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Adam (Tom Hiddleston) es un músico aficionado que vive en las afueras de Detroit. Su único contacto con el mundo es un joven que le provee de los instrumentos musicales antiguos y la tecnología vintage con la que se ha montado un estudio de grabación casero en su gótica y descascarada mansión suburbial. Un día recibe una llamada. Es Eve (Tilda Swinton, en el papel de una Lady Orlando posindustrial) su esposa, que vive en Tánger. Luego de que Adam le transmita una cierta angustia existencial, unas horas después de esa llamada, los amantes se reunirán, disfrutarán sensualmente de sus cuerpos, de la escucha de discos de vinilo, y de un líquido elemento de color púrpura que los elevará a un éxtasis similar al de la heroína.
Su tocadiscos girará una y otra vez a lo largo del film porque ya se sabe que Jim Jarmusch es un melómano de cuidado, que parece inventarse escenas solo para ilustrarlas con sus canciones favoritas de rock clásico americano, como la escena de la pareja bailando al ritmo soul de Trapped by this thing called love de Denise Lasalle. Además, la recurrente imagen del disco girando también ilustra el ciclo de vida eterna al que están condenados Adam e Eve. Una condena que, la verdad, no despierta demasiada compasión. Ambos son bellos, etéreos y visten unas elegantes chaquetas con aires dieciochescos, guantes de piel y unas Rayban que completan su glamour retromoderno. Les sobra el dinero para solventar sus viajes alrededor del mundo, sus pasatiempos y, también, para comprar sangre de calidad con regularidad.
Son como dos estrellas de rock crepusculares, que están de vuelta de absolutamente todo, y salvo por la atención que le dedican a un indicio del cambio climático (unas setas que emergen fuera de estación en el patio trasero de Adam) y el lamento de Adam por la falta de reconocimiento social a Galileo y Tesla, ya no se sorprenden con nada. A diferencia de los vampiros posmodernos de Kathryn Bigellow en Near Dark (Los viajeros de la noche, 1987) condenados a malvivir como yonkis arrastrándose por el desierto americano; o de la mala conciencia que asedia al atormentado Louis De Pointe du Lac (el personaje de Brad Pitt en Entrevista con el Vampiro, 1994), Adam e Eve disfrutan de la eternidad con una tranquilidad y una autocomplacencia que se parecen mucho al aburrimiento. Sin embargo, el letargo conyugal será interrumpido por Ava (Mia Wasilowska), la hermana menor de Eve, quien no podrá reprimir sus impulsos juveniles, y complicará sus vidas. Solo un poco, la verdad.
Por eso, Adam e Eve volverán a Tánger. Allí recorrerán las serpenteantes calles de esa decadente ciudad de noche, asistirán a la muerte de un amigo, que es nada menos que el dramaturgo Christopher Marlowe (John Hurt). Y se aburrirán de nuevo.
Los paseos nocturnos de la pareja por Detroit en el Jaguar XJS blanco de Adam, esos itinerarios por el paradigma americano de la abandonada ciudad posindustrial, arrasada por el viento del progreso (donde visitan el abandonado Michigan Theatre que ahora es un parking) junto con su fascinación con una totémica casita estilo gótico americano, así como todos los objetos vintage en los que se manifiesta su devoción por los restos de la cultura evidencian a Adam e Eve (Adán y Eva) como el primer hombre y la primera mujer en un mundo donde su amor parece ser lo único ha sobrevivido entre las ruinas. No sabemos qué más ha pasado. Solo sabemos que ambos se quieren, y que Jarmusch recrea ese amor con un refinado imaginario manierista. De la pintura a la fotografía y de ahí al cine, y viceversa, ejecuta un acto de fe, un intento de comunión religiosa. Como si a través de la inspiración pictórica de sus magníficos planos fotográficos, Jarmusch quisiera imprimir una huella artesanal, algo que les devolviera algún valor sagrado o aurático a sus aburridas vidas eternas. Algo capaz de neutralizar la tragedia del progreso que los rodea.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)