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La Fundación Joan Miró de Barcelona presenta “Let Us Face The Future (Art Britànic 1945-1968)”. Comisariada por Richard Riley y Andrew Dempsey pretende realizar un recorrido por el arte generado en Inglaterra después de la guerra. Un recordatorio de que el arte británico es mucho más que los Young British Artists (YBAs), mucho más que la Tate Modern, que la cosa viene de más lejos.
Pasa muchas veces. Que el catálogo de la exposición es más interesante que la exposición en sí. Es como la aquella respuesta aguda a la pregunta de si se ha leído un libro o no: me gustó más la película. Pero al revés, aquí lo interesante es el libro, el catálogo de la exposición. Con él y en él, sí que es posible realizar un recorrido por el arte británico desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1968. Esa es la intención del proyecto, subrayado desde el mismo subtítulo (arte británico 1945-1968) que descansa bajo el tremendo eslogan con el que los laboristas ganaron las primeras elecciones tras la guerra arrebatándole el poder a Churchil: “Let Us Face The Future”. El título es todo un acierto (y no hay que pedir disculpas por que sea en inglés, es una exposición de ingleses y funciona), no sólo porque expresa esa cualidad de concreción del inglés inversamente proporcional a la cualidad expansiva de las lenguas latinas, no sólo porque su origen contextualiza de manera excelente la exposición, sino también porque en su cualidad arrogante, punzante y desafiante retrata justamente un carácter anglosajón que está presente en mucha de la producción cultural británica. Y no me refiero a la camarilla de los YBAs.
Si algo demuestra la exposición es que el arte en Inglaterra no lo inventaron los Damien Hirst y compañía ni Satchi. En la famosa guía para el arte inglés que hace unos años editó la Tate (Louisa Buck: “Moving Targets. A user’s guide to British art now”) justamente se presentaban a los YBAs como los inventores del arte británico. Francis Bacon o Lucian Freud apenas salían como precursores en el mismo plano que Gilbert & Georges, Richard Hamilton o, ¡atención!, Damien Hirst, todos ellos como Presiding Forces. El contexto de la exposición es otro: hablar del contexto del arte inglés reinventado tras la guerra; de cómo los artistas reaccionaron al shock de la guerra; de cómo recogieron las enseñanzas de la escuela de París; de cómo enlazaron con las corrientes artísticas al otro lado del Atlántico, en Nueva York, desde el expresionismo abstracto al Pop; o de cómo todo ello también tenía que ver con la iniciativa de instituciones que aun perduran como la Whitechapel o el ICA. Al menos de todo eso habla el libro. La exposición en sí es otra cosa.
Y empieza de manera arrebatadora. Al menos por lo que enuncian los textos de sala. La guerra se había acabado, algunos artistas habían ido al frente, todos descubrían no sólo el significado de la palabra postguerra también el significado de holocausto, podían ahora recordar las noches de bombardeos, lo que soportó Londres, como lo había soportado Madrid, y, sobre todo, lejos quedaban las ilusiones de un nuevo mundo, aquellas que a muchos les llevo a alistase para luchar por la república española, cuando no por la anarquía. Eso es lo que explica a Francis Bacon, una oportunidad más de comprobar la intensidad de su obra, “A study for a Figure at the Base of a Crucifixion”, o comprobar su influencia en Lucian Freud del realista y minucioso “Girl with Roses” al más crudo “Reflection with Two Children (Self-portrait)”. En medio, cuadros que denotan esa angustia postbélica y la necesidad de agarrarse a algo real: Michael Andrews, “Study for All Night Long”, o Euan Uglow, Three in One”. Y, para dar contexto, las fotografías de Bill Brand. A partir de ahí, que es lo esperado, ¿cómo afrontar el futuro después de la guerra?, una sucesión de apartados clasificatorios que van desde la aparición de una abstracción postpictórica al Pop de Hamilton (un acierto recordar la exposición inaugural del Pop, “This is Tomorrow”, y las figuras de Paolozzi o David Hockney con la serie “A Rake’s Progress” basada en los gravados de Hoggard) pasando por distintas modalidades de expresionismo abstracto o una fantástica pintura de Patrick Caulfield, “Portrait of Juan Gris”.
El problema es que en la exposición todo queda unicamente apuntado con un afán de clasificación que acaba resumiendo el Pop o la abstracción de origen constructivista en unos cuantos cuadros. Así, parece un muestrario. Probablemente habría sido más acertado quedarse en intentar retratar con más profundidad esos primeros años tras la guerra, básicamente porque en su ambición la exposición se queda corta y la tensión inicial va desapareciendo en esa suma y sigue de cuadros en secciones. Pero de manera destacada se echa en falta más contexto, más explicación del contexto en el que todo eso tuvo lugar, que vaya más allá de algunas fotografías que retratan el Londres de la época (aunque, otra parte, los textos de sala esta vez sí están cuidados). Para todo ello hay que ir al catálogo, a los textos de los comisarios Richard Riley y Andrew Dempsey escritos con conocimiento de causa, en los que resuena el eco de la escuela de historiadores del arte ingleses y aquel interés por la investigación paralelo a la explicación (desde Anthony Blunt a Herbert Read). Al fin y al cabo, al margen de las hordas de visitantes en la Funfdación Miró y la importancia de la tienda del museo, a investigación y explicación es a lo que deberían responder esas siglas que presiden la entrada de la institución, CEAC: Centro de Estudios en Arte Contemporáneo. Esa era la intención de Miró, y es necesario recordarlo.
En fin, pensé que nunca lo diría pero, a la vista del catálogo y después de pasear por una exposición que es un muestrario, echo de menos aquellas vitrinas que metían en contexto a la exposición y que le daban explicación más allá de lo colgado en “Bajo la bomba” o “Un teatro sin teatro”. Aunque, bueno, ni tanto ni tan calvo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)