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El arranque de la Bienal de Sharjah, que este año cumple su décima edición, no ha sido para algunos todo lo plácido y festivo que pudieran imaginar, especialmente para Suzanne Cotter. La comisaria de la Bienal es, además, la responsable de programación del Guggenheim de Abu Dhabi, aún en construcción en Saadiyat Island –que se traduce paradójicamente como la Isla de la Felicidad-, un museo que se ha visto envuelto en polémica desde el inicio de su planificación y que llevará la firma de Frank Gehry.
En plenos fastos inaugurales, con la presencia del jeque Sultan bin Mohammed Al-Qasimi III y de muchas de las grandes estrellas del universo del arte contemporáneo internacional, un artículo publicado en el New York Times por Nicolai Ouroussoff anunciaba el boicot por parte de 130 artistas al Guggenheim de Abu Dhabi a la vista del maltrato laboral que sufren los trabajadores que lo construyen, un proyecto que cuenta con un presupuesto de 800 millones de dólares. La plataforma, liderada por Walid Raad y Emily Jacir, ha escogido el momento idóneo para hacer de nuevo públicas sus demandas, cuando la atención del mundo del arte está centrada en los Emiratos Árabes con la bienal y la feria de Dubai inaugurando el mismo día.
La lista de firmantes, artistas, escritores y comisarios crece a buen ritmo. Para sonrojo de Suzanne Cotter, que echó balones fuera ante las preguntas de los periodistas, el jueves 17 de marzo se adherían Rasha Salti, co-curator de la bienal y Haig Aivazian, su comisario asociado. Además, grandes nombres no necesariamente vinculados al arte de la región como Tiravanija, Hirschhorn, Cardiff y Bures Muller o Andrea Fraser han estampado también su firma. Cotter, con quien no va la cosa pues no es ella quien diseña las tramas laborales de la construcción del edificio de Gehry (ella diseña otras tramas, y buenas, como “Plot for a Bienal”), era la punta de un iceberg que tiene visos de convertirse en escándalo.
La queja se hizo oficial a través de Human Rights Watch en 2009 a partir de las ínfimas condiciones de trabajo en que vivían los empleados por la factoría Guggenheim. Al parecer, muchos de los trabajadores habrían recibido un dinero previo a su contratación, tras la cual se habrían comenzado a sufrir prácticas deleznables, les habrían sido retenidos los sueldos y retirados sus pasaportes para evitar su huída. Como suena. Según el NYT, Armstrong negó todas las acusaciones y aseguró haber mantenido una reunión con los trabajadores de la isla, en torno a 15.000, en la que les habría prometido una mejora de su situación. Saadiyat Island es un complejo turbio. Situada a tan solo 500 metros de la costa de Abu Dhabi, ejemplifica con claridad los hábitos abusivos que se dan con preocupante frecuencia en los Emiratos Árabes, donde un altísimo porcentaje de la población está compuesto por trabajadores asiáticos, fundamentalmente indios, pakistaníes y bangladeshíes, y procedentes de otros países africanos que viven en condiciones paupérrimas. Nadie puede acercarse a ver las obras (pese a los intentos de no pocos comisarios, algunos de ellos de relumbrón, que preferían no ser vistos por los periodistas allí presentes) y todo está envuelto en el más escrupuloso silencio. Hay voces que advierten de que tanto retraso en la construcción del edificio, cuya apertura se prevé ahora en 2015, es sintomática de la precariedad de una situación que puede derivar en la cancelación definitiva del proyecto.
La postura de Raad, Jacir y compañía es inamovible: “Nadie debería ceder obras a un museo cuyo edificio ha sido construido con el esfuerzo de trabajadores explotados”, dijo el libanés al NYT. Los artistas son muy conscientes de la enorme importancia del papel que juegan en la estructura del arte de la región y saben que sin sus trabajos –y sin su asesoramiento- difícilmente se podrá montar una colección decente en el Guggenheim.
Es interesante ver cómo las revoluciones que estos días se gestan en el mundo árabe tienen también su eco en el ámbito no siempre solidario del arte contemporáneo. También el día de la inauguración, un grupo de artistas se manifestaba en el puerta del Sharjah Art Museum, la sede principal de la bienal, contra la represión que sufrían los manifestantes en el pequeño reino de Bahrein, donde, según ciertas fuentes, hasta 7 personas podrían haber muerto a manos de unas autoridades que contaban con la ayuda de tropas saudíes y de policías procedentes de los propios emiratos. Un grupo de 7 artistas liderados por la palestina Ahlam Shibli, portaban carteles con los nombres de los fallecidos al paso de la comitiva oficial. No duraron mucho, claro, porque los miembros de seguridad pensaron que quizá a los jeques no les iba a gustar mucho leerlos.
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