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En su duodécima edición, el Festival de PhotoEspaña se centra en el tema de “lo cotidiano” tras haber tocado en anteriores ediciones palos como la “ciudad”, la “naturaleza”, las “historias”, o los “otros”. Es un leit motiv que se despliega en las 72 exposiciones componen el festival, divididas a partes iguales entre su Sección Oficial, dirigida por segundo año consecutivo por Sergio Mah, y un Festival Off integrado por galerías y espacios privados. Hasta el 26 de julio, bajo un sol abrasador, la fotografía toma el mando del escenario cultural madrileño.
PhotoEspaña lleva años consolidada como primer referente de la fotografía en nuestro país. Es la bandera de una empresa, La Fábrica, que ha hecho esfuerzos ingentes por consolidar la imagen fotográfica como herramienta cultural y como vehículo crítico a partir de una sobresaliente labor editorial. El trabajo para armar y apuntalar el festival de fotografía no ha sido menos arduo, pero en sus ambiciosos programas aparecen tantas luces como sombras, y los resultados no son, muchas veces, los que cabría esperar. La Sección Oficial del festival, que implica a un buen número de instituciones de la ciudad, es un programa comisariado por profesionales reconocidos en el sector. En anteriores ediciones, comisarios de garantías como Alejandro Castellote, Oliva María Rubio u Horacio Fernández tuvieron ciclos de tres años para desgranar temas de mayor o menor amplitud que resolvieron con razonable éxito. Pero en esta edición se nos presenta un tema tan vasto como “lo cotidiano” -que se pretende sea tratado en una sola edición- bajo el que todo cabe, desde las imágenes de Juan Gris en la Bienal de Venecia recogidas por Ugo Mulas (Fundación BBVA), hasta las fotografías pintadas (magníficas, eso sí) de Gerhard Richter en la Fundación Telefónica. Es precisamente la ambición de implicar al mayor número de instituciones lo que hace que el festival se desvíe de un rumbo que bien podría mantener, creo, con número más reducido de exposiciones y sedes. La sensación de ver exposiciones irregulares en las que la relación con el tema del festival es solo tangencial ha sido recurrente en no pocas ediciones del festival. Y en muchos textos de sala de exposiciones de esta edición, el término “cotidiano” y sus derivados parecen metidos con calzador.
Pero centrémonos en las luces que arroja lo cotidiano. La exposición de Museo Colecciones ICO, dedicada a la fotógrafa estadounidense Dorothea Lange, es sencillamente extraordinaria. En un certero montaje expositivo, presenta imágenes tomadas en los años treinta que se detienen ante un momento delicado de la historia estadounidense: los años de la depresión económica tras el derrumbe del 29. Es un tema excepcional, bien traído al contexto que hoy nos rodea. Ante estas estupendas imágenes, que presentan personas que asumen su destino con una dignidad conmovedora, me pregunto si no podría haberse hecho una sección oficial con exposiciones que hablaran de escepticismos e incertidumbres, de temores, anhelos y esperanzas en nuestro mundo actual, azotado también por una coyuntura económica desfavorable. Es la exposición del Festival.
Para encontrar más pistas que nos acerquen a otras visiones subjetivas de lo corriente hay que pasarse por el Círculo de Bellas Artes donde, en el primer piso hay una exposición de Patrick Faigenbaum, fotógrafo francés nacido en 1954, cuyas imágenes de lo real cotidiano son tan directas que sitúan al espectador en un plano de ambigüedad que puede resultar turbador. Con otro ánimo, pero también desde la percepción de lo cercano y lo íntimo, nos acercamos al trabajo de Sara Ramo, española pero poco conocida en nuestro país pues vive desde hace años en Brasil. Ramo está en un buen momento, con una muy decente individual en el Jardín Botánico y su presencia en la Bienal de Venecia. Su percepción de lo circundante se sitúa entre la realidad y la ficción, un lugar en el que todo parece transitorio, en transformación. Es un espacio en el que es necesario mantener la atención ante todo posible cambio, y todo visto desde una interpretación “mágica de lo banal”, como ha expresado la artista recientemente. Merece la pena la visita.
La colectiva del Teatro Fernán Gómez dedicada a la fotografía conceptual de los setenta arrastra ese pequeño lastre: su título, Años setenta: Fotografía y vida cotidiana, demasiado amplio, como el del propio festival y del que se puede esperar de todo. Y sin embargo, la sorpresa es mayúscula ante las interesantísimas fotografías de Hamburgo del sueco Anders Petersen o las berlinesas de Gabriele y Helmut Nothhelfer. Y, aunque no se adhieran con facilidad al tema planteado, siempre es reconfortante toparse con las imágenes tan conceptuales de Fina Miralles, a quien convendría recuperar pronto en Madrid.
Sirvan así estas líneas para abundar en algunas luces y sombras del festival. Este año, por ejemplo, faltan exposiciones de tesis que arrojen luz sobre los temas que toca la fotografía de hoy. Recuerdo buenas colectivas de tesis como la espléndida Del paisaje reciente, o Neorrealismo, Madre Tierra y otras que llevaban a sus espaldas el peso conceptual del festival. Me pregunto si acotando un poco los temas, reduciendo el número de espacios o prestando más atención al trabajo curatorial puede vislumbrarse un clima más favorable para un festival que tiene un potencial enorme para ser una referencia en clave internacional.
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