la que estoy trabajando. Se titula ‘A la intemperie. Los intersticios entre la palabra y el lugar’. En ella, exploro, a partir de dichos intersticios, la posibilidad de llevar a cabo una investigación académica al aire libre, a fuera, a partir de la pregunta “¿qué implica el lugar?”. Esta pregunta está situada en relación a un campo de ensayo que ha sido una constante en mi trabajo, la división intra/extra muros.
En este investigar des de extra muros, surgió de forma accidental un juego de observación que explora el aire como contra molde. Empecé a practicarlo andando, en lugar de enfocarme en las formas dadas o manifiestas, en el conjunto de objetos, en lo ordinario, me concentraba en aquello no ocupado, en el espacio vacío. Esta idea-juego del aire como contra molde, como el negativo de lo presente, empezó a redefinir una aproximación al lugar. El aire como contra molde se define no solo a través del conjunto de objetos sensibles que lo ocupan, sino también de aquello que se mueve y se desplaza en él.
Este juego de percepción no requería de imágenes movimiento ni escrituras ni de cualquier otro sistema de fijación, es un juego que se practica al andar mirando al revés, y que incide en la diferencias entre imaginar desde un espacio cerrado o un espacio abierto. Intento investigar qué puede implicar imaginar desde diferentes lugares al mismo tiempo. Lo imaginado es una posibilidad inscrita en el lugar. El lugar no como una cartografía de lo estático, el lugar siempre es temporal, liquido, en tránsito.
A partir de aquí, todo se fue tejiendo en distintas direcciones. En mi proceso de trabajo, las vaguedades son necesarias para lidiar con la no traducción directa entre semánticas y formas. Hay puntos ciegos, cosas que no sé qué son. Entonces surge la pregunta de si debo visualizar o, simplemente, eludir la tentación de formalizar la idea del aire como contra molde, puesto que existe el temor de cosificarlo, de acotarlo y hacerlo finito. Esta duda aún persiste.
Hay una serie de cuestiones que he empezado a tratar, como la relación entre el sonido y el aire, donde se confunden y se fusionan. El sonido comparte la misma ubicuidad del aire, pero rara vez nos fijamos en él. También he empezado a explorar formas de aire a través de registros visuales, grabando cabellos movidos por el viento, plantas que se mueven a si mismas e interacciones entre agua y aire.
Como parte de mi práctica suelo acudir a dispositivos científicos de épocas pasadas. Uno de los que ha aparecido en el contexto de la investigación en la Fundación Cerezales es el uso de cápsulas selladas de vidrio, habitual en el contexto experimental científico desde la invención de las bombas de vacío. Contenedores transparentes como esferas o campanas invertidas de vidrio permiten hacer una especie de corte en la atmósfera y ver lo que ocurre en su interior. Aislar un volumen del resto del aire para introducir en este variaciones y observar lo que ocurre. De este modo, en estas atmósferas selladas se introdujeron procesos que daban lugar a comportamientos distintos de los observados en el exterior. Dentro de esos recipientes, por ejemplo, animales pequeños como ratones y pájaros dejaban de poder respirar y morían, o la llama de la velas se consumía mucho más rápidamente.
Un experimento crucial ocurrió cuando en el interior de uno de estos recipientes transparentes se introdujo una planta. De pronto, aquel espacio hostil se volvió habitable. Gracias a la respiración de la planta, los animales encerrados en el interior de estas cápsulas pudieron sobrevivir, y la llama de las velas aguantar mucho más tiempo encendidas. La materia vegetal restauraba aquello que el aislamiento creado por el recipiente sellado paralizaba. Una idea de atmósfera aparecía contenida en cierto sentido dentro de ese volumen, entonces. Es la idea de una atmósfera en la que se equilibran distintas respiraciones y procesos químicos, por un lado: un concepto dinámico, poblado de circulaciones e intercambios. Pero también con este dispositivo la idea de atmósfera que emergía era la de un volumen que puede ser generado y observado desde fuera, que puede ser seccionado y conectado a cadenas logísticas, esto es, que puede ser, en cierto sentido, cosificado.
Cómo construir una atmósfera. Estas son imágenes de un proyecto antiguo llamado ‘Otro paraíso sin alcantarillado’ que jugaba con construir una atmósfera, un bosque, luz, un espacio dentro del espacio expositivo, fue en el 2007, hace unos 15 años. Se situa en relación, en tanto que formas de habitar y jugar a la intempèrie, con la película coproducida con el Bòlit (A la intempérie, 2021) que podía haber sido filmada en ese bosque inventado.
