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La melancolía es el leitmotiv de la segunda edición de la Trienal de Torino. Su comisario, Daniel Birnbaum plantea este sentimiento no tanto desde su vertiente más contemplativa o autocomplaciente, sino como detonante para estimular un grado distinto de creatividad y renovación.
La sensación de que se ha llegado demasiado lejos hasta desencadenar el colapso general en el que nos encontramos, lleva estos días a replantear la necesidad imperante de una desaceleración, de una redifinición de ideas y valores. Daniel Birnbaum hace tiempo que está trabajando en esta dirección. Hace unos meses publicaba, junto a Anders Olsson, el ensayo titulado “Like a Vessel Sucking Eggs: An Essay on Melancholy and Cannibalism” y este misma investigación es la que le ha servido para vertebrar esta edición de la trienal de Turín, que lleva el sugerente título de “50 Luni di Saturno”.
La influencia cósmica de Saturno, una melancolía oscura y depresiva, pero también capaz de generar la inspiración y la productividad, es el eje articulador seguido por Birnbaum para seleccionar y organizar un evento que se reparte en tres sedes distintas y que presenta los trabajos de una cincuentena de artistas.
Birnbaum toma a dos artistas a los que otorga el papel de núcleos de la muestra, Olafur Eliasson y Paul Chan, y a partir de ahí despliega una selección de trabajos que, al margen de su irregular relevancia, son mostrados con una gran maestría, delicadeza y precisión curatorial. Así, Birnbaum ofrece un recorrido bien conseguido tanto en el Castello di Rivoli y la Soietà Promotrice delle Belle Arti (aunque absolutamente prescindible en la Fondazione Sandretto) en el que conduce y contagia al espectador por ese estado melancólico, inteligente, desencantado, consciente, desesperado e inspirado a la vez. Uno de los posibles recorridos, que se inicia con las cortinas rojas de Ulla von Brandenburg, que nos invitan a entrar en otro registro, en otra dimensión y con otro ritmo, se caracteriza por la reiteración de la desaceleración. En ese sentido, son diversos los artistas que emfatizan esa ralentización como actitud vital, así como la exploración de medios o fenómenos que pueden parecer obsoletos, ya sea mediante la investigación y la recuperación de hechos muy concretos o simplemente mediante la utilización de medios técnicos relacionados con una tecnología que ha quedado anclada en el pasado.
El posicionamiento de Birnbaum se refleja perfectamente en diversos trabajos:
en la atmósfera decadente y también muy consciente de la instalación de Ragnar Kjartansson cuya melodía “sorrow conquered happiness” se instala inmediatamente en la memoria del espectador; en la confusión de identidades, e incluso de realidades, que muestra el film de Keren Cytter; en la sutileza de la pared que va perdiendo capas en la proyección de Ceal Floyer; en las enigmáticas situaciones fotografiadas por Annika von Hausswolff; en “las mil y una noches”, constelaciones realizadas con simples círculos de papel de Rivane Neuenschwander; en las instantáneas que muestran la lámpara del estudio de Wolfgang Tillmans que se confunde con la luna en el cielo; en los dibujos tristemente ácidos de Donald Urquhart o en la obsesión por el piano Steinway y lo que representa del vídeo de Guido van der Werve, por mencionar sólo algunos de los trabajos a nuestro juicio más sobresalientes.
Y es precisamente entonces cuando descubrimos que los dos grandes referentes que Birnbaum apunta como ejes centrales de todo su discurso, Olafur Eliasson y Paul Chan, no sólo no funcionan sino que hubiera sido mucho mejor que ni tan sólo estuvieran presentes. Curioso es también que no sea el comisario quien escriba un ensayo en profundidad en el catálogo de la trienal, que en este caso se limita a apuntar algunas ideas en poco más de un par de páginas (quizás porque considera que todo lo que tenía que decir sobre la melancolía lo ha publicado ya en el ensayo que apuntábamos al inicio de este artículo), sino George Baker, conocido por ser uno de los editores de la publicación “Oktober”, quien en su extenso texto dibuja un buen estado de la cuestión de un cierto tipo de prácticas artísticas a partir de los conceptos de “lateness and longing”, entendidos como energías críticas y transformadoras. Unas ideas que sintonizan a la perfección con lo que “50 Luni de Saturno” ha querido mostrar.
Y no nos podemos resistir a finalizar este texto planteando la pregunta del millón: ¿hasta qué punto esta trienal puede ser un avance de la 53 edición de la Bienal de Venecia que se inaugurará en junio y de la que Daniel Birnbaum es también comisario? El propio Birnbaum daba recientemente algunas pistas y, con toda probabilidad, “Making Worlds”, el lema escogido para su exposición en Venecia, guardará puntos de contacto con esta idea de melancolía, nostalgia e inspiración, seguirá apostando por una presencia bastante importante de dibujo y pintura y, como ya es previsible, por el diálogo entre artistas “de referencia” junto a otros más emergentes. Anuncia también algo que no está presente en esta trienal y que consistirá en enfatizar losaspectos más procesuales tanto desde el punto de vista de la creación como de la educación. Veremos como se resuelve en el contexto veneciano y, sobretodo, esperemos que allí consiga la misma destreza y exquisitez curatorial para conseguir comunicar atmósferas y sensaciones, pero que sepa focalizar un poco mejor los referentes.
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