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“Global Kiosk” es una serie de presentaciones individuales y un conjunto de actividades que surge del interés de reinstaurar los vínculos del arte con lo social. La propuesta, que arrancó el 4 de febrero y estará en marcha hasta el 4 de abril, explora una tipología concreta de dispositivo de visibilidad: el kiosco.
En una primera visita, la ubicación de la Sala d’Art Jove en calle Calabria 147 resulta, cuando menos, paradójica. Dependiente de la Secretaria General de Joventut de la Generalitat de Catalunya, esta sala de exposiciones orientada a eso que se ha dado en llamar “arte emergente” se enclava en los bajos de un edificio burocrático que aglutina servicios públicos y dependencias funcionariales. Por un lado, su situación en las tripas de un engranaje institucional como este, pone en escena la supuesta voluntad de la Administración Pública de implicarse en la producción y difusión de nuevo capital artístico y cultural, aunque por otro, esa misma localización, marcada por logotipos institucionales y el trajín diario de trajes chaqueta de color gris, aleje ese capital de la realidad de la calle.
El proyecto “Global Kiosk”, que actualmente presenta la sala como resultado de su convocatoria de apoyo al comisariado, dice partir precisamente del interés de re-instaurar los vínculos del arte con el tejido social, de “acercar el arte a la calle”. La propuesta, comisariada por Patricia Ciriani, se articula en torno a la exhibición periódica del trabajo de los artistas Miquel García, Marcel Pié Barba, Toni Crabb y Christopher Williams en el espacio permanente de la Sala d’Art Jove y en una construcción temporal ubicada en su pasaje de entrada. Ese anexo arquitectónico temporal, principal reclamo de la exposición, emplazado casi a pie de calle y diseñado por Jordina Sangrà, sigue la pauta de los numerosos “quioscos d’escala” (kioscos de escalera) que aún existen en Barcelona; esas angostas construcciones, a medio camino entre el escaparate y la portería, que se asoman desde las entradas a portales y comercios de antaño (y no esos puntos de venta de prensa que invaden lugares como la Rambla). Objetos de un programado proceso de extinción, la ochentena de kioskos que al parecer aún existen por la ciudad, suponen una estimulante confusión de apariencias y usos, a medio camino entre el espacio público y lo privado.
Las prácticas artísticas han explorado las formas y los usos de kioskos y escaparates desde las primeras décadas del pasado siglo. Los surrealistas sintieron fascinación por ellos como dioramas de lo fantástico y la mitología que desde allí produjeron se inscribe en el mismo universo del fetiche y la mercancia. Tras sus estela, los artistas pop también trabajaron el registro del escaparate como ventana al mundo y medio de interpelación. Pero fueron las vanguardias rusas, con artistas como Rodchenko y Klucis al frente, quienes exploraron la dimensión política del display en cuanto que dispositivo de comunicación; sus diseños experimentales de estructuras funcionales destinadas a espacios públicos, con el fin de exhibir y transmitir propaganda, fueron concebidos como generadores de un espíritu colectivo. El dispositivo puesto en marcha en “Global Kiosk” parece querer emular estas experiencias, y sin embargo, adopta una estrategia más cercana a la representación, reproduciendo dentro de los códigos del arte una realidad exterior a ella. Porque, ¿qué hubiera sucedido si como ejercicio de deslocalización se hubiera optado por una ocupación “real” de esa ochentena de kioscos? ¿de qué modos se hubiera podido reactivar esos espacios obsoletos que aquí se citan, en lugar de producir un simulacro de cartón? ¿cómo diferenciar entre valor de uso justificado y las retóricas del display?
La parte del proyecto que resulta más interesante, por sencilla, es la de la voluntad de romper la habitual temporalidad lineal de toda exposición aplicando la lógica de la alternancia. El trabajo de los cuatro artistas participantes se expone de manera cambiante cada quince días: mientras uno presenta su trabajo en el “kiosco”, otro lidera algún tipo de actividad dirigida al público en general en el espacio principal de la Sala (un taller, una presentación, la puesta en marcha de un archivo, etc.). De esta manera el proyecto participa de la idea de exposición como proceso, manteniendo, eso sí, cierta continuidad entre un proyecto y otro, al permanecer en cada presentación elementos residuales de la anterior.
En el momento de escritura de este texto el programa de actividades de “Global Kiosk” se encontraba en su segunda fase. Por un lado, hasta el 2 de marzo, el artista Marcel Pié Barba ocupaba el espacio del kiosko, de manera algo tosca, con una “pequeña atracción visual”, similar a esas de las ferias de finales de siglo XIX. La intención del artista, se decía, era la de ofrecer una interpretación de las “linternas mágicas”, esos aparatos ópticos, precursores del cine, que al igual que un kiosco o un escaparate hoy, se alimentaban de su poder de seducción. Por el otro, “Aquells memorables anys…”, una iniciativa de Miquel García en la que solicita la colaboración vecinal, era el principal activador del espacio de la sala; la idea es generar un archivo temporal sobre el pasado reciente como matadero del barrio del Excorxador –donde se ubica la Sala d’Art Jove– a partir de la aportación de fotografías, recortes de prensa y testimonios de los residentes. Y ya a partir de la fecha de publicación de este texto, “Globalkiosk” se encontrará en su fase 3, con Toni Crabb en el kiosco y una actividad de Christopher Williams en el espacio de dentro (más info en: www.gencat.cat/joventut).
Dada la voluntad local y situada del proyecto, la referencia a lo “global” del título confunde. Si de entrada pretende inscribir la propuesta dentro de una multiplicidad de experiencias globales en torno al espacio, su construcción y usos, en la práctica la retórica de “lo global” debilita la fuerza de la propuesta en cuanto que mirada proyectada hacia el entorno cercano.
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