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Cuadrar el círculo es señalar Madrid como una ciudad decadente donde campa a sus anchas la filosofía del relaxing café con leche mientras a los curiosos les faltan dedos en la mano para enumerar la cantidad de eventos culturales de asistencia obligatoria que tienen lugar año tras año. En las artes plásticas resulta incluso preocupante la concentración del entramado galerístico en la calle Doctor Furquet, en los alrededores del Reina Sofía, que pronostica malos tiempos para las demás ciudades. Si el mercado artístico es un juego de suma cero, una vez dada cierta clase limitada de consumidores potenciales, las de ganar las lleva por ahora cierto lugar de la Mancha.
Así pues, ¿cuántas ferias anuales son precisas para satisfacer la demanda de los coleccionistas madrileños? ¿Cuánto tiempo podemos mantener en paralelo la enésima llamada a circunvalar el Congreso y el bienalismo trasnochado para disfrute de ancianas abrigadas a base de chinchilla desollada? Pensaba en estos temas mientras admiraba el cordón policial montado en torno a Casa Arte, la cuarta o quinta mejor feria del año, bajo la custodia de los perros del Estado ante la amenaza de un eventual sabotaje indignado con motivo del 14D, jornada de lucha contra la reforma del Código Penal. Me habría gustado ver el encuentro milagroso entre las mencionadas coleccionistas enfundadas en bichitos en peligro de extinción y una activista haciendo topless, imagen del día otra vez para Femen. El milagro sin embargo no tuvo lugar para desgracia del voyeurismo y del contribuyente que subvenciona religiosamente con sus impuestos los escarceos represivos de las unidades policiales del Estado, cuyas leyes ahora están blindadas contra las mayorías silenciosas que previamente fueron silenciadas.
Pero, ¿qué merece la pena destacar en Casa Arte? En la galería etHALL llamaron mi atención los dibujos de Inken Reinert sobre la relación existente entre las gráficas de un electrocardiograma y ciertos trazos de tinta que simulan figuras naturales; esta superposición comprende la hoja en blanco como una partitura ya cargada de estructura y significado, en lugar de un abismo listo para colmarlo de subjetividad. También me fascinó la naturaleza reticular de las superficies engarzadas por María García Ibáñez para AJG Contemporánea. En una feria llena hasta las trancas de reflexiones geométricas su tratamiento colorista del espacio (hablamos de nodos fractales conectados entre sí como una red de arcoiris) destaca por su belleza dentro del conjunto. Las fotografías de Tania Parceros en Blanca Berlín también destacan, no solo gracias a su calidad, sino además porque buenas fotos suele haber las justas en una feria como esta, orientada sobre todo a los coleccionistas particulares que no tuvieron suficiente con el resto de ferias de 2013, ya sea por falta de dinero para comprar en las ferias grandes, por culpa del consumismo pendenciero o porque tienen que hacer la declaración de la renta pronto y quieren atenerse a la exención fiscal propia del mecenas, pero el caso es que el consumidor prototípico de Casa Arte prefiere las manualidades singulares e irrepetibles, preferentemente pictóricas.
Blanca Soto presenta una intervención site specific sobre las guerrillas colombianas financiada desde Intermon Oxfam. Menu, la pieza de Manuel Barrero, plantea una reflexión acerca de la mercantilización de los bienes comunes, la conversión del civismo en moneda de cambio, ese momento en que termina siendo remunerado aquello que la sociedad presupone como actividad espontánea. Hablamos de la denuncia pública como instrumento democrático para la implicación ciudadana en la regulación normativa de la sociedad. Claro que esta reflexión tiene lugar en el contexto de Colombia, donde las razones del Estado y la propia identidad de los enemigos de la sociedad resultan ciertamente problemáticas. Un oficial del ejército colombiano me contó una vez que su tropa estaba forzada a declarar su posición cada 15 minutos para evitar falsas atribuciones de asesinatos de campesinos, realizados por paramilitares, o por los propios soldados regulares, que luego endiñaban los cadáveres a la guerrilla (o viceversa). Menu habla de todo esto, como digo: una instalación que entiende las leyes introducidas en 2005 por el gobierno para perseguir a la guerrilla, pagando en metálico a los delatores que ayudaran a desmantelar comandos, un menú de sangre que solo podría llegar a zanjarse mediante el recurso a una justicia sostenida sobre la verdad. Por desgracia, auctoritas non veritas facit legem.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)