Sobre lo que ahora estamos trabajando tengo algunas otras imágenes mentales mínimas: el contra molde, el intangible del aire, sus posibles manifestaciones, y la posibilidad de jugar con el espacio de Sant Nicolau como un aire a reproducir. Esta última, consiste en habitar un doble presente, una extraña reverberación que me interesa explorar, para manifestar la presencia del aire en relación a los visitantes de la exposición. Reproducir ese aire a escala tiene que ver con el cuerpo del visitante y darse cuenta de lo que estás haciendo allí.
Me interesan los espacios de negociación. No hay una separación clara entre lo real y lo ficticio. Siempre estamos en medio, en un espacio de mezcla. Este espacio continuo de negociación entre lo supuestamente tocado y lo no tocado, lo artificial y lo no artificial, es donde me gusta estar.
Toda esta dinámica de mediación suele terminar cosificando el aire. En mi caso busco esquivar esas dinámicas tratando de evitar pensar el aire como un sustantivo y pensarlo más bien desde los verbos que están en funcionamiento cuando ese sustantivo es mencionado. En el contexto del aire, ¿qué verbos pueden ser? A veces los verbos son más técnicos; algunos los hemos comentado: actos de medir, encapsular, aislar. Pero también puede haber verbos más corporales, en particular para alguien que utiliza más el cuerpo como herramienta. Por ejemplo, una corriente, ajustarse, moverse, bailar. Y hay verbos más bien híbridos, a caballo entre la experiencia del cuerpo y el dispositivo técnico. Como el hincharse de una vela, por ejemplo: su despliegue es en cierto sentido celebratorio, como el latido de un corazón. Pero es un verbo, este de la vela, que encierra también una dimensión extractiva de lectura, registro y análisis de patrones: repetir navegaciones, establecer rutas, articular redes y logísticas…
Al hilo de esto una imagen interesante es la del punto vélico, el point vélique de Bachelard. Raul Alaejos me habló de ella. El punto vélico es una definición náutica que describe el estado de una embarcación cuando el impulso del viento a través de las velas es igual al arrastre en sentido opuesto debido a la corriente de la superficie del mar. En ese punto la embarcación ni avanza ni retrocede. Si la estuviéramos grabando con una cámara no se movería del centro, no habría que mover la cámara. Para Bachelard, esta era la imagen de un instante, del instante como una composición de fuerzas en equilibrio. Como el interior de los recipientes esféricos cuando hay plantas y animales y se alcanza un equilibrio en el acoplamiento de las respiraciones.
Hoy es difícil, sin embargo, no dejar de ver en ese punto vélico el deseo de una continuidad, el de un movimiento perpetuo, cuando a nuestro alrededor los equilibrios a los que estábamos acostumbrados poco a poco van alterándose. Me refiero a esas corrientes de las que hablaba al principio, al paso de las estaciones, a los equilibrios atmosféricos… Hoy vemos cómo todos esos puntos vélicos, todo ese background en movimiento, está en cierto sentido en peligro. Como si el viento fuera a parar de soplar en ese gif animado imaginado por Bachelard y el barco fuera a quedar a la deriva, o como si el aire dentro de las eco-esferas no sirviera para evitar que su interior se marchite. Hay algo de interiorización de la escala planetaria en todo esto. Esquemas que hablan de escalas y escalas que se proyectan de vuelta a un espacio de interpretación de lo cotidiano.
Para seguir y acabar, hay una cuestión no escópica, háptica. Creo que cuando pensamos, solemos pensar hacia adelante. Incluso necesitamos matizar cuando queremos evitar un pensamiento que se cierra, entonces hablamos de pensamiento lateral o similares. Tratar el aire para mi opera como anti-tema que invoca más a los estares que a una reflexión que avanza. Creo que en lugar de avanzar me interesa quedarme; en lugar de ir hacia adelante, abogo por un problematizar para estar, permanecer. Por ejemplo en el lugar donde he filmado las dos últimas películas, en la Astacifactoria de les Fonts o los parajes de la Moixina, este lugar me permite, de momento, permanecer. Quizás no estoy siendo claro, no importa, deben ser intuiciones cruzadas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